Julio Gálvez
Donald Trump, en su regreso triunfal a la Casa Blanca, ha dejado clara su estrategia: gobernar a través del miedo. En su afán de imponer una narrativa que paralice y emocione, más que razonar, ha decidido etiquetar a los cárteles mexicanos como terroristas. Una medida que no solo busca ganar puntos en la opinión pública estadounidense, sino que sirve para apuntalar su agenda imperialista, la misma que ahora amenaza con declarar al Golfo de México como el “Golfo de América” y recuperar el control del Canal de Panamá.
No es casualidad que esta decisión de Trump encaje perfectamente con la “Doctrina del Shock” descrita por Naomi Klein. Estados Unidos tiene una larga historia de utilizar el miedo y el caos como herramientas para manipular a las masas y justificar intervenciones agresivas. La narrativa del terrorismo ha sido el arma favorita de su política exterior: lo vimos después del ataque a las Torres Gemelas en 2001, cuando el gobierno de George W. Bush lanzó la “guerra contra el terrorismo”, una cruzada que no solo devastó Irak y Afganistán, sino que también consolidó el miedo como un recurso político para mantener el control interno y externo.
Otros casos emblemáticos de esta estrategia incluyen la invasión de Vietnam, justificada bajo el pretexto del comunismo; la intervención en Siria e Irak, respaldada por la narrativa de las armas químicas; y la desestabilización de América Latina durante la Guerra Fría, cuando cualquier movimiento progresista era etiquetado como una amenaza terrorista comunista. Ahora, Trump retoma el manual del terror, pero con un nuevo enemigo: los cárteles mexicanos y los migrantes latinoamericanos.
Trump sabe que el miedo paraliza, pero también moviliza a su base electoral. El narcotráfico y la migración no solo son los villanos perfectos para alimentar esta narrativa, sino que funcionan como una cortina de humo para ocultar los problemas estructurales de Estados Unidos, como el consumo masivo de drogas en su propia población o la dependencia económica de la mano de obra migrante. Declarar terroristas a los cárteles mexicanos sin reconocer la complicidad de empresarios y redes estadounidenses que lucran con el narcotráfico es una muestra de la hipocresía que define esta estrategia.
En esta cruzada del miedo, Trump no está solo. Su ceremonia de inicio presidencial envió un mensaje contundente: la alianza entre el poder político y los magnates de las plataformas digitales. Con figuras como Shou Zi Chew (TikTok), Elon Musk (Tesla), Mark Zuckerberg (Facebook) y Jeff Bezos (Amazon) en primera fila, quedó claro que el dominio del mundo digital será la herramienta para amplificar su mensaje. Los emperadores de las redes sociales son ahora sus socios, y juntos construirán una narrativa diseñada para intimidar, dividir y consolidar su control global.
Mientras tanto, México se convierte, una vez más, en el blanco directo de las políticas de Washington. Las órdenes ejecutivas de Trump, como expulsar migrantes o negar la nacionalidad a los niños nacidos en suelo estadounidense, desatan una cadena de consecuencias que el gobierno mexicano aún no está preparado para enfrentar. Miles de migrantes serán enviados de vuelta, pero no hay un plan claro para recibirlos. Peor aún, la disminución inevitable de las remesas—que superan al turismo y al petróleo como principal fuente de ingresos del país—impactará gravemente la economía nacional.
Al final, Trump no es más que otro jugador en la vieja estrategia imperial de Estados Unidos: explotar el miedo para justificar el control. Como ha sucedido en guerras pasadas y presentes, el terror no es solo el enemigo; es también la herramienta principal. Y México, atrapado en este juego geopolítico, será el receptor directo de las sacudidas de un proyecto de poder que no se detendrá ante nada.