El origen de la celebración del año nuevo


Arturo Moreno Baños - El Tlacuilo

En la antigua Roma se acostumbraba celebrar el año nuevo el primero de marzo, ya que el día primero de enero no se apreciaba ningún cambio en la naturaleza y nada de ella presagiaba que estuviera por comenzar un nuevo ciclo. La fecha tradicional del primero de enero se empezó a celebrar hasta que el gran Julio César, auxiliado por el matemático Sosígenes, reformó el calendario en el año 46 a. de c. extendiéndolo a 445 días y haciéndolo comenzar el año 45 a. de c. en el primero de enero.

El hecho de que la celebración cayera inmediatamente; después de las fiestas saturnales disgustó a muchos y Tertuliano lo condenó. La censura a tal celebración se hizo oficial durante el concilio de Auxerre y el segundo de Tours (567), a pesar de lo cual Europa occidental festejó el primero de enero a partir de la reforma gregoriana, salvo Inglaterra que no lo hizo sino hasta 1752 y de esta manera podría decirse que se trata más bien de una innovación moderna.

Cada primero de enero los romanos acostumbraban, desde el año 153 a. de c. hacer festejos porque ese día comenzaban a desempeñar su cargo los nuevos magistrados anuales en la época del emperador Augusto, también ese día presentaban ante él para darle sus parabienes, supuesto que cumplía años el tres de enero y había hecho tradicional, desde sus primeros años de gobierno, que los políticos del momento le organizaran entonces un besamanos y le llevaran presentes que, si bien al principio fueron modestos y simbólicos, pues consistían en una jarra de miel y una moneda para que el año le resultase dulce y próspero, pronto se convirtieron en grandes sumas y suntuosos objetos, al grado de que los “strenae”, que así se llamaban los latinos, llegaron a prohibirse en las épocas de los emperadores Arcadio y Honorio.

Esta modificación duró hasta el año 1582 cuando el papa Gregorio XIII volvió a poner al día el calendario, aunque Rusia y parte de Europa oriental se hayan negado a adoptar la innovación hasta tiempos recientes. Julio César intentó que el tiempo se ajustase al curso del sol, y las cosechas, con el Calendario Juliano.


César recuperó la tradición egipcia y dividió el año en doce meses, fechó las estaciones y las festividades haciéndolas coincidir con el momento astronómico en que sucedían. Todo eso cambió cuando el Papa Gregorio XIII, sepultó la medida de tiempo que el Imperio Romano impuso en el año 46 a. de c.

Según el calendario juliano, un año tenía 365 días y seis horas, el tiempo que la Tierra tardaba en dar una vuelta completa al Sol. Un fallo en el cálculo de los decimales (y un desajuste de once minutos) hizo que, con las cuentas de Julio César, por cada cuatro años hubiera uno bisiesto. Este día se añadiría entre el 24 y el 25 del mes de febrero, en aquellos años que fueran divisibles por cuatro.

Pero esta medición estaba desfasada con las estaciones y, en consecuencia, había festividades, como la Semana Santa, que cada vez se celebraban más tarde. Fue el Papa Gregorio quien decidió modificar el tiempo para evitar que terminara coincidiendo con el verano en el hemisferio norte.

La Iglesia Católica se propuso arreglar el desfase. El primer intento se dio en el primer Concilio de Nicea, que había fijado el momento astral en que debía celebrarse la Pascua. Años después, el proyecto se hizo realidad con la decisión del Papa Gregorio XIII de cumplir con los acuerdos del Concilio de Trento. El objetivo era que el equinoccio de primavera en el hemisferio norte fuera el 21 de marzo en vez del día 11, como había comenzado a ocurrir en el siglo XVI.

El Papa encomendó la misión de crear el Calendario Gregoriano a una comisión científica de la que formaba parte el cronologista italiano Luis Lilio, el jesuita Christophorus Clavius, el cosmógrafo Ignazio Danti y en la que también participó el matemático hispano Pedro Chacón. Estos, modificaron la medición del tiempo y Gregorio XIII mantuvo los años bisiestos cuyas dos últimas cifras fueran divisibles por cuatro, pero eliminó los coincidentes con cada centenario (los años múltiplos de cien) y aquellos que se pudieran dividir por 400. En total, este nuevo calendario fijaba 97 años bisiestos de 400, mientras que el de Julio César contaba 100.

Al cambiar la medición del tiempo, el 4 de octubre de 1592 se convirtió en el 5 de octubre de 1592 y diez días desaparecieron para los países que adoptaron el calendario gregoriano. España y Portugal aplicaron la reforma el mismo día que Roma, el 4 de octubre de 1582. Un año después, Felipe II firmó la pragmática de Aranjuez para su adopción en todos sus territorios.

Alemania mantuvo el juliano hasta 1700, Inglaterra hasta 1782, mientras que Rusia no lo cambió hasta 1918 y Grecia hasta 1923. En la actualidad, algunos países ortodoxos mantienen el calendario de Julio César.