Julio Gálvez
La reelección de Nicolás Maduro y la continuidad del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en el poder han puesto de manifiesto los peligros de permitir que un solo programa de gobierno se establezca por más de seis años, consolidando una especie de dictadura perfecta. La perpetuación de la misma clase política no solo erosiona la democracia, sino que también sofoca la diversidad de ideas y la posibilidad de un verdadero progreso.
Millones de venezolanos están saliendo a las calles a protestar contra lo que consideran una dictadura y un repugnante fraude electoral. Las escenas de miles de personas retirando retratos de Maduro y derribando estatuas de Hugo Chávez en varias ciudades reflejan el profundo descontento y la desesperación de un pueblo que siente que su voz ha sido silenciada.
Las acusaciones de fraude electoral son particularmente alarmantes. Según informes, el 47% de las actas confirmaría la victoria de Edmundo González con una ventaja de 40 puntos. Esta discrepancia pone en duda la legitimidad del proceso electoral y subraya la manipulación del sistema por parte del gobierno para mantener el poder a toda costa.
La permanencia de Maduro en el poder, comenzando su tercer mandato que se extenderá de enero de 2025 a enero de 2031, es un ejemplo claro de los peligros de un régimen que se perpetúa sin alternancia. La falta de una oposición efectiva y la concentración del poder en una sola figura o partido político convierten a la democracia en una mera fachada. La continua influencia de la misma clase política no solo frena el desarrollo, sino que también perpetúa prácticas corruptas y autoritarias.
En Venezuela, el sistema de gobierno no aplica los principios de una izquierda moderna como la que se observa en los países nórdicos de Europa, donde existen sociedades del bienestar. En lugar de ello, se practica un comunismo arcaico que ha demostrado ser ineficaz y destructivo. Las naciones escandinavas, con sus modelos de bienestar social, han logrado equilibrar equidad y eficiencia económica, garantizando altos estándares de vida, acceso universal a servicios de salud y educación, y robustas redes de seguridad social. Este contraste subraya aún más la regresividad del sistema venezolano, que lejos de promover el bienestar de su población, ha sumido al país en una crisis económica y humanitaria sin precedentes.
En un sistema donde el gobierno busca controlar todos los aspectos de la vida pública, incluyendo el gremio de abogados y el sistema judicial, la independencia y la justicia se ven gravemente comprometidas. La capacidad del estado para influir en jueces y magistrados en asuntos que le resultan incómodos socava la integridad del sistema judicial y elimina cualquier posibilidad de oposición efectiva.
Es imperativo que la comunidad internacional y los defensores de la democracia presten atención a la situación en Venezuela. La lucha de los venezolanos por recuperar su país de las garras de un régimen autoritario debe ser apoyada y reconocida. Solo a través de la alternancia en el poder y el respeto a los procesos democráticos se puede garantizar un futuro justo y próspero para Venezuela.
Por primera vez, los venezolanos no deben rendirse. La movilización masiva y la resistencia pacífica son cruciales para desafiar y eventualmente desmantelar la dictadura perfecta que se ha instaurado. La determinación del pueblo venezolano para lograr un cambio real debe ser un recordatorio para todos nosotros de que la lucha por la libertad y la democracia nunca debe cesar.
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PD. El término "dictadura perfecta" fue acuñado por el escritor peruano Mario Vargas Llosa para describir el sistema político del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México. Vargas Llosa argumentaba que, a pesar de operar bajo la apariencia de una democracia, el PRI había logrado mantenerse en el poder durante más de 70 años mediante un control total de las instituciones, la manipulación electoral, la cooptación de la oposición y la represión selectiva. Este sistema permitía una estabilidad política y una fachada de legitimidad democrática, mientras que, en realidad, funcionaba como una dictadura encubierta donde el poder se perpetuaba sin verdadera alternancia ni rendición de cuentas.