Julio Gálvez
Hidalgo vive una historia de continuidades disfrazadas de cambios. Una élite política y empresarial, compuesta por las mismas familias privilegiadas de siempre, ha monopolizado el poder para enriquecerse bajo el amparo del gobierno generando un capitalismo de amigos.
Este grupo, que históricamente operó desde el PRI, ha sabido transformarse en cada coyuntura política para preservar sus privilegios. Así como en los años 90 Jesús Murillo Karam lideró el paso del “viejo PRI” al “Nuevo PRI”, implementando un modelo neoliberal que desmanteló las bases populares del partido, hoy vemos un fenómeno similar con el nacimiento del llamado PRIMOR, donde priistas reciclados han infiltrado a Morena, simulando ser parte de la Cuarta Transformación.
El gatopardismo, tan magistralmente descrito en El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, define perfectamente lo que sucede en Hidalgo: cambiar todo para que nada cambie. La llegada de Morena al poder estatal no significó una transformación real, sino una reconfiguración del mismo grupo que, cambiando de chaleco, se aferró al control político y económico. Mientras los auténticos militantes de Morena y los sectores de izquierda fueron desplazados, los juniors del priismo ocuparon sus espacios, manteniendo intacto el sistema clientelar que sostiene a esta mafia del poder.
La captura de las instituciones y la economía por este grupo es evidente. Los sectores productivos estratégicos, como el transporte público, siguen en manos de políticos o sus aliados cercanos. La imposibilidad de abrir el mercado a plataformas como Uber no es más que un ejemplo de cómo los intereses políticos bloquean cualquier intento de modernización, garantizando que las concesiones sigan en manos de quienes forman parte del sistema, afectando el libre mercado y la libre competencia como sucede en Venezuela. Además, los empresarios que durante décadas se beneficiaron de contratos millonarios en los gobiernos priistas, continúan haciéndolo bajo el amparo de la administración de Morena.
Hidalgo se encuentra atrapado en una economía estancada y dominada por esta mafia del poder, que fomenta la dependencia de la población hacia el gobierno como herramienta de control social. En lugar de promover un desarrollo económico sostenible, la estrategia parece ser perpetuar un sistema donde la mayoría de la población vive al margen del progreso real, mientras una minoría privilegiada disfruta de los beneficios del saqueo institucionalizado.
La supuesta transformación que Morena prometía se ha convertido en una farsa, orquestada por los mismos operadores políticos que durante décadas aplaudieron al PRI. Hoy, los mismos medios de comunicación y empresarios que respaldaron a los gobiernos priistas han adaptado su discurso para legitimar al nuevo régimen, demostrando que, en esencia, nada ha cambiado. La economía controlada, el estancamiento productivo y el monopolio de los recursos no solo mantienen a Hidalgo en la mediocridad, sino que refuerzan un sistema donde los intereses de la mayoría están subordinados a los privilegios de unos cuantos. Así, el cambio verdadero sigue siendo una utopía para los hidalguenses, mientras el gatopardismo perpetúa el status quo.
Es momento de que los ciudadanos de Hidalgo reflexionen sobre su realidad política y el rumbo que desean para el estado. Ya hubo un cambio de partido, del PRI a Morena, pero el verdadero avance democrático no se logra con la sustitución de siglas, sino con la alternancia genuina, donde distintos proyectos políticos puedan competir y ganar las elecciones. La democracia no debe ser un ciclo viciado que repita las prácticas de la “dictadura perfecta”, sino una rueda que gire constantemente, permitiendo la participación de diferentes actores y garantizando que el poder se utilice para servir a la ciudadanía, no para perpetuar privilegios. Solo así Hidalgo podrá romper con el capitalismo de amigos y construir un futuro más justo y equitativo para todos.