Jorge Montejo
En Hidalgo, esa mágica tierra donde los sueños de grandeza nacen en las oficinas gubernamentales y no en los libros de texto o las canchas deportivas, los jóvenes ya no aspiran a ser científicos, artistas o deportistas. No, eso sería demasiado mundano. Aquí, la verdadera meta es convertirse en político, porque ¿qué mejor carrera que robar con estilo, volverse millonario al amparo del poder y, claro, quedar impune como los grandes ídolos priistas del estado?
Mientras en otros lugares los aguinaldos son una simple gratificación por el trabajo realizado, en Hidalgo son un festival de excesos y privilegios que bien podrían figurar como un capítulo adicional en los cuentos de los hermanos Grimm. En 2024, los flamantes 19 secretarios del gabinete de Julio Menchaca, junto con el gobernador mismo, se repartirán más de 2.3 millones de pesos en aguinaldos. Porque, evidentemente, administrar el estado requiere de “compensaciones” dignas de su noble labor.
El propio Menchaca, que llegó al poder gracias al efecto AMLO, se embolsará un aguinaldo de 165 mil 317 pesos, el más alto entre sus colegas. Porque dirigir un estado donde la pobreza no descansa bien merece una navidad llena de lujos. Y ni hablar de los titulares de las secretarías, que ellos son los más prepotentes y recibirán un aguinaldo de 115 mil 483 pesos. Salvo la secretaria de Salud, claro, que, en un acto de aparente austeridad, tendrá un aguinaldo menor, pero compensado con una gratificación extra de 96 mil pesos. No vaya a ser que pase las fiestas en números rojos. Lo bueno es que Escalante ya se retrató desde el balcón de gobierno el 15 de septiembre con su familia para demostrarle al pueblo su posición social para no quedarse atrás.
En Hidalgo, el gobierno se ha convertido en la empresa más rentable. Aquí no se vive de la innovación, el libre mercado, la libre competencia, el emprendimiento o el talento; se vive del capitalismo de amigos, ese sistema donde la clase privilegiada gobierna con empresarios y prestanombres corruptos que garantizan que el dinero público termine en las cuentas privadas correctas.
Y mientras los funcionarios llenan sus bolsillos, el resto de los ciudadanos sigue admirando la audacia de aquellos que lograron llegar al Olimpo político. En lugar de soñar con ser médicos, ingenieros o atletas, los jóvenes de Hidalgo sueñan con ser los próximos en recibir jugosas cantidades del presupuesto público. Porque aquí, la política no es un servicio; es el mejor negocio.
La prepotencia de los actuales funcionarios del gabinete, muchos de los cuales llegaron gracias a la ola de popularidad de AMLO y no por méritos propios, refleja el estado de las cosas, así como su formación priista. Los políticos de Hidalgo son tratados como dioses, seres privilegiados que están por encima del resto de los mortales.
Pero no todo está perdido, porque al menos cada navidad, cuando esos aguinaldos caen en sus cuentas, nos recuerdan por qué la política sigue siendo la profesión aspiracional de los jóvenes hidalguenses: robar, vivir bien y salir en la foto.
Hidalgo, donde la política no solo es un oficio, es un arte. Un arte tan descarado que hasta los cuentos de corrupción suenan románticos comparados con la realidad.
Hidalgo, donde la política no solo es un oficio, es un arte. Un arte tan descarado que hasta los cuentos de corrupción suenan románticos comparados con la realidad.
¡Felices fiestas, secretarios! ¡Que la próxima navidad sus aguinaldos sean aún más ofensivos para que nunca olvidemos lo que significa ser político en la tierra de los sueños priistas!
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PD. En Hidalgo observamos en la política a puro vividor y barbero gracias al efecto AMLO, donde el influyentismo es lo máximo.