Julio Gálvez
Hidalgo, esa joya del centralismo mexicano, es un producto de laboratorio político diseñado por los caciques de antaño. Surgió como resultado del gerrymandering juarista, cuando el Estado de México era demasiado grande para controlarlo. Entonces, ¿qué mejor solución que cortar un pedazo y darle forma a una nueva entidad, con caciques bien amaestrados para mantener el poder local en calma? Así nació Hidalgo, una fábrica de priistas que evolucionaron no en ideales, sino en el arte del capitalismo de amigos.
Porque si algo caracteriza a Hidalgo es su política aspiracionista, donde el servicio público no es un ideal, sino un medio para alcanzar la cima del éxito personal. Aquí no se aspira a cambiar al mundo, se aspira a ser el político que se volvió millonario bajo la sombra del poder, tal como han hecho los exgobernadores.
El sueño hidalguense no es construir una mejor sociedad, sino salir en los balcones durante el Grito de Independencia, retratarse con la familia y presumir privilegios en redes sociales. Esos mismos balcones que, dicho sea de paso, simbolizan el último eslabón del sistema priista que convirtió la política en una plataforma para enriquecerse sin rendir cuentas.
Por supuesto, para mantener este espectáculo, los políticos necesitan una prensa a modo. Y en Hidalgo, los medios de comunicación son un negocio aparte, un brazo extendido del gobierno que funciona al mejor postor.
Los aplausos no son gratuitos; se pagan con convenios millonarios que garantizan que la narrativa pública siga bajo control. Aquí, la manipulación es un arte financiado por el erario, mientras los políticos aspiracionistas brincan de un partido a otro como si fuera un torneo de relevos, siempre buscando un puesto más cómodo, más rentable y, claro, más impune.
En Hidalgo, el dinero es el único ideal, la narrativa se compra y la política es el escenario perfecto para perpetuar un sistema donde todos ganan, excepto los ciudadanos. Y así seguimos, con un gerrymandering que no solo dividió tierras, sino que unió a las peores ambiciones de poder.
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P.D. El gerrymandering es una práctica política que consiste en manipular los límites de los distritos electorales para favorecer a un partido, grupo o candidato específico, alterando la representación democrática. Al redibujar las fronteras de manera estratégica, los partidos pueden concentrar a sus votantes en ciertos distritos para asegurar victorias o dispersar a los opositores en múltiples distritos para minimizar su influencia. Esta técnica, comúnmente considerada antidemocrática, busca perpetuar el poder de quienes la aplican y afecta la equidad en los procesos electorales.