#Opinión | Jorge Montejo
Hay que reconocerlo: lo que Abraham Mendoza y sus lacayos lograron en Hidalgo no es cualquier cosa. Tomaron un movimiento que prometía regenerar la vida pública y lo convirtieron en un bazar político donde el mejor postor—preferentemente priista—podía llevarse una candidatura con moño incluido. Todo esto, claro, mientras se escudaban en la bandera de la Cuarta Transformación, que ahora luce más agujeros que una camiseta vieja.
La historia comienza en 2018 con aquel glorioso episodio de invasión del Poder Ejecutivo al Legislativo, magistralmente orquestado por Omar Fayad. En ese entonces, Mendoza decidió hacer lo que mejor sabe: absolutamente nada. Cuando a Morena le arrebataron la Junta de Gobierno en el Congreso local para entregársela en bandeja a Fayad, Mendoza se negó a impugnar mediante acción de inconstitucionalidad, situación que le consta al ahora magistrado Leodegario Hernández Cortéz. ¿Por qué habría de hacerlo? Mejor dejar que el caos se desatara mientras él seguía perfeccionando su arte de no mover un dedo por el partido.
El asunto llegó a tal punto que la única opción fue presentar un documento de desaparición de poderes para acabar con el PRI, lo que empujó a Fayad a negociar su salida de la gubernatura. No se equivoquen, el gobernador Julio Menchaca sabía perfectamente lo que pasaba.
Posteriormente ante la ola de oportunismo que se desató, Simón Vargas, el secretario de Gobierno de Fayad, repartió apoyos y obras entre los morenistas para comprar voluntades. Todo un ejercicio de creatividad presupuestal.
Mientras tanto, el grupo de Mendoza estaba ocupado en algo mucho más importante: abrirle las puertas de Morena a priistas y políticos del antiguo régimen. ¿Quién necesita bases militantes comprometidas cuando puedes tener caballos de Troya bien financiados? Para Mendoza y su equipo, lo importante no era la ideología ni la lealtad al movimiento, sino la capacidad de ciertos personajes para desembolsar lo suficiente y así ganarse un lugar en las boletas.
Ahí están Carlos Mendoza y Dino Madrid, los flamantes responsables de la formación política en Morena Hidalgo. Si su misión era impulsar a las bases, fracasaron espectacularmente, porque nunca fue su intención. ¿Qué caso tiene formar cuadros ideológicos cuando puedes otorgar candidaturas como si fueran lotes en una subasta?
El resultado es evidente. Simey Olvera, por ejemplo, recibió apoyo directo del priista Israel Félix cuando este ocupaba la presidencia municipal de Mineral de la Reforma. Un ejemplo más de cómo los priistas infiltrados en Morena encontraron un hogar cómodo gracias a Mendoza y su grupo. Mientras tanto, las bases del movimiento de AMLO quedaron fuera, traicionadas por quienes debían representarlas.
Pero Mendoza no solo descansa sobre sus laureles pasados, sino que continúa perfeccionando su fórmula a través de Dino Madrid, “el panameño”, quien sigue fungiendo como asesor del caricaturesco presidente de Morena en Hidalgo, Marco Rico. Este último, por cierto, no es más que un personero del priista Osorio Chong, demostrando que el grupo de Mendoza sigue operando como una sucursal del viejo régimen, garantizando que las prácticas corruptas y clientelares de Morena no solo sobrevivan, sino que prosperen.
El colmo de esta tragicomedia es ver a personajes como Carlos Mendoza, que ahora le hace la barba al gobernador Menchaca, haciendo méritos y lisonjas para conseguir un puesto. Pero Menchaca, con su habilidad política, lo mantiene marginado. Una ironía deliciosa para alguien que se dedicó a cerrar puertas a los auténticos militantes de Morena, para abrírselas a priistas y ahora encuentra la suya cerrada.
Al final, el grupo de Mendoza no solo permitió que los priistas entraran a Morena, sino que los convirtieron en los nuevos amos del partido. Así, el sueño de regenerar la vida pública se transformó en una farsa donde los verdaderos traidores son los que vendieron la ideología por un puñado de pesos y un poco de poder.
Mientras tanto, el grupo de Mendoza estaba ocupado en algo mucho más importante: abrirle las puertas de Morena a priistas y políticos del antiguo régimen. ¿Quién necesita bases militantes comprometidas cuando puedes tener caballos de Troya bien financiados? Para Mendoza y su equipo, lo importante no era la ideología ni la lealtad al movimiento, sino la capacidad de ciertos personajes para desembolsar lo suficiente y así ganarse un lugar en las boletas.
Ahí están Carlos Mendoza y Dino Madrid, los flamantes responsables de la formación política en Morena Hidalgo. Si su misión era impulsar a las bases, fracasaron espectacularmente, porque nunca fue su intención. ¿Qué caso tiene formar cuadros ideológicos cuando puedes otorgar candidaturas como si fueran lotes en una subasta?
El resultado es evidente. Simey Olvera, por ejemplo, recibió apoyo directo del priista Israel Félix cuando este ocupaba la presidencia municipal de Mineral de la Reforma. Un ejemplo más de cómo los priistas infiltrados en Morena encontraron un hogar cómodo gracias a Mendoza y su grupo. Mientras tanto, las bases del movimiento de AMLO quedaron fuera, traicionadas por quienes debían representarlas.
Pero Mendoza no solo descansa sobre sus laureles pasados, sino que continúa perfeccionando su fórmula a través de Dino Madrid, “el panameño”, quien sigue fungiendo como asesor del caricaturesco presidente de Morena en Hidalgo, Marco Rico. Este último, por cierto, no es más que un personero del priista Osorio Chong, demostrando que el grupo de Mendoza sigue operando como una sucursal del viejo régimen, garantizando que las prácticas corruptas y clientelares de Morena no solo sobrevivan, sino que prosperen.
El colmo de esta tragicomedia es ver a personajes como Carlos Mendoza, que ahora le hace la barba al gobernador Menchaca, haciendo méritos y lisonjas para conseguir un puesto. Pero Menchaca, con su habilidad política, lo mantiene marginado. Una ironía deliciosa para alguien que se dedicó a cerrar puertas a los auténticos militantes de Morena, para abrírselas a priistas y ahora encuentra la suya cerrada.
Al final, el grupo de Mendoza no solo permitió que los priistas entraran a Morena, sino que los convirtieron en los nuevos amos del partido. Así, el sueño de regenerar la vida pública se transformó en una farsa donde los verdaderos traidores son los que vendieron la ideología por un puñado de pesos y un poco de poder.