#Geopolítica | Julio Gálvez
El presidente electo Donald Trump ha vuelto a encender las alarmas internacionales con su amenaza de imponer aranceles a los productos provenientes de Canadá, México y China, una medida que no solo podría desestabilizar las relaciones diplomáticas de Estados Unidos con sus principales socios comerciales, sino también infligir graves daños a la economía estadounidense y mundial. En una publicación en Truth Social, Trump anunció su intención de imponer un arancel del 25 % a las importaciones desde Canadá y México y otro del 10 % a los productos chinos, justificando su decisión con argumentos vinculados a la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, en particular el fentanilo.
Esta propuesta arancelaria, presentada como una solución unilateral, plantea un grave desafío para las cadenas de suministro globales, en especial aquellas profundamente integradas en el mercado norteamericano desde la firma del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Trump no solo amenaza con violar los términos del acuerdo comercial que él mismo promovió en 2020, sino que también pone en riesgo los beneficios que han resultado de más de tres décadas de comercio libre entre estos países.
El impacto económico de estos aranceles sería devastador para las industrias estadounidenses que dependen de un comercio fluido con sus vecinos del norte y sur. Desde fabricantes de automóviles y agricultores hasta pequeñas empresas, millones de empleos y miles de millones de dólares están en juego. Al imponer un 25 % adicional al costo de los productos importados, muchas mercancías se volverían prohibitivamente caras, lo que paralizaría el comercio y aumentaría los precios para los consumidores. A pesar de las afirmaciones de Trump de que las empresas extranjeras asumirían los costos de los aranceles, la realidad es que son las empresas importadoras las que los pagan, y estos costos a menudo se trasladan a los consumidores en forma de precios más altos.
La propuesta también podría provocar represalias comerciales de Canadá, México y China, que tienen en sus manos herramientas legales y comerciales para responder. Esto no solo podría derivar en una guerra comercial, como lo advirtió un portavoz de la embajada china, sino que también amenazaría la estabilidad económica global en un momento en que la recuperación tras los estragos de la pandemia aún es frágil.
Además, México podría buscar fortalecer su cooperación con China y los países del bloque BRICS, especialmente en el marco del proyecto del corredor transístmico que conecta los océanos Pacífico y Atlántico, para sustituir al Canal de Panamá. Esta infraestructura estratégica permitiría a México atraer más inversiones chinas y servir como un puente comercial hacia Sudamérica y América del Norte, lo que representa un punto de fricción adicional en las ya tensas relaciones comerciales entre Estados Unidos y sus socios. La creciente presencia de empresas chinas en territorio mexicano y su interés por aprovechar estas oportunidades logísticas refuerzan el papel de México como un actor clave en el comercio global, lo que podría resultar en una pérdida de influencia para Estados Unidos.
Por último, imponer aranceles a Canadá y México no resolvería los problemas que Trump utiliza como excusa, como el tráfico de drogas o la inmigración ilegal. En cambio, este tipo de políticas proteccionistas podrían alienar a dos aliados estratégicos y minar la cooperación necesaria para abordar estos desafíos de manera efectiva. En el caso de China, una política agresiva como la que propone Trump no solo fracasaría en reducir la entrada de drogas ilegales, sino que podría consolidar su liderazgo económico global al empujarla hacia alianzas más sólidas con otras economías emergentes.
La estrategia de Trump no solo es un ataque a las relaciones comerciales multilaterales, sino también una amenaza directa al bienestar económico de los mismos ciudadanos que promete proteger. Con sus propuestas, el presidente electo corre el riesgo de sembrar caos económico y diplomático desde el primer día de su mandato, un costo que, irónicamente, recaerá sobre las empresas y consumidores estadounidenses, además de minar la posición de liderazgo de Estados Unidos en el comercio global.
El presidente electo Donald Trump ha vuelto a encender las alarmas internacionales con su amenaza de imponer aranceles a los productos provenientes de Canadá, México y China, una medida que no solo podría desestabilizar las relaciones diplomáticas de Estados Unidos con sus principales socios comerciales, sino también infligir graves daños a la economía estadounidense y mundial. En una publicación en Truth Social, Trump anunció su intención de imponer un arancel del 25 % a las importaciones desde Canadá y México y otro del 10 % a los productos chinos, justificando su decisión con argumentos vinculados a la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, en particular el fentanilo.
Esta propuesta arancelaria, presentada como una solución unilateral, plantea un grave desafío para las cadenas de suministro globales, en especial aquellas profundamente integradas en el mercado norteamericano desde la firma del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Trump no solo amenaza con violar los términos del acuerdo comercial que él mismo promovió en 2020, sino que también pone en riesgo los beneficios que han resultado de más de tres décadas de comercio libre entre estos países.
El impacto económico de estos aranceles sería devastador para las industrias estadounidenses que dependen de un comercio fluido con sus vecinos del norte y sur. Desde fabricantes de automóviles y agricultores hasta pequeñas empresas, millones de empleos y miles de millones de dólares están en juego. Al imponer un 25 % adicional al costo de los productos importados, muchas mercancías se volverían prohibitivamente caras, lo que paralizaría el comercio y aumentaría los precios para los consumidores. A pesar de las afirmaciones de Trump de que las empresas extranjeras asumirían los costos de los aranceles, la realidad es que son las empresas importadoras las que los pagan, y estos costos a menudo se trasladan a los consumidores en forma de precios más altos.
La propuesta también podría provocar represalias comerciales de Canadá, México y China, que tienen en sus manos herramientas legales y comerciales para responder. Esto no solo podría derivar en una guerra comercial, como lo advirtió un portavoz de la embajada china, sino que también amenazaría la estabilidad económica global en un momento en que la recuperación tras los estragos de la pandemia aún es frágil.
Además, México podría buscar fortalecer su cooperación con China y los países del bloque BRICS, especialmente en el marco del proyecto del corredor transístmico que conecta los océanos Pacífico y Atlántico, para sustituir al Canal de Panamá. Esta infraestructura estratégica permitiría a México atraer más inversiones chinas y servir como un puente comercial hacia Sudamérica y América del Norte, lo que representa un punto de fricción adicional en las ya tensas relaciones comerciales entre Estados Unidos y sus socios. La creciente presencia de empresas chinas en territorio mexicano y su interés por aprovechar estas oportunidades logísticas refuerzan el papel de México como un actor clave en el comercio global, lo que podría resultar en una pérdida de influencia para Estados Unidos.
Por último, imponer aranceles a Canadá y México no resolvería los problemas que Trump utiliza como excusa, como el tráfico de drogas o la inmigración ilegal. En cambio, este tipo de políticas proteccionistas podrían alienar a dos aliados estratégicos y minar la cooperación necesaria para abordar estos desafíos de manera efectiva. En el caso de China, una política agresiva como la que propone Trump no solo fracasaría en reducir la entrada de drogas ilegales, sino que podría consolidar su liderazgo económico global al empujarla hacia alianzas más sólidas con otras economías emergentes.
La estrategia de Trump no solo es un ataque a las relaciones comerciales multilaterales, sino también una amenaza directa al bienestar económico de los mismos ciudadanos que promete proteger. Con sus propuestas, el presidente electo corre el riesgo de sembrar caos económico y diplomático desde el primer día de su mandato, un costo que, irónicamente, recaerá sobre las empresas y consumidores estadounidenses, además de minar la posición de liderazgo de Estados Unidos en el comercio global.