Jorge Montejo.
En Hidalgo, la mafia del poder ha demostrado una habilidad impresionante para reinventarse y mantenerse en el control, ahora bajo el estandarte de Morena. Este fenómeno, una obra maestra del gatopardismo, ha permitido a los grupos políticos priistas de antaño infiltrarse en Morena, desplazando a la izquierda auténtica y asegurando que sus privilegios permanezcan intactos en esta nueva etapa de la vida pública nacional.
No es casualidad que veamos a políticos del PRI siendo tratados como ídolos por los morenistas. En un escenario donde los ideales parecen escasear, estos camaleónicos personajes han sabido capitalizar su experiencia en el arte del poder y la impunidad. Así, el electorado asiste perplejo a
la transformación de viejos conocidos en los nuevos salvadores de la patria, todos ellos milagrosamente libres de las manchas del pasado, gracias a su habilidad para navegar las corrientes del poder sin mojarse.
Como si se tratara del lado B de los discos de antaño, los priistas han mandado a sus políticos prianistas al lado B de la política, intentando engañar a la gente con una fachada de renovación. Estos políticos reciclados, que en su momento protagonizaron escándalos y controversias, ahora aparecen bajo una nueva luz, prometiendo cambios y transformaciones mientras mantienen intacto el antiguo sistema de privilegios y corrupción.
La estrategia ha sido tan efectiva que, a pesar de los discursos de cambio y renovación, los mismos nombres y caras continúan ocupando posiciones clave dentro de la política hidalguense. La transformación de Hidalgo no es más que un espejismo, donde la mafia del poder ha colocado sus piezas de ajedrez con meticulosa precisión, garantizando que, pase lo que pase, ellos siempre tendrán la mano ganadora.
Mientras tanto, el público observa con una mezcla de resignación y asombro cómo estos ídolos, que se enriquecieron impunemente a costa del poder, son ahora aclamados como campeones de la nueva era. En esta tragicomedia política, queda claro que el verdadero cambio es solo superficial, una capa de pintura fresca sobre el mismo edificio antiguo y corrupto que ha dominado la escena por décadas. Bienvenidos a Hidalgo, donde todo cambia para que nada cambie.