La construcción artificial de la identidad mexicana



Julio Gálvez

El sentimiento de inferioridad es un sello distintivo del mexicano, como lo señala Octavio Paz en "El laberinto de la soledad". Este sentimiento surge desde la conquista española y forma parte del bagaje cultural derivado del choque entre dos culturas milenarias. Se desarrolla desde el seno materno como producto de una violación: la madre indígena violada y ultrajada por el conquistador.

Los mexicanos contamos con un pasado rico en historia y raíces, lo que nos diferencia en un primer plano de otras culturas. Nuestro bagaje cultural es inmenso, somos producto de un pueblo milenario conquistado y conformado por una mezcla de traumas generados por la conquista española. Estos sentimientos, heredados de generación en generación, nos convirtieron en pueblo sumiso al poderoso.

La clase política que nos gobierna ha explotado este sentimiento de inferioridad y ha fabricado, a través de medios de comunicación, cine, literatura, telenovelas, música y la educación oficial, un conjunto de héroes y símbolos patrios para crear un estereotipo de mexicano nacionalista, machista, fiestero, violento, pero a la vez sumiso y desinteresado de los problemas nacionales. Esto se hizo con la finalidad de someter al pueblo a un gobierno controlado por políticos que encontraron legitimación social en una historia de México falsificada.



La independencia de México fue, en gran medida, un movimiento políticamente controlado por los Reyes de España. En 1808, Napoleón Bonaparte impuso a su hermano José Bonaparte como cabeza de la Monarquía española. Para evitar la expansión del imperio francés hacia la Nueva España, los monarcas españoles impulsaron una lucha independentista. En este contexto, Miguel Hidalgo no fue el verdadero padre de la patria. En 1810, España enfrentaba una invasión francesa y Fernando VII, el rey derrocado, simuló un movimiento de independencia en la Nueva España para evitar la expansión francesa. En el Grito de Dolores, Hidalgo proclamó: "¡Viva Fernando VII y muera el mal gobierno!".

En julio de 1812, el duque de Wellington, al frente de un ejército anglohispano, derrotó a los franceses en Arapiles, expulsándolos de Andalucía y amenazando Madrid. Tras la catastrófica campaña de Rusia a comienzos de 1813, las tropas aliadas expulsaron definitivamente a José Bonaparte de Madrid. En consecuencia, en la Nueva España, el movimiento de independencia se salió de control debido a la enorme desigualdad social, y surgieron rebeliones a lo largo del territorio. El 14 de septiembre de 1813, José María Morelos plasmó en sus "Sentimientos de la Nación" las ideas de los criollos y las pretensiones del campesino, reconociendo que América era libre e independiente de España y de cualquier otra nación.

A principios de 1814, Fernando VII regresó al trono y el movimiento de independencia perdió sentido para España. No fue hasta el 24 de octubre de 1821, cuando Agustín de Iturbide promulgó el "Plan de Iguala", que se reconoció por primera vez la independencia de México. El 24 de agosto de ese mismo año, se ratificó lo establecido en dicho pacto a través de los Tratados de Córdoba, y Juan de O'Donojú, jefe político de la corona, aceptó la libertad política de México.



El 27 de septiembre de 1821, se consumó la independencia con la entrada del ejército de las tres garantías, al mando de Iturbide, a la capital del país. El 28 de septiembre de ese mismo año, conforme a lo establecido por el "Plan de Iguala", se instaló la junta provisional gubernativa y se eligió a Agustín de Iturbide como emperador.

Debido a la fuerza política acumulada por Iturbide, el 19 de marzo de 1823, el Congreso decidió exiliarlo de México. El emperador recibió asilo político en Italia, pero tuvo que trasladarse a Inglaterra debido a la presión de España. A pesar de su exilio, la situación en México empeoró, lo que llevó a Iturbide a regresar y ofrecer su espada para defender a su patria.

El 15 de julio de 1824, Iturbide desembarcó en tierras mexicanas y fue hecho prisionero. Cuatro días más tarde, fue fusilado en Padilla. Al momento de su ejecución, Iturbide mostró dignidad y dirigió unas palabras a la multitud que presenciaba la escena. Su cuerpo fue enterrado en un hoyo frente a la iglesia del pueblo.

Sin embargo, durante el Porfiriato, la clase política  modificó la historia de México para legitimar su acceso al poder. Fabricaron un movimiento revolucionario falso y crearon nuevos héroes y símbolos patrios que someten a los mexicanos a un gobierno de apariencias.

Así nació el Partido Nacional Revolucionario, un partido político inspirado en las ideologías de una clase política conservadora que modificó la historia de México para legitimarse en el poder. Estas ideologías priorizan la estructura del Estado sobre los derechos humanos y utilizan instituciones, héroes y símbolos patrios para controlar a las masas a través de un nacionalismo hueco. Cada 15 de septiembre, refuerzan este control mental sobre el pueblo.



El Partido Nacional Revolucionario, que se convirtió en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), programó mentalmente al pueblo implantándole un nacionalismo revolucionario cimentado en estereotipos. Los discursos nacionalistas de nuestra clase política han defendido los mitos sobre el mexicano, legitimando su poder.

Las élites intelectuales y los medios de comunicación como Televisa y TV Azteca, comprados por el gobierno, han castrado irremediablemente al indígena, al campesino y al proletariado, construyendo versiones de mexicanidad cimentadas en el sentimiento de inferioridad. Estereotipos como la explosividad del mexicano, su machismo, y su sumisión han sido utilizados para legitimar el poder del Estado.

Roger Bartra, en su libro "La Jaula de la Melancolía", habla del mexicano como una creación artificial fabricada por las redes imaginarias de poder. Estas redes son el poder político, las ideas políticas, los programas políticos, los mitos y la cultura nacional que cumplen una función dentro del sistema de dominación característico del gobierno.

La clase política que emanó de la Revolución Mexicana utilizó la educación pública, el cine, la literatura, las telenovelas, la gastronomía y la música para crear una identidad falsa. Hasta las películas de la "Época del Cine de Oro" retratan a un mexicano alburero, tramposo, fiestero, violento y machista. Esta identidad falsa se ha convertido en la metáfora del subdesarrollo permanente y del progreso frustrado.



El machismo es una característica representativa del mexicano a nivel mundial. Este sentimiento es producto del complejo de inferioridad del mexicano, que ve en el machismo su mejor expresión. El mexicano, tradicionalmente hostil, tiende a reaccionar violentamente para elevar su autoestima y demostrar su hombría.

Roger Bartra encuentra en el axolote la representación zoológica del mexicano. Como el axolote, el mexicano es un ser incompleto y melancólico, incapaz de alcanzar la madurez. Su capacidad de adaptación es por defecto, y sobrevive gracias a la cotidianidad.

Definir el carácter nacional no es un problema filosófico o psicológico, sino una necesidad política de primer orden. Para replantear la psicología del mexicano es necesario replantear el discurso nacionalista, aboliendo su sentido excluyente y sumiso, y proponiendo la evolución hacia la madurez.