Julio Gálvez
En el último mes, la situación en el Medio Oriente ha alcanzado un punto crítico con la escalada de conflictos entre Israel y sus vecinos. Israel ha intensificado su campaña militar en Gaza, replicando en dos semanas la destrucción masiva que llevó a cabo durante un año. Esta devastación no solo ha dejado un saldo arquitectónico catastrófico, sino que ha forzado a más de 1.2 millones de libaneses a desplazarse hacia Siria.
La ofensiva israelí ha sido especialmente brutal en los barrios chiítas de Dahye, en el sur de Beirut, y en la región de Bekaa. El término “Dahye” significa “periferia” en árabe, y desde la primera guerra de Israel contra Hezbollah hace 18 años, el ejército israelí ha adoptado una estrategia de destrucción sistemática de infraestructura civil para debilitar a sus enemigos. Esta táctica, conocida como “domicidio”, implica el uso de fuerza desproporcionada con el objetivo deliberado de atacar a civiles y su infraestructura, desafiando las leyes internacionales y los principios de una guerra justa.
El término “domicidio” deriva del latín “domus” (hogar) y se refiere a la destrucción planificada y deliberada de hogares, causando sufrimiento a sus habitantes sin distinción de edad. Esta estrategia refleja el nihilismo irredentista y desregulado que ha caracterizado a los diferentes gobiernos de Israel en sus acciones contra palestinos y otros vecinos en los últimos 76 años. Esta postura forma parte del código talmúdico y cabalístico de Israel, que se manifiesta hoy en el kahanismo del “Gran Israel”.
La reciente “derrota” del presidente ucraniano Volodymyr Zelenski, declarada por Donald Trump, ha acelerado la dinámica irredentista del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Israel ha intensificado sus ataques mediante operaciones de ciberguerra del Mossad, la decapitación de líderes de Hezbollah y la invasión del sur de Líbano, buscando imponer un “nuevo orden medio-oriental”. En respuesta, Irán lanzó misiles hipersónicos que destruyeron la base militar israelí de Nevetim, cerca de la planta nuclear de Dimona, aunque Israel ha mantenido este hecho bajo estricta censura.
La geopolítica del Medio Oriente ha cambiado drásticamente desde el 7 de octubre de 2023. Las seis petromonarquías árabes del Golfo Pérsico ya no son enemigas de Irán, gracias a la diplomacia china que ha acercado al país persa con Arabia Saudita, ambos miembros de los BRICS+. Los chiítas han superado sus divisiones teológicas y geopolíticas para defender tanto a los sunnitas palestinos como a los chiítas libaneses.
El sermón del viernes del Ayatolá Ali Khamenei, transmitido en árabe por Al Jazeera, destacó esta transformación teológica, cultural y étnica, más duradera que las invasiones militares, aunque ha sido censurada por los medios occidentales.
Israel, abrumado por su deseo de venganza, se enfrenta a una bifurcación nihilista: la destrucción de las instalaciones nucleares pacíficas de Irán o de sus instalaciones petroleras, lo que podría llevar al cierre del estrecho de Ormuz y un aumento significativo en los precios del petróleo, afectando las aspiraciones políticas en Estados Unidos.
La feroz respuesta punitiva de Israel busca reafirmar su “deterrence” (persuasión por el terror) mediante su “dominio escalatorio” como único hegemón viable en la región. La pregunta ahora es cómo responderá Irán tras este segundo ataque directo. ¿Mantendrá Irán su capacidad de lanzar misiles hipersónicos contra Dimona? La incertidumbre persiste, y solo el tiempo revelará la magnitud de la venganza punitiva de Israel y la respuesta de Irán en este escenario cada vez más tenso.