Julio Gálvez
La transformación del ser humano de Homo sapiens a Homo videns, como lo plantea Giovanni Sartori, no solo redefine nuestra naturaleza cognitiva, sino que expone la profunda crisis cultural en la que estamos inmersos. Sartori advierte que la primacía de la imagen sobre la palabra y del espectáculo sobre la reflexión ha dado lugar a un ser humano cada vez menos crítico, más pasivo y susceptible a la manipulación. En este contexto, el capitalismo estadounidense, con Hollywood como su principal herramienta ideológica, ha construido un modelo hegemónico que subyuga a las masas y perpetúa sus propios intereses bajo el disfraz de entretenimiento.
El sistema capitalista norteamericano ha encontrado en los medios de comunicación y, más recientemente, en las redes sociales, un mecanismo eficaz para mantener a las poblaciones bajo su control. El consumo desenfrenado, promovido a través de la propaganda cultural de Hollywood y las grandes corporaciones tecnológicas, es el pilar de este modelo. Como afirma Zygmunt Bauman, “el consumismo no solo define nuestra economía, sino también nuestra identidad”. Nos convertimos en lo que consumimos y, en consecuencia, en lo que se nos permite consumir.
Bajo esta lógica, Hollywood actúa no solo como una industria cinematográfica, sino como una maquinaria de propaganda cultural al servicio de los intereses capitalistas globales. Desde sus orígenes, como lo demuestra su historia plagada de monopolios y corrupción, Hollywood ha sido un instrumento para consolidar una visión etnocéntrica y hegemónica del mundo. Su narrativa glorifica el individualismo, el militarismo y la supremacía cultural estadounidense, perpetuando estereotipos y desigualdades. La producción cinematográfica, presentada como entretenimiento inocuo, es en realidad una herramienta poderosa para legitimar la ideología dominante y borrar las narrativas locales y diversas.
El Capitalismo de Amigos y la Batalla Cultural
El llamado “capitalismo de amigos” en Estados Unidos, donde los millonarios controlan el aparato gubernamental para proteger sus intereses, encuentra en Hollywood un aliado estratégico. Donald Trump, durante su mandato, dejó claro este vínculo al designar a figuras como Jon Voight, Mel Gibson y Sylvester Stallone como “enviados especiales” para revitalizar la industria cinematográfica. Lejos de ser un esfuerzo por salvar al cine como arte, este movimiento representa un intento de utilizar Hollywood para reforzar la narrativa imperialista y conservadora de su administración. Como señala Frank Zappa, “la política es la división de entretenimiento del complejo militar-industrial”, una frase que encapsula la relación simbiótica entre el poder político y la maquinaria cultural estadounidense.
Este vínculo no es nuevo. Desde su consolidación como monopolio en las primeras décadas del siglo XX, Hollywood ha estado al servicio de los intereses económicos y políticos de Estados Unidos. La era del Código Hays, por ejemplo, restringió las expresiones artísticas bajo una moralina burguesa, moldeando los valores que hoy se perpetúan en el cine comercial. En el presente, la expansión de plataformas como Netflix, Amazon y Disney+ ha reforzado este control, utilizando algoritmos para dirigir nuestras preferencias y consolidar una cultura homogénea que sirve al consumismo global.
La Redefinición de la Manipulación: De la Televisión a las Redes Sociales
Si bien la televisión fue durante décadas el principal medio para moldear la percepción pública, las redes sociales han tomado ese lugar en el siglo XXI. La censura de contenidos, el control de narrativas y la promoción de productos a través de estas plataformas evidencian un modelo de vigilancia y manipulación masiva. Estados Unidos, consciente del poder de estos medios, ha intentado controlar incluso aquellas plataformas que no están bajo su influencia directa, como TikTok. Este movimiento responde al miedo de perder el monopolio de la “batalla cultural” global.
La manipulación que antes se realizaba a través de la televisión ahora se lleva a cabo mediante el Internet, donde los algoritmos diseñan nuestra realidad. La hegemonía cultural de Estados Unidos se mantiene gracias a esta capacidad de moldear el discurso público y orientar el consumo hacia sus productos y narrativas, reforzando el sistema neoliberal y consumista que domina al mundo.
Hollywood como Arma Ideológica
Hollywood no solo es una fábrica de entretenimiento, sino una herramienta ideológica que perpetúa la opresión y las desigualdades a escala global. Bajo su influencia, se glorifica la violencia como forma legítima de resolución de conflictos, se refuerzan estereotipos de género y se promueve un estilo de vida basado en el consumo desenfrenado como sinónimo de felicidad. Este modelo no solo homogeniza las culturas, sino que aniquila las narrativas locales, perpetuando el colonialismo cultural.
Las cifras respaldan esta afirmación: en 2023, los ingresos de la industria cinematográfica estadounidense ascendieron a 33,200 millones de dólares, un aumento del 29.4% respecto al año anterior, pero aún por debajo de los niveles prepandémicos. A pesar de ello, las políticas de subsidios y créditos fiscales, como los 750 millones de dólares propuestos por el gobernador de California, demuestran que el sistema sigue priorizando la rentabilidad sobre la diversidad cultural.
Hacia una Emancipación Cultural
El cine, como arte, tiene el potencial de ser una herramienta de emancipación cultural, pero para ello es necesario desafiar el monopolio ideológico de Hollywood. Necesitamos una semiótica y una ética que rescaten las narrativas locales, que promuevan la diversidad y que contrarresten la ofensiva cultural del capitalismo global. Como señala Noam Chomsky, “si no creemos en la libertad de expresión para aquellos que despreciamos, no creemos en ella en absoluto”. Del mismo modo, si no democratizamos el acceso y la producción cultural, seguiremos siendo víctimas de una industria que nos vende opresión disfrazada de entretenimiento.
La batalla cultural no se libra solo en las pantallas, sino en nuestra capacidad de cuestionar las narrativas que se nos imponen.