Jorge Montejo
Donald Trump y Elon Musk encabezan la versión moderna de un sistema que se vende como progreso, pero que en realidad es un reciclaje de estrategias donde los millonarios se enriquecen más, los migrantes cargan con las culpas y los de abajo pelean entre sí. Este modelo, que ha caracterizado al neoliberalismo en Estados Unidos, encuentra ahora un nuevo desafío: los migrantes no se van a dejar tan fácil.
Trump, en su estilo característico, culpó a los migrantes de los problemas económicos mientras sus amigos millonarios contaban los billetes ahorrados con sus generosas exenciones fiscales. ¿La falta de empleos? Culpa a los migrantes. ¿El aumento en la inseguridad? México. ¿La caída en la productividad? Netflix, tal vez, pero nunca las políticas que benefician a las corporaciones que él representa. Porque, claro, es más fácil distraer al público con un chivo expiatorio que admitir que el modelo económico que defiendes solo sirve a los de tu club.
Los gringos siempre fantasiosos guiados por su cultura de Hollywood, reservaron un papel para Elon Musk. En su intento de ser el Tony Stark de la vida real, ha pasado de ser un supuesto visionario a un magnate que parece disfrutar de la controversia. Cuando fue acusado de hacer un gesto que recordaba un saludo nazi, no negó nada, pero sí encontró tiempo para reírse de quienes lo criticaron. Todo mientras los grupos de extrema derecha celebraban lo que interpretaron como un guiño en su dirección. Musk, por supuesto, no tiene problema con que se alimenten estas sospechas, porque, como buen maestro del show, sabe que toda publicidad es buena publicidad.
Sin embargo, la reforma constitucional al artículo 22 de 2021 marcó un hito crucial al reconocer a los descendientes de mexicanos nacidos en el extranjero como ciudadanos con pleno derecho. Esto no solo refuerza la identidad nacional más allá de las fronteras, sino que da un giro al tablero político y social. ¿El mensaje? La nación mexicana ya no se limita al territorio, sino que ahora se proyecta como una entidad global, dispuesta a proteger y empoderar a su diáspora, especialmente en Estados Unidos.
Esta reforma tiene implicaciones profundas. Por un lado, los más de 37 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos ahora pueden transmitir su nacionalidad a sus descendientes, asegurando que no se pierda ese vínculo cultural y político. Por otro, la posibilidad de que mexicanos en el extranjero sean representados por diputados y senadores con doble nacionalidad añade un matiz interesante: ¿qué pasará cuando los migrantes empiecen a tener una voz real en el sistema político?
Para Trump y su narrativa de “culpar al migrante”, esto representa un problema inesperado. Durante años, el modelo neoliberal ha culpado a los trabajadores migrantes de todo: de la falta de empleos, del tráfico de drogas, de los déficits fiscales. Pero lo que no se dice es que estos mismos migrantes están recuperando lo que les fue robado por décadas de intervenciones económicas y políticas de Estados Unidos en México. Porque, si algo queda claro, es que gran parte de la riqueza que se disfruta al norte del río Bravo tiene raíces en el sur.
Mientras tanto, Musk, con su narrativa de empresario visionario, no parece muy interesado en este despertar de los migrantes. Sus plataformas, como X, se han convertido en espacios donde los discursos de odio y las teorías de conspiración proliferan. Pero los mexicanos en el extranjero no están esperando la aprobación de Musk ni de nadie. Siguen construyendo comunidades, generando riqueza y ahora, gracias a esta reforma, recuperando derechos que les fueron negados.
El neoliberalismo tiene un talón de Aquiles: nunca pensó que aquellos a quienes intentaba aplastar pudieran reorganizarse y reclamar su lugar. Los migrantes mexicanos en Estados Unidos no solo trabajan, contribuyen y luchan, sino que ahora también están respaldados por un marco legal que les da fuerza y legitimidad. Y aunque Trump y Musk puedan burlarse desde sus tronos de privilegio, hay algo que no pueden controlar: la determinación de un pueblo que no se rinde y que tiene memoria.
Esta reforma no es solo un cambio legal; es un recordatorio de que la nación no es solo un territorio, sino su gente, y esa gente está dispuesta a recuperar lo que es suyo, le guste o no a los que juegan a ser héroes mientras manejan el tablero a su favor.