Julio Gálvez.
El estado de Hidalgo, como muchos rincones de México, es testigo de una narrativa política que se asemeja a un eterno retorno, donde lo viejo parece resistirse a ceder el paso a lo nuevo. En medio de este panorama, emerge la sombra de un gobierno que, aunque intenta romper con el statu quo, se ve enfrentado a fuerzas que lo absorben y lo diluyen en el mismo sistema que intenta transformar.
La analogía con el fenómeno político que ocurrió a nivel nacional con la llegada de Vicente Fox a la presidencia en el año 2000 es innegable. El fervor por el cambio llevó al pueblo mexicano a depositar su confianza en un candidato que prometía ruptura, pero que al final se vio envuelto en las dinámicas del sistema y el capitalismo de cuates. Esta desilusión sirvió como un despertar colectivo, revelando la simulación detrás de un grupo de políticos que se enriquecían a costa del erario público.
En Hidalgo, la situación no dista mucho de este escenario. Después de 94 años de hegemonía priista, el cambio se vislumbraba como una posibilidad real con la apertura hacia la democracia, aunque solo fuera superficialmente. Sin embargo, como en el ámbito nacional, el cambio prometido se desvanece en la realidad cotidiana, donde los pactos políticos y las ambiciones individuales vuelven a imponerse sobre la voluntad del pueblo.
La historia se repite, como aquel momento en el que ciertos grupos políticos como los Chuchos se apoderaron del PRD, obligando a figuras prominentes de la izquierda, como AMLO, a abandonar el partido. En Hidalgo, la desilusión se manifiesta en el sentir de la población, que, a pesar de acudir a las urnas con esperanza, ve cómo los acuerdos entre actores políticos tradicionales prevalecen sobre el verdadero cambio que anhelan.
El acuerdo político en Hidalgo parece haber sido sellado con la entrega del poder por parte de Omar Fayad a Menchaca, a cambio de impunidad, perpetuando así ciertas estructuras de privilegio que se resisten a desmoronarse. La estrategia del gobierno actual consiste en desplazar gradualmente a las bases y a la verdadera izquierda, reemplazándolas con figuras del antiguo régimen a través de sus juniors, que ahora ven en Morena su tabla de salvación para mantener sus privilegios intactos.
Las encuestas internas de Morena, supuestamente destinadas a elegir a los candidatos más idóneos, se revelan como simulaciones, donde los favores son pagados a contratistas vinculados al antiguo sistema. La militancia es engañada con cursos de formación política exprés, legitimando así la llegada de figuras externas que abrazan los ideales de la 4T de la noche a la mañana.
Empresarios y viejos operadores políticos se reparten las candidaturas al interior de Morena, perpetuando así una dinámica reminiscente de los peores días del PRI, mientras los medios chayoteros hablan de una supuesta unidad dentro del partido.
Sin embargo, la designación de estas figuras "chapulines" ha desatado la indignación y la necesidad de organización dentro de la verdadera izquierda hidalguense. Solo a través de esta desilusión y la consiguiente reflexión sobre el cambio verdadero, podrá emerger una fuerza capaz de desafiar las estructuras de poder arraigadas en el estado.
En conclusión, Hidalgo es un microcosmos de la realidad política mexicana, donde la lucha entre lo viejo y lo nuevo se manifiesta en cada elección, en cada pacto político y en cada desilusión. Solo el despertar de la conciencia colectiva, la acción organizada para democratizar al estado y la promoción del voto de castigo pueden allanar el camino hacia un cambio verdadero y duradero.
La analogía con el fenómeno político que ocurrió a nivel nacional con la llegada de Vicente Fox a la presidencia en el año 2000 es innegable. El fervor por el cambio llevó al pueblo mexicano a depositar su confianza en un candidato que prometía ruptura, pero que al final se vio envuelto en las dinámicas del sistema y el capitalismo de cuates. Esta desilusión sirvió como un despertar colectivo, revelando la simulación detrás de un grupo de políticos que se enriquecían a costa del erario público.
En Hidalgo, la situación no dista mucho de este escenario. Después de 94 años de hegemonía priista, el cambio se vislumbraba como una posibilidad real con la apertura hacia la democracia, aunque solo fuera superficialmente. Sin embargo, como en el ámbito nacional, el cambio prometido se desvanece en la realidad cotidiana, donde los pactos políticos y las ambiciones individuales vuelven a imponerse sobre la voluntad del pueblo.
La historia se repite, como aquel momento en el que ciertos grupos políticos como los Chuchos se apoderaron del PRD, obligando a figuras prominentes de la izquierda, como AMLO, a abandonar el partido. En Hidalgo, la desilusión se manifiesta en el sentir de la población, que, a pesar de acudir a las urnas con esperanza, ve cómo los acuerdos entre actores políticos tradicionales prevalecen sobre el verdadero cambio que anhelan.
El acuerdo político en Hidalgo parece haber sido sellado con la entrega del poder por parte de Omar Fayad a Menchaca, a cambio de impunidad, perpetuando así ciertas estructuras de privilegio que se resisten a desmoronarse. La estrategia del gobierno actual consiste en desplazar gradualmente a las bases y a la verdadera izquierda, reemplazándolas con figuras del antiguo régimen a través de sus juniors, que ahora ven en Morena su tabla de salvación para mantener sus privilegios intactos.
Las encuestas internas de Morena, supuestamente destinadas a elegir a los candidatos más idóneos, se revelan como simulaciones, donde los favores son pagados a contratistas vinculados al antiguo sistema. La militancia es engañada con cursos de formación política exprés, legitimando así la llegada de figuras externas que abrazan los ideales de la 4T de la noche a la mañana.
Empresarios y viejos operadores políticos se reparten las candidaturas al interior de Morena, perpetuando así una dinámica reminiscente de los peores días del PRI, mientras los medios chayoteros hablan de una supuesta unidad dentro del partido.
Sin embargo, la designación de estas figuras "chapulines" ha desatado la indignación y la necesidad de organización dentro de la verdadera izquierda hidalguense. Solo a través de esta desilusión y la consiguiente reflexión sobre el cambio verdadero, podrá emerger una fuerza capaz de desafiar las estructuras de poder arraigadas en el estado.
En conclusión, Hidalgo es un microcosmos de la realidad política mexicana, donde la lucha entre lo viejo y lo nuevo se manifiesta en cada elección, en cada pacto político y en cada desilusión. Solo el despertar de la conciencia colectiva, la acción organizada para democratizar al estado y la promoción del voto de castigo pueden allanar el camino hacia un cambio verdadero y duradero.