Jorge Montejo
¿Quién necesita hospitales funcionales, medicinas o un sistema de salud que no esté en coma cuando podemos tener una espectacular cabalgata de Reyes? Así es, en el Hidalgo del “Primor”, las prioridades están claras: mantener el pan y circo, aunque el pan esté duro y el circo apenas tenga carpa.
Las cabalgatas de Reyes regresan triunfantes, y no porque sean tradición, sino porque sirven como el perfecto telón para que el nuevo régimen, traidor a las bases de Morena y a la izquierda, siga en campaña mientras legitima su llegada traidora al poder.
El PRIMOR, esa alquimia política que junta lo peor de ambos mundos, ha decidido que el espectáculo es más importante que la salud. “Según una encuesta,” dicen, “la gente prefiere cabalgatas a hospitales,” porque claro, nada cura una enfermedad mejor que ver a Melchor, Gaspar y Baltasar repartiendo dulces desde un camión decorado con luces de ferretería. El detalle pintoresco, eso sí, es que los Reyes no llegarán en calles asfaltadas, sino en auténticas rutas de terracería y baches que emulan la travesía a Belén, pero con la modernidad y la pobreza de Hidalgo.
Mientras los Reyes pasan, aplaudidos por multitudes que olvidan el hambre por un rato, se puede vislumbrar a lo lejos el hospital local: ventanas rotas, pintura descarapelada y una fila interminable de gente esperando atención médica que no llega. Pero no importa, porque el político en turno sonríe desde su carro alegórico con un gran letrero de campaña, como si repartir promesas fuera suficiente para reparar el daño hecho a un estado que eligió la esperanza y recibió el espectáculo.
El espectáculo es completo: niños felices por un momento, adultos que ignoran que los impuestos de sus bolsillos no están financiando medicinas, sino caramelos de dudosa procedencia, y funcionarios que aplauden su propia “gestión.” Todo esto, claro, mientras la izquierda auténtica se revuelca en el suelo al ver cómo las bases han sido traicionadas y cómo el discurso de transformación se convierte en otra burla más.
El circo continúa, y mientras Melchor, Gaspar y Baltasar avanzan entre charcos y basura, uno no puede evitar pensar que quizá, después de todo, están mejor preparados para enfrentar la realidad mexicana que los políticos que, desde sus cómodos asientos, creen que el show será suficiente para comprar votos. ¿Y la gente? Bueno, la gente tiene su circo. Por el pan, ya veremos después.
El PRIMOR, esa alquimia política que junta lo peor de ambos mundos, ha decidido que el espectáculo es más importante que la salud. “Según una encuesta,” dicen, “la gente prefiere cabalgatas a hospitales,” porque claro, nada cura una enfermedad mejor que ver a Melchor, Gaspar y Baltasar repartiendo dulces desde un camión decorado con luces de ferretería. El detalle pintoresco, eso sí, es que los Reyes no llegarán en calles asfaltadas, sino en auténticas rutas de terracería y baches que emulan la travesía a Belén, pero con la modernidad y la pobreza de Hidalgo.
Mientras los Reyes pasan, aplaudidos por multitudes que olvidan el hambre por un rato, se puede vislumbrar a lo lejos el hospital local: ventanas rotas, pintura descarapelada y una fila interminable de gente esperando atención médica que no llega. Pero no importa, porque el político en turno sonríe desde su carro alegórico con un gran letrero de campaña, como si repartir promesas fuera suficiente para reparar el daño hecho a un estado que eligió la esperanza y recibió el espectáculo.
El espectáculo es completo: niños felices por un momento, adultos que ignoran que los impuestos de sus bolsillos no están financiando medicinas, sino caramelos de dudosa procedencia, y funcionarios que aplauden su propia “gestión.” Todo esto, claro, mientras la izquierda auténtica se revuelca en el suelo al ver cómo las bases han sido traicionadas y cómo el discurso de transformación se convierte en otra burla más.
El circo continúa, y mientras Melchor, Gaspar y Baltasar avanzan entre charcos y basura, uno no puede evitar pensar que quizá, después de todo, están mejor preparados para enfrentar la realidad mexicana que los políticos que, desde sus cómodos asientos, creen que el show será suficiente para comprar votos. ¿Y la gente? Bueno, la gente tiene su circo. Por el pan, ya veremos después.