#Opinión | Jorge Montejo
Ah, Hidalgo, el estado donde el éxito político se mide en cuántos favores puedes deber y a cuántos amigos prestanombres puedes invitar a la fiesta del erario. En esta tierra de oportunidades, los jóvenes ya no sueñan con ser astronautas o científicos; su verdadero objetivo es convertirse en políticos para emular a sus ídolos del PRI ahora reciclados en Morena, quienes han perfeccionado el arte de robar impunemente.
La mafia del poder, con su ingenio sin igual, ha logrado un truco de magia digno de David Copperfield: disfrazarse de morenistas para seguir reinando sin interrupciones. Pero no nos dejemos engañar, esta transformación no es más que una ilusión óptica para mantener el mismo esquema de discriminación y bloqueo a los verdaderos izquierdistas.
Y pensar que Hidalgo podría ser un paraíso de cultura y talento, ubicado estratégicamente en el corazón de México. Tenemos músicos, deportistas, artistas y profesionistas brillantes, pero, claro, la verdadera distinción del estado es su asombroso nivel de corrupción, cortesía de nuestros políticos de alta ética.
La lambisconería es el motor que mueve el sistema político hidalguense. Después de años de perfeccionar el arte de hacer la barba y lamer botas, nuestros políticos ven sus vidas transformarse de forma espectacular. De repente, el sushi reemplaza a la tortilla y los frijoles, la moda sufre una metamorfosis, y la camioneta último modelo estilo sicario se convierte en el nuevo juguete favorito. Frente al espejo, ya no ven a un simple mortal; ven a un Brad Pitin en todo su esplendor.
La moda política hidalguense merece un apartado especial. Imagina a nuestro político estereotipado con su chamarra piteada o de gamuza, botitas setenteras de charol o botas vaqueras, calcetines transparentes onda media, traje sin corbata para verse juvenil, pantalón caqui o de traje, cinturón piteado, panza prominente y un bronceado de mitin que ni los influencers podrían envidiar.
Con el poder en la mano, nuestros políticos adoptan una actitud de intelectuales sin haber pisado una universidad. Portan plumas Montblanc sin saber escribir y sueñan con llegar a ser presidentes municipales, diputados, senadores y gobernadores. El whisky se convierte en su bebida de cabecera porque, claro, es lo que hacen los grandes grillos. En sus oficinas, nunca falta la foto donde saludan a un grillo de mayor rango, y el título de "licenciado" se convierte en un must-have, aunque nunca hayan completado un semestre.
¿Y qué hay de la música? Un tema lastimoso. Cuando se sienten sofisticados, escuchan a Alejandro Fernández, pero lo más importante es que cada espécimen reptiliano en la política hidalguense carece de valores, buscando el poder únicamente para sentirse finolis. Sus vidas sentimentales reflejan sus ambiciones: cambian a sus esposas por mujeres más jóvenes y materialistas, con un concepto de belleza anclado en los ochentas viendo a Lola la Trailera.
La metamorfosis política no estaría completa sin mencionar el trato hacia las mujeres en las dependencias públicas. Casos de acoso y violencia sexual son moneda corriente, y los feminicidios apenas son un ruido de fondo en la sinfonía de corrupción y desdén.
Pero no todo es color de rosa ni siquiera para los grillos que alguna vez se identificaron como líderes de izquierda. Aquellos cuyo sueño siempre fue trabajar para el gobierno, han encontrado en el poder su verdadera vocación: venderse por un puesto de quinta, abandonando sin remordimientos el movimiento de izquierda. Estos adalides del cambio, ahora convertidos en burócratas de pacotilla, han demostrado que el precio de sus ideales era sorprendentemente bajo.
En Hidalgo, el dinero es el verdadero dios. Cuánto tienes, cuánto vales. ¿Dónde estamos entonces? En un estado subdesarrollado, donde nuestros políticos-magnates creen tener el poder por encima de la dignidad de las personas. Han perdido el piso en su mundo de lambisconería y simulación.
Ni políticos, ni Brad Pitins: lo que tenemos son grillos simuladores sin ética que aspiran a la política solo para enriquecerse y, por supuesto, quedar impunes.