En Roma, el Primer Triunvirato terminó en uno solo de los triunviros: Julio César. En París, el Consulado de tres se redujo a uno: Napoleón.
En México, después del fracasado Imperio de Iturbide, hubo un triunvirato de seis meses que no se redujo a uno, sino a dos, porque la Constitución de 1824 instituyó una diarquía: un presidente y un vicepresidente, dedicados a cuidarse el uno del otro. Fue suprimida en la Constitución de 1917.
Hubo una diarquía de los revolucionarios Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, que terminó cuando llegaron al poder. Obregón se lanzó a una reelección, pero fue asesinado. Chiste de entonces: ¿Quién lo mató? ¡Cálles…eeee!Haciendo clara alusión a Plutarco Elías Calles.
El expresidente Calles no intentó reelegirse, sino prolongar su poder inventando el maximato: una diarquía distinta, en la que el presidente dependía de Calles, como Jefe Máximo de la Revolución. El presidente Cárdenas terminó con eso, expulsándolo del país.
Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís protagonizaron otra diarquía en busca del poder, que también terminó en desconfianza mutua. El presidente Salinas no creyó que Camacho le sería leal si lo dejaba como sucesor, y lo anuló como presidenciable. Historia muy posible entre Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard Casaubón hoy en día.
Ahora el presidente López Obrador es posible que entre manos acaricie la idea de un maximato. Para lograrlo necesita imponer un presidenciable adecuado como candidato, frente a los otros de morena. Luego, imponer al candidato oficial frente a los partidos de oposición. Después, imponer al presidente electo frente a los perdedores que pretendan impugnar la elección. Y, por último, mantener bajo control al sucesor.
Los presidentes del antiguo régimen posponían hasta el último año del sexenio el destape del sucesor, porque anunciarlo creaba de hecho una diarquía. Aunque siguiera siendo presidente, perdía poder.
De Claudia Sheinbaum, Jefa del Gobierno de la Ciudad de México, el Presidente puede esperar más sumisión que de Marcelo Ebrard, Gerardo Noroña o Adán Augusto, los otros presidenciables de morena.
El destape prematuro como el de Sheinbaum es revelador el carisma del líder favorece a los que apoya, pero no los vuelve carismáticos. Sheinbaum carga su propio lastre, sin culpa alguna: ser mujer en un país machista, donde nunca ha habido presidenta así como también su falta de carisma. Y no hay que olvidar la derrota electoral de 2021 en sus propios dominios, que no es un buen augurio para 2024.
La derrota puede ser repetible, y más aún fuera de sus dominios, sus feudos, si las elecciones son limpias. De ahí la guerra de López Obrador contra el Instituto Nacional Electoral. Desesperadamente, necesita desacreditarlo, apagar la luz para ganar y así imponer a su gallo, bueno en este caso gallina.
En caso de ganar Sheinbaum la falta de carisma y aceptación de una parte del pueblo de México hacia ella es evidente aunque muchos seguramente seguirán fielmente al máximo líder López Obrador y su palabra será ley frente a sus seguidores que sin titubeos votaran por ella y la respaldarán pero a la larga irá decayendo ya que no tiene ni tendrá el carisma de López obrador y además sin el líder indiscutible de la cuarta transformación en los medios de comunicación para nada la tendrá fácil.
Seamos realistas Sheinbaum es la “corcholata” más adecuada para perpetuar su influencia López Obrador quien en las penumbras desde Macuspana, Tabasco seguiría moviendo los hilos de la política nacional tal como en su momento lo hizo Elías Calles con sus elegidos.
Pero esta historia tiene un final y así como llego un Lázaro Cárdenas y puso en su lugar a Elías Calles pudiera llegar un personaje similar y hacer lo mismo con la figura de López Obrador.
Al tiempo… ¿tú lo crees?.... Yo también.