Lo cierto es que, hasta fines del siglo XX, solo en un período de nuestra historia el Poder Judicial estuvo a la altura de su misión: la República Restaurada (1867-1876). Esa época debe inspirar a los jueces de hoy.
En aquel tiempo, la independencia de la Suprema Corte frente al Ejecutivo no solo se manifestaba en los laudos y resoluciones que emitía sobre los asuntos más diversos sino en la actitud abiertamente crítica de los ministros hacia el presidente Juárez, por su inclinación a perpetuarse en el poder. Uno de ellos publicó en la prensa estas líneas, que reproduce Cosío Villegas en su libro La Constitución de 1857 y sus críticos:
No pueden encubrir las huellas de la violencia y de la corrupción las urnas electorales que aparecen vendidas al gobierno […] Treinta mil hombres han dirigido sus bayonetas sobre los ciudadanos indefensos; una brigada de empleados ha recibido la misión de transformarse en electores secundarios; quinientos agentes del cohecho reeleccionista han derramado los fondos públicos sobre las puertas que […] se les abrían; doscientos periódicos se han publicado con el visto bueno del ministerio; no obstante, de nueve millones de habitantes, seis, por lo menos, tienen la resolución de sostener el fallo que su indignación acaba de dictar contra la violencia. ¡No habrá reelección!
No era un ministro conservador el autor de este párrafo incendiario. Era nada menos que Ignacio Ramírez, “el Nigromante”, tan liberal como Juárez. Y así como Ramírez hizo público su repudio a la maniobra electoral, lo hicieron también otros magistrados y personajes de la época, todos liberales inmaculados: Ignacio Manuel Altamirano, León Guzmán, Vicente Riva Palacio, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias.
La reelección fue un caso extremo, pero no único de conflicto en el que los ministros mostraron su independencia. La refrendaron, por ejemplo, en el famoso “amparo Morelos” de 1874, en el que la Corte estableció que los ciudadanos podían ampararse ante las disposiciones de una autoridad considerada ilegítima por irregularidades en su elección, es decir, que era “incompetente de origen”. Y lo que ocurría en la Corte –explica Cosío Villegas– encontraba su réplica perfecta en todo el aparato judicial:
[…] no hay un solo caso a lo largo de los diez años de la República Restaurada en que la Corte no haya manejado con absoluta independencia del Ejecutivo los miles de amparos que surgieron con motivo de esa suspensión de garantías. Para convencerse de ello es menester, por supuesto, leer el Semanario Judicial de la Federación; allí se comprueba la libertad perfecta no solo de la Corte, sino de los jueces de distrito y de los agentes del Ministerio Público.
¿De dónde provenía esa actitud de independencia de los ministros?, se preguntaba don Daniel. No de los sueldos (que eran magros) ni de la inamovilidad (que se decretó tiempo después). Provenía del amor por la libertad.
Era una sociedad liberal, creada por liberales, vivida por liberales; una sociedad en que la libertad, lejos de ser la palabra hueca y sin sentido que ha llegado a ser, era una realidad vivida y gozada cotidianamente.
En manos del Poder Judicial está la defensa de la libertad en México. Los ciudadanos estaremos atentos a su actitud y a sus decisiones. Y, como ha quedado demostrado somos legión.