Julio Gálvez
El segundo ascenso de Donald Trump como presidente número 47 de Estados Unidos ha reconfigurado el tablero geopolítico mundial, marcado por tensiones internas, desafíos externos y un escenario internacional en constante transformación. A pesar de las ominosas amenazas y ataques previos provenientes del asesor de seguridad nacional Jacob Jeremiah Sullivan y el denominado “colectivo Biden”, Trump ha logrado recuperar su lugar en la Casa Blanca, consolidando su postura como un líder disruptivo y polarizador en la política global.
Trump, a quien algunos analistas han catalogado como el artífice de una nueva “Era Aurífera” en Estados Unidos, no perdió tiempo en ejecutar órdenes ejecutivas que han generado revuelo en diversas esferas, desde el comercio hasta la seguridad. A nivel doméstico, su cruzada contra el fentanilo incluye una amenaza de imponer un arancel del 25 % a las importaciones desde Canadá y México si no se logra frenar la entrada de esta droga, devastadora para sectores vulnerables de la población estadounidense. Sin embargo, llama la atención que este castigo arancelario no se ha extendido hacia China, el mayor socio comercial de Estados Unidos, a pesar de las tensiones previas.
En el ámbito internacional, Trump busca reposicionar a Estados Unidos como un actor central en el equilibrio tripolar que dominan Rusia, China y, en menor medida, India. El presidente ha mostrado intenciones de restaurar vínculos directos con Rusia, con el zar Vladimir Putin felicitándolo públicamente y destacando el deseo mutuo de cooperación estratégica. Por otro lado, en un gesto simbólico, Trump contactó al presidente chino Xi Jinping poco antes de su toma de protesta, lo que algunos han denominado “diplomacia TikTok”. Sin embargo, detrás de esta aparente apertura, subyace
el objetivo declarado de Trump de fracturar la alianza estratégica entre Moscú y Beijing, piedra angular de la política exterior de ambos países.La influencia de Trump no se limita a los Estados Unidos. En Europa, su victoria es percibida como una derrota indirecta para los globalistas alineados con el “colectivo Biden”, particularmente en el contexto de la guerra en Ucrania y el desmoronamiento de la agenda progresista de Bruselas. El primer ministro húngaro, Viktor Orban, se refirió a este cambio como un triunfo de los soberanistas frente a figuras como George Soros, a quien acusó de perder influencia tanto en Europa como en Estados Unidos.
Otro símbolo de la transición de poder es el debilitamiento del Foro Económico Mundial de Davos, que coincidió con la asunción de Trump. Esta institución, vinculada históricamente al poder financiero globalista, parece haber perdido relevancia frente al auge de liderazgos más nacionalistas y pragmáticos, como el de Trump.
En términos tecnológicos, Trump también ha fijado su atención en los plutócratas de Silicon Valley, acusándolos de monopolizar la inteligencia artificial y otros sectores estratégicos. Su postura busca devolver el control de estas tecnologías al gobierno, alineándose con los ideales soberanistas promovidos por su principal estratega, Steve Bannon.
Mientras tanto, Rusia y China continúan consolidando su alianza estratégica. Apenas un día después de la toma de posesión de Trump, Putin y Xi Jinping protagonizaron una videollamada que reafirmó la solidez del bloque entre Moscú y Beijing, un eje de poder que desafía directamente el liderazgo estadounidense. Trump, consciente de la influencia de esta alianza, ha expresado su intención de reunirse personalmente con Xi, según filtraciones del Wall Street Journal.
En este contexto, Trump parece estar apostando por un nuevo orden mundial que reconozca la realidad tripolar entre Estados Unidos, Rusia y China, con un enfoque pragmático que privilegie los intereses estadounidenses sin descuidar la necesidad de coexistir con sus rivales estratégicos. Si el objetivo final es lograr la paz mundial, como lo ha declarado en entrevistas recientes, será necesario encontrar un delicado equilibrio entre confrontación y cooperación, mientras Estados Unidos redefine su papel en el escenario global.
El segundo mandato de Trump no solo es un reto interno, sino también una prueba para la estabilidad estratégica mundial, en la que cada movimiento del nuevo presidente será observado con atención por aliados y adversarios. La pregunta que permanece es si Trump logrará cumplir con su visión de un Estados Unidos fortalecido, o si su liderazgo será una fuente constante de tensiones internacionales.