La crónica de un triunfo anunciado.

Arturo Moreno Baños - El Tlacuilo

La crónica de un triunfo anunciado

Las próximas elecciones serán históricas, sin duda alguna. El hecho de que surja de esta elección una mujer como la próxima dirigente del ejecutivo es un hecho por demás esperado, desde el año 1953 en el que las mujeres por vez primera pudieron votar hasta nuestros días en los que la equidad de genero se ha manifestado.

Lamentablemente para México la primera mujer que pasará a la historia como presidenta y que tiene amplias oportunidades para ganar no es exactamente la mas independiente del actual presidente ya que a todas luces pareciera ser ella “La sombra del caudillo” y tal como sucedió el siglo pasado con Plutarco Elías Calles seguramente ella iniciará un Maximato en el que la sombra de López Obrador no estará ausente.

Una victoria anunciada desde, incluso, antes de iniciar las campañas electorales ya estaba dada. Y tal como acontecía antes al viejo estilo PRI el nuevo partido hegemónico, Morena, lleva a cabo elecciones poco convincentes para una naciente democracia que anhelaba y creía en un cambio real mas no uno creado desde la visión de un presidente que busca perpetuar su influencia a través de una futura presidenta títere.

En las elecciones federales del 6 de julio de 1958, Adolfo López Mateos obtuvo más del doble de los votos que su predecesor, Adolfo Ruiz Cortines. Buena parte de esa diferencia se debió a que, por primera vez, las mexicanas votaron para elegir presidente.

Se habían registrado 3,851,965 mujeres, de un total de 10,422, 122 empadronados. Faltaron 2,718,192 mujeres para que hubiese paridad.

Dado que ya se sabía quién iba a ganar, y que los votos tardaban días en contarse, la noticia destacable al día siguiente no fue el resultado. A ocho columnas, El Informador publicó: “Salvo pequeños incidentes, la elección fue pacífica”, y también “La intervención de la mujer fue un factor de respeto”.

La misma noticia se destacó luego de las elecciones de 1964. “Hubo tranquilidad y orden durante los comicios”. Era natural el contento por una jornada apacible, puesto que la costumbre había sido otra.

Años antes, cuando Manuel Ávila Camacho compitió con Juan Andreu Almazán, los encabezados de la prensa hablaron de la violencia.

“Hubo numerosos encuentros a balazos que arrojaron una buena cantidad de muertos y heridos”. La edición original de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, de Daniel Sada, llevaba una fotografía de Robert Capa titulada “La primera víctima del día de las elecciones, ciudad de México, 7 de julio de 1940”. Quién sabe cuántos muertos hubo. La nota del New York Times fue “47 Slain as Mexico votes”. Aparte de los muertos, contaban más de trescientos heridos.

El todavía presidente Lázaro Cárdenas no pudo votar porque los almazanistas habían bloqueado su casilla. Entonces hizo una gira por la ciudad, donde le informaron que en Tepito “varios niños habían sido muertos por arma de fuego”.

Entre los heridos, hubo dos gringos que andaban de mirones. Uno de ellos, Edward J. Mallen, de 35 años, originario de Wyoming, “recibió una bala en el estómago y no se espera que sobreviva”.

Al final de la jornada, Cárdenas pidió a un chalán que le enviaran la boleta a los Pinos, antigua morada presidencial, para votar desde ahí. Privilegios de la presidencia.

Pasados tres días de las elecciones, inició el entierro de los muertos, sobre todo almazanistas. Esto sirvió también como manifestación política. Un multitudinario cortejo con seis féretros desfiló frente a las oficinas del entonces llamado Partido de la Revolución Mexicana. Los votos se comenzarían a contar hasta el cuarto día. Nada que ver con los sistemas de conteo rápido.

A falta de una autoridad electoral, los cómputos eran realizados por integrantes de los partidos en un rosario de Amozoc. Además, el PRM tenía hartas bandas de pistoleros que amenazaban a quienes quisieran contar votos a favor de Andreu Almazán. El fraude orquestado por el partido de Cárdenas fue bastante mayor que el que padecería su hijo tiempo después a manos del mismo partido.

Los procesos electorales han cargado con defectos desde tiempos remotos. Aunque la democracia ateniense merece nuestro aplauso por haber nacido y existido hace dos mil quinientos años, es con frecuencia criticada por no haberle dado el voto a las mujeres. Dado que no era un sistema representativo sino directo, habría que preguntarse si la influencia de esas mujeres sobre sus maridos fue mayor a la que cualquiera de nosotros tiene sobre nuestros diputados.

En el México de 1970, cuando depositó su voto, Díaz Ordaz habló como si leyera un discurso: “Agradezco a este noble y extraordinario pueblo mexicano toda la confianza que ha depositado en el régimen que tengo el honor de presidir, y tengo la seguridad de que hoy nuevamente, con su voto, marcará en forma acertada los destinos del país para los próximos años”.

El pasado dice cosas que el presente calla pero repite.