Jorge Montejo.
En el paradisiaco estado de Hidalgo, donde la riqueza cultural brota como fuente de inspiración, la ética política brilla con luz propia. Aunque cuenta con una población talentosa de músicos, deportistas, artistas y profesionistas, Hidalgo ostenta con orgullo su título de una de las entidades federativas más corruptas de México, cortesía de sus políticos de alta calidad ética.
La lambisconería, ese noble arte de lamer botas y hacer la barba por un puesto, se erige como la joya de la corona en el sistema político hidalguense. Cuando un político alcanza el codiciado trono gubernamental después de años de hacer la barba, su transformación es tan radical como la metamorfosis de una oruga a mariposa. ¡Adiós tortilla y frijoles, hola sushi y camionetas último modelo con aires de sicario!
Nuestro político estereotipado, antes una persona común y corriente, se somete a una serie de cambios de moda tan exquisitos como sus gustos recién adquiridos. Desde la chamarra piteada hasta la botita setentera de charol, pasando por el calcetín transparente onda media, el político en ascenso adopta un estilo que podría rivalizar con la pasarela de modas de cualquier década.
Con el nuevo estatus, estos políticos, cuya brillantez intelectual no necesariamente se ve respaldada por la educación formal, portan con orgullo sus plumas Montblanc sin tener la menor idea de cómo utilizarlas. Sueñan con alcanzar la gloria de ser gobernadores mientras imitan a sus ídolos, tomando whisky y rodeándose de fotos saludando ratas de mayor renombre.
El trato hacia las mujeres en las dependencias públicas es un tema secundario para estas ratas evolucionadas. El acoso sexual y los feminicidios pasan desapercibidos en sus salones de poder, donde la preocupación principal es mantenerse finolis y ostentar su riqueza recién adquirida.
El enigma persiste: ¿por qué las mujeres políticas no defienden de verdad sus derechos dentro del gobierno? La respuesta es tan sencilla como el cambio de vestuario de un político lambiscón: están demasiado acostumbradas a ser tratadas como objetos, reduciendo su dignidad humana a un simple puestazo.
En resumen, para los políticos de Hidalgo, el dinero es su Dios, y cuanto más tienes, más vales. Nos encontramos, entonces, en un estado subdesarrollado donde los políticos-magnates creen que su poder está por encima de la dignidad humana, sumidos en una lambisconería que ha hecho que pierdan contacto con la realidad.
Así que, ni políticos, ni Brad Pitin, lo que tenemos es un conjunto de ratas simuladoras que aspiran a la política para enriquecerse y quedar impunes. ¡Viva la lambisconería y el glamour político a lo 'Brad Pitin' en el hermoso Hidalgo!