Arturo Moreno Baños
El Tlacuilo
Ahora más que nunca una leída a las ideas de Alexis de Tocqueville es de suma importancia ya que ha sido referida su obra en múltiples ocasiones en lo que va de este sexenio.
Incluso se ha tomado como referencia a este
personaje como justificación para una reforma judicial, pero… ¿Qué escribió
realmente Tocqueville sobre esto?
La paradoja fundamental de la democracia, tal
como la interpreta Tocqueville, es que la igualdad de condiciones sea tan
compatible con la tiranía como con la libertad. La libertad exige esfuerzo y
vigilancia; es difícil de alcanzar, y fácil de perder.
Sus excesos son evidentes a todos, mientras sus
beneficios fácilmente pueden escapar a nuestra atención. Por otra parte, las
ventajas y los placeres de la igualdad se sienten al momento, sin requerir
ningún esfuerzo.
Según su concepción de la igualdad como “estado
de ánimo”, las personas son empujadas a desear bienes que no pueden obtener,
pero la competencia es tal que cada cual tiene pocas probabilidades de realizar
sus ambiciones.
Además, la pugna por satisfacer estos deseos no
es equitativa; la victoria es inevitablemente de quienes poseen habilidades
superiores. De este modo la democracia despierta una conciencia del derecho de
todos a todas las ventajas de este mundo, pero frustra a los hombres que tratan
de alcanzarlas. Esta frustración causa envidia. Por ello el hombre busca una
solución que satisfaga su deseo más intenso, liberándolo de la angustia que eso
le causa. De este modo, la igualdad prepara al hombre a prescindir de su
libertad para salvaguardar la igualdad misma.
En una sociedad en que todos son iguales,
independientes e impotentes, solo hay un medio, el Estado, especialmente
capacitado para aceptar y para supervisar la rendición de la libertad.
Tocqueville llama nuestra atención hacia la creciente centralización de los
gobiernos: el desarrollo de inmensos poderes tutelares que, de buena gana,
aceptan la carga de dar comodidad y bienestar a sus ciudadanos.
Los hombres democráticos abandonarán su
libertad a estas poderosas autoridades a cambio de un despotismo blando, que
provea de seguridad a sus necesidades y facilite sus placeres. Es decir, el
vaciado de la política democrática a favor de un Estado benevolente que nos lo
da todo para consumir pero que inevitablemente nos priva de libertad. De nuevo,
ecos muy modernos.
Tocqueville argumentaba que semejante gobierno
no era incompatible con las formas de la soberanía popular.
El pueblo en conjunto muy bien puede consolarse
sabiendo que él mismo eligió a sus amos. De ahí que la democracia origine una
nueva forma de despotismo: la sociedad se tiraniza a sí misma.
Para el autor francés la aparente homogeneidad
de la sociedad democrática oculta que los talentos son fuentes inagotables de
heterogeneidad ya que la capacidad intelectual está desigualmente distribuida.
Los muchos, si reconocen estos hechos, tratan de anularlos. Por ello sustituyen
la superioridad intelectual de los pocos por una superioridad debida a
consideraciones de cantidad.
Esto, observa Tocqueville, señala un nuevo
fenómeno en la historia de la humanidad que obsesionaría a todo el liberalismo
de la época. La tiranía de la mayoría exige una conducta conformista. Sostener
en un asunto importante una opinión contraria a la establecida no solo es
imprudente o inútil, es casi deshumanizador. La tiranía mayoritaria sobre los
espíritus de quienes sostienen una opinión contraria y mejor fundamentada hace
que la disposición de la democracia a la mediocridad sea absoluta.
En América, refiere Tocqueville, la mayoría
ejercía una omnipotencia legislativa, situándose por encima del poder ejecutivo
(por la importancia que cobraban las asambleas en la vida diaria) y del
judicial (puesto que también los jueces eran elegidos por el pueblo).
Pero la mayoría ejerce su tiranía
principalmente a través de la conformidad social. Así, actúa sobre la libertad
de prensa e impone una sutil censura debilitando la independencia de juicio y
la capacidad de crítica hasta influir en el carácter nacional —de nuevo, suena
familiar—. Quebrada la opinión disconforme, ejerce una violencia intelectual
que engendra un estado generalizado de pasividad y apatía que abre las puertas
a esa nueva forma de despotismo.
Los hombres que se rinden a esta blanda y
cómoda tiranía son los hombres de la nueva mayoría materialista.
Dado que sus deseos han sido superiores a sus
oportunidades y están atemorizados por la perspectiva de perder lo que tienen,
los de la mayoría se vuelven hacia el Gobierno como único poder capaz de
proteger sus derechos y sus bienes.
El nuevo despotismo es una forma que puede
adquirir la tiranía mayoritaria. Parece pues que el espíritu de la democracia,
de la igualdad de condición, haría inevitable la tiranía de la comodidad, la
renuncia a la libertad y la autonomía política como un bien preciado.