Jorge Montejo
En Hidalgo, donde el aire lleva un sutil aroma a barbacoa y corrupción, ser político no es una vocación, es un sueño aspiracional. ¿Por qué luchar por ser astronauta o científico cuando puedes emular a los próceres del PRI que ahora, con un poco de maquillaje político, desfilan orgullosos en Morena? Aquí, la metamorfosis política no se mide en ideales, sino en cuánto puedes acumular al amparo del poder.
El fenómeno PRIMOR no es más que el reciclaje descarado del viejo régimen con un rebranding mal hecho. Los priistas, expertos en sobrevivir a cualquier tempestad, han cambiado su chamarra roja por chaleco guinda, mientras mantienen intacto su manual de corrupción. Es como ver a un lobo con un disfraz de oveja, pero sin ocultar los colmillos.
Y, claro, en esta tierra de oportunidades, los jóvenes no buscan cambiar el sistema; lo sueñan como el trampolín perfecto para su propio enriquecimiento. ¿Por qué no, si sus ídolos son exgobernadores que dejaron una escuela de corrupcion —y cuentas bancarias abultadas—? En Hidalgo, ser político no es solo el camino hacia la fama, sino hacia la impunidad.
Mientras tanto, los medios, esos viejos compañeros de parranda del PRI, ahora son los nuevos fans de Morena. No por amor al arte, sino porque piensan y están acostumbrados a que el cambio de gobierno es solo eso: un cambio de patrón. Aquí no hay periodismo de principios; hay nóminas que pagar, por eso se debe aplaudir y apoyar a los pocos medios verdaderamente independientes.
De esta forma, el uniforme del político hidalguense tampoco se queda atrás: chamarra de gamuza, botas de charol, cinturón piteado y panza prominente. ¿Y el título de “licenciado”? Fundamental, aunque sea más falso que la honestidad de su discurso como sucedió con el ex Director del Archivo General de Notarías, que emitió actos jurídicos sin ser licenciado. Con una Montblanc en la mano y un whisky caro en el escritorio, se sienten los Brad Pitins del erario. Su banda sonora es Alejandro Fernández, y su vida amorosa incluye la rotación de esposas como si fueran cargos en la burocracia.
Mientras tanto, quienes alguna vez lucharon con ideales por la izquierda en Morena han sido relegados. El gobierno ha preferido rodearse de los mismos priistas de siempre, perpetuando el capitalismo de cuates que tanto criticaron. La izquierda real ha sido marginada, demostrando que en Hidalgo, la política no tiene color, solo intereses.
Hidalgo no es un estado, es un espejo de lo que ocurre cuando los ideales son canjeados por camionetas último modelo. Aquí, el cambio no ha llegado; solo cambiaron los nombres en las placas oficiales. ¿Y qué queda? Una lección: en Hidalgo, el poder no transforma, solo enriquece, como nos han enseñado los ex gobernadores en su universidad de la corrupción.
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P.D. El gobierno de Menchaca aún tiene tiempo de reconciliarse con la izquierda y demostrar que una transformación real es posible. Aunque ha sido objeto de críticas, es justo reconocer que Menchaca es una persona decente, y solo alguien con decencia puede liderar un cambio auténtico. Sin embargo, para lograrlo, deberá romper con las costumbres políticas de 94 años de priismo que aún pesan sobre Hidalgo como un lastre. La oportunidad está ahí, y el reloj sigue corriendo.