Julio Gálvez
La soberbia, esa insidiosa sombra que se cierne sobre los pasillos del poder, puede convertirse en el destructor silencioso de un gobierno incluso con las mejores intenciones. Aunque un gobernador pueda estar animado por nobles propósitos, su éxito se ve amenazado cuando la soberbia se instala en su equipo, alejándolo del pueblo y acercándolo peligrosamente al influyentismo.
La naturaleza de la soberbia en el ámbito político es un fenómeno complejo y, a menudo, destructivo. Esta actitud desmedida se manifiesta en una confianza excesiva, alejando a los líderes de la realidad y conduciéndolos por el camino peligroso de la desconexión con las necesidades y aspiraciones del pueblo.
En el contexto del gobierno encabezado por Menchaca, la soberbia parece haberse infiltrado en su gabinete. Algunos de su equipo que no obtuvieron la gubernatura de Hidalgo por méritos propios, sino gracias a AMLO, podría estar viviendo en una burbuja de engaño y oportunismo. El éxito obtenido no necesariamente por sus capacidades individuales, sino más bien por la ola política que los llevó al poder, podría haber creado una percepción distorsionada de sus habilidades y contribuciones.
La soberbia, al alejar al gobernador y su equipo del pueblo, fomenta el distanciamiento con la realidad cotidiana de la ciudadanía. La concentración en el influyentismo y la pérdida de la conexión con la base que los eligió pueden conducir a decisiones desconectadas de las verdaderas necesidades y expectativas de la población.
La falta de humildad y la creencia errónea de que el poder otorga una posición privilegiada pueden convertir al equipo gubernamental en una élite que se percibe a sí misma como intocable. Esto no solo erosiona la confianza pública, sino que también da paso a prácticas políticas que pueden socavar las buenas intenciones iniciales del gobierno.
En resumen, la soberbia puede ser un veneno que corroe desde adentro. Para preservar la integridad y el propósito de un gobierno con buenas intenciones, es esencial que el liderazgo se mantenga humilde, conectado con la realidad del pueblo y comprometido con el servicio público genuino. En un escenario político donde la soberbia se presenta como un destructor implacable, la clave radica en recordar que el verdadero poder emana del pueblo y se sustenta en la responsabilidad y el servicio a la comunidad.