Jorge Montejo
En el siempre surrealista escenario político de Hidalgo, los actores principales no pierden tiempo para afilar sus dagas y ajustar sus máscaras. La nueva temporada del drama político local tiene como protagonista a Natividad Castrejón, mejor conocido por su apodo poco cariñoso: Gargamel. Este personaje, con aspiraciones dignas de un villano de caricatura, se ha convertido en el fiel escudero de Miguel Ángel Osorio Chong, orquestando una cruzada por el poder en busca de una codiciada silla: la Secretaría de Gobierno de Hidalgo.
¿El objetivo? Desplazar a Guillermo Olivares Reyna, actual secretario de Gobierno y, al parecer, una piedra en el zapato del viejo “Grupo Hidalgo”, ese club exclusivo de políticos que dominó el estado como si fuera su hacienda personal. Olivares Reyna, abogado y funcionario que no responde al clásico molde de la política de compadrazgos, representa un obstáculo para quienes sueñan con recuperar el control total del aparato gubernamental. Pero Gargamel y compañía no están dispuestos a quedarse cruzados de brazos; al contrario, han intensificado sus esfuerzos en una campaña que mezcla intrigas, desinformación y, por supuesto, la habilidad de vender humo como si fueran acciones de una empresa exitosa.
Lo curioso, o más bien patético, es que este intento de golpe político no es tan elaborado como podría esperarse. Natividad Castrejón, con la misma gracia de un elefante en una cristalería, ha hecho evidente su desesperación por el puesto. A través de medios dóciles —esos que aún lloran por el chayote perdido de tiempos mejores—, se ha impulsado la narrativa de que Olivares Reyna “no está a la altura” de las circunstancias. ¿La evidencia? Bueno, como siempre en la política hidalguense, brilla por su ausencia.
El trasfondo es igual de revelador: Castrejón no solo es el principal interesado en desbancar a Olivares, sino que su lealtad hacia Osorio Chong, quien lo ha utilizado como una pieza clave en su tablero de poder, lo coloca como el lacayo perfecto para ejecutar sus órdenes. Chong, en su eterna batalla por mantenerse relevante, parece haber encontrado en Gargamel a su caballo de Troya. Al fin y al cabo, nada como un subordinado sin escrúpulos para cumplir con las tareas sucias del maestro.
Mientras tanto, el gobernador Julio Menchaca, que se ha esforzado por romper con las prácticas del pasado, se encuentra en una encrucijada interesante. Por un lado, enfrenta a una clase política que no ha aprendido a vivir sin privilegios; por otro, a un personaje como Castrejón que se ha dedicado a sabotear, directa o indirectamente, los avances de su administración. Menchaca, al menos por ahora, parece mantener su respaldo a Olivares Reyna, un funcionario que, si bien no perfecto, al menos no pertenece al esquema de subordinación que caracteriza al “Grupo Hidalgo”.
En este teatro de absurdos, Gargamel y sus patrocinadores enfrentan un reto que no tenían previsto: la resistencia de un gobierno que, al menos en este tema, parece dispuesto a no ceder ante las presiones de un grupo político que se niega a aceptar que su tiempo ya pasó. Claro, conociendo a estos personajes, no será sorpresa que intenten nuevos trucos para salirse con la suya. Porque si algo nos ha enseñado la política hidalguense, es que la ambición nunca descansa, y mucho menos cuando de lacayos y titiriteros se trata.
Habrá que esperar para ver si esta temporada termina con Castrejón consiguiendo el puesto que tanto anhela o con un merecido fracaso. Por ahora, lo único seguro es que, en Hidalgo, la política sigue siendo una tragicomedia donde los villanos siempre buscan robarse el show.