Julio Gálvez.
En México, la política ha estado marcada por décadas de prácticas donde la hipocresía y los intereses personales han predominado, relegando las diferencias ideológicas entre derecha e izquierda a un segundo plano. Durante años, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) dominó el panorama político, asegurando victorias en casi todos los puestos de elección popular mediante un sistema que favorecía la continuidad y el control.
La historia comenzó a cambiar a partir de los años ochenta, cuando algunos estados como Baja California, Chihuahua, Durango y Yucatán experimentaron fenómenos que rompieron la hegemonía del PRI. En estos lugares, partidos como el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y el Partido Acción Nacional (PAN) empezaron a ganar terreno, aunque no sin controversias y violencia política. Estas victorias ocasionales sembraron las semillas del debate sobre la posibilidad de un sistema bipartidista en México.
Este debate cobró mayor relevancia con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en 2018, quien llegó al poder con la promesa de transformar la política mexicana. Bajo su liderazgo, el sistema electoral ha mostrado una tendencia hacia la polarización, con una clara inclinación de las fuerzas políticas hacia la derecha y la izquierda. Los críticos de AMLO argumentan que esta polarización está dividiendo al país, pero también se puede interpretar como un paso hacia la definición ideológica del sistema político.
La reforma electoral propuesta por la administración actual podría ser un catalizador para este cambio hacia el bipartidismo. En un país acostumbrado a un sistema multipartidista, esta transición no es sencilla y enfrenta resistencia. Sin embargo, la fragmentación y pérdida de apoyo de partidos tradicionales como el PRI, y el fortalecimiento del PAN y el partido de AMLO, MORENA, sugieren que el camino hacia un sistema bipartidista está cada vez más definido.
El proceso no es nuevo. Entre julio de 1983 y marzo de 1985, México vivió veintidós procesos electorales para renovar legislaturas locales en diversas entidades federativas, y dieciocho elecciones para renovar presidencias municipales. En estas elecciones, aunque el PRI mantuvo su dominio en la mayoría de los casos, emergieron desafíos significativos que cuestionaron su hegemonía y propiciaron un ambiente de debate sobre la democratización del sistema electoral.
El ascenso del PAN y la pérdida de apoyo del PRI se han mencionado como bases para la hipótesis del bipartidismo. Además, el apoyo de sectores de la burguesía mexicana al PAN, y la supuesta intervención de fuerzas externas como Estados Unidos, han alimentado la discusión sobre la viabilidad de un sistema bipartidista en México. Sin embargo, la complejidad de la vida política mexicana y su relativa autonomía frente a presiones externas hacen que cualquier predicción sobre el futuro político sea incierta.
En conclusión, México se encuentra en una encrucijada. La transición hacia un sistema bipartidista podría traer mayor claridad ideológica y fortalecer la democracia, pero también conlleva desafíos significativos. La historia y el desarrollo político reciente sugieren que el país está avanzando hacia una definición más clara de sus fuerzas políticas. El futuro inmediato del sistema electoral mexicano depende de cómo se manejen estas transiciones y de la capacidad de las instituciones para adaptarse a los nuevos tiempos.