Jorge Montejo
En Hidalgo, la promesa de transformación política se desmorona a pasos agigantados, y no por falta de discurso, sino por un exceso de simulación. Morena, que nació como un movimiento para desplazar al viejo régimen priista, parece haberse convertido en su sucesor más fiel, replicando las mismas prácticas y utilizando los mismos rostros, solo que ahora con un nuevo color de camiseta. Y en el centro de este desastre, el Grupo Político de Abraham Mendoza destaca como un claro ejemplo de cómo Morena perdió su esencia para convertirse en una agencia de empleo para expriistas y oportunistas.
El Grupo Mendoza (Zenteno, Carlos Mendoza, Dino Madrid, Lisset Marcelino, Simey, etc), que es el encargado de la formación política dentro de Morena, resultó ser un teatro donde se engañó a jóvenes con falsas promesas de inclusión y transformación. ¿Los cursos de formación? Una fachada para legitimar la llegada de priistas reciclados que, curiosamente, siempre terminan obteniendo las candidaturas. ¿Cómo no admirar la “magia” de Morena? No venden candidaturas, pero los expriistas millonarios siempre logran quedar en las mejores posiciones.
Mientras tanto, las bases del partido, los jóvenes comprometidos y las voces críticas son relegados, etiquetados como “inexpertos” o “sin formación política”. ¿Por qué molestarse en competir si el resultado ya está pactado desde el principio?
Un ejemplo de este modelo corrupto lo pudimos observar cuando el grupo de Abraham Mendoza operó junto con Fayad en contra de Pablo Vargas en las pasadas elecciones de Pachuca.
¿Por qué? Porque los intereses de este grupo no están en la transformación ni en el fortalecimiento de las bases, sino en mantener el poder en manos de quienes garantizan recursos y privilegios. Vargas fue bloqueado porque representaba una amenaza para el statu quo, una figura que podía incomodar a quienes ven en Morena un negocio, no un proyecto político.
El panorama se vuelve aún más desalentador cuando recordamos que el Grupo Universidad ya está fuera de Morena. Esto debería haber sido una oportunidad para que el partido regresara a sus principios, pero el Grupo Mendoza se ha dedicado a perpetuar las mismas prácticas de exclusión, desplazando a luchadores sociales y priorizando a expriistas con bolsillos profundos.
Morena, lejos de ser un motor de cambio, ha terminado por ser un vehículo más para los mismos vicios del PRI: el capitalismo de amigos, las candidaturas regaladas a priistas y el desplazamiento de la verdadera izquierda, como sucede también bajo la dirigencia del caricaturesco presidente de Morena en Hidalgo, Marco Rico.
Y aquí entra Menchaca. El gobernador, que llegó al poder como símbolo de una supuesta transformación, aún tiene tiempo para retomar su papel histórico. Pero esa tarea no será fácil ni cómoda. Menchaca debe entender que el camino hacia la verdadera transformación no está en los pactos con grupos como el de Mendoza, Fayad, Chong, Murillo, etc, sino en rescatar los ideales de la izquierda ciudadana.
Su gobierno debe convertirse en un espacio para los verdaderos luchadores sociales, para quienes han sido excluidos y bloqueados por la simulación y el oportunismo. De lo contrario, Menchaca pasará a la historia como un eslabón más en la cadena de decepciones políticas de Hidalgo.
La solución es clara: Morena debe depurarse de aquellos que solo buscan el poder por el poder. Si Menchaca realmente quiere ser recordado como un transformador, debe romper con los grupos que han traicionado al partido y devolver el protagonismo a las bases, a los ciudadanos y a los auténticos líderes de izquierda. La historia no espera, y el tiempo para actuar es ahora. Porque si Morena sigue siendo el refugio de priistas y oportunistas, la transformación que prometieron no será más que otro capítulo de simulación en la política mexicana.
El Grupo Mendoza (Zenteno, Carlos Mendoza, Dino Madrid, Lisset Marcelino, Simey, etc), que es el encargado de la formación política dentro de Morena, resultó ser un teatro donde se engañó a jóvenes con falsas promesas de inclusión y transformación. ¿Los cursos de formación? Una fachada para legitimar la llegada de priistas reciclados que, curiosamente, siempre terminan obteniendo las candidaturas. ¿Cómo no admirar la “magia” de Morena? No venden candidaturas, pero los expriistas millonarios siempre logran quedar en las mejores posiciones.
Mientras tanto, las bases del partido, los jóvenes comprometidos y las voces críticas son relegados, etiquetados como “inexpertos” o “sin formación política”. ¿Por qué molestarse en competir si el resultado ya está pactado desde el principio?
Un ejemplo de este modelo corrupto lo pudimos observar cuando el grupo de Abraham Mendoza operó junto con Fayad en contra de Pablo Vargas en las pasadas elecciones de Pachuca.
¿Por qué? Porque los intereses de este grupo no están en la transformación ni en el fortalecimiento de las bases, sino en mantener el poder en manos de quienes garantizan recursos y privilegios. Vargas fue bloqueado porque representaba una amenaza para el statu quo, una figura que podía incomodar a quienes ven en Morena un negocio, no un proyecto político.
El panorama se vuelve aún más desalentador cuando recordamos que el Grupo Universidad ya está fuera de Morena. Esto debería haber sido una oportunidad para que el partido regresara a sus principios, pero el Grupo Mendoza se ha dedicado a perpetuar las mismas prácticas de exclusión, desplazando a luchadores sociales y priorizando a expriistas con bolsillos profundos.
Morena, lejos de ser un motor de cambio, ha terminado por ser un vehículo más para los mismos vicios del PRI: el capitalismo de amigos, las candidaturas regaladas a priistas y el desplazamiento de la verdadera izquierda, como sucede también bajo la dirigencia del caricaturesco presidente de Morena en Hidalgo, Marco Rico.
Y aquí entra Menchaca. El gobernador, que llegó al poder como símbolo de una supuesta transformación, aún tiene tiempo para retomar su papel histórico. Pero esa tarea no será fácil ni cómoda. Menchaca debe entender que el camino hacia la verdadera transformación no está en los pactos con grupos como el de Mendoza, Fayad, Chong, Murillo, etc, sino en rescatar los ideales de la izquierda ciudadana.
Su gobierno debe convertirse en un espacio para los verdaderos luchadores sociales, para quienes han sido excluidos y bloqueados por la simulación y el oportunismo. De lo contrario, Menchaca pasará a la historia como un eslabón más en la cadena de decepciones políticas de Hidalgo.
La solución es clara: Morena debe depurarse de aquellos que solo buscan el poder por el poder. Si Menchaca realmente quiere ser recordado como un transformador, debe romper con los grupos que han traicionado al partido y devolver el protagonismo a las bases, a los ciudadanos y a los auténticos líderes de izquierda. La historia no espera, y el tiempo para actuar es ahora. Porque si Morena sigue siendo el refugio de priistas y oportunistas, la transformación que prometieron no será más que otro capítulo de simulación en la política mexicana.