En días pasados el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) realizan labores de monitoreo en equipos telefónicos no de espionaje sino con fines de combate a las estructuras del crimen organizado.Pero, entonces ya no entendí o bien que alguien me explique porque en un principio López Obrador rechazó que la Sedena espíe a sus espaldas, y luego se contradijo. “Me informan”, dijo al inicio de la conferencia de prensa.
Minutos después, preguntado sobre la justificación que le dio la institución castrense para espiar a Raymundo Ramos, reviró: “No me explicaron nada (…) Les tengo confianza a los mandos porque saben muy bien que está prohibido el espionaje”.
El mandatario trató de desvirtuar la investigación del Ejército Espía. Arremetió contra la prensa diciendo que es “un invento de ustedes, un golpe más para supuestamente afectarnos”. En otro momento criticó a Citizen Lab, el grupo de expertos de referencia en el tema de Pegasus, al aludir a él como “una universidad del extranjero, de Canadá, habían descubierto que nosotros espiábamos”.
El presidente reconoció la intervención telefónica al defensor de derechos humanos Raymundo Ramos −quien acompañaba el caso de la ejecución extrajudicial de tres personas ocurrida en 2020 en Nuevo Laredo, Tamaulipas−, aunque aseguró que en su gobierno no se realiza espionaje, se hace “investigación” y “trabajo de inteligencia” y entonces como tú estimado lector yo ya no entendí ¿por fin se hace inteligencia o espionaje?
Para el presidente el espionaje tiene que ver con la persecución política, con limitar las libertades, con amenazar, intimidar, reprimir a los opositores; mientras que la inteligencia tiene que ver con los métodos para prevenir actos de sabotaje y de crímenes “porque el Estado tiene como propósito proteger a las personas, para eso se requiere inteligencia”.
Pero cuando López Obrador fue cuestionado por las periodistas Nayeli Roldán, de Animal Político, y Dalila Escobar, de Proceso. Con una intensidad poco vista antes, el mandatario dedicó decenas de minutos a despotricar contra la prensa “tendenciosa, vendida, alquilada, al servicio de los corruptos”, y sostuvo: “Ustedes no van a poner la agenda”. Una argucia típica, clásica del señor presidente desviando la atención con argumentos “Ad-hominem”
Y… ¿qué es un argumento “Ad hominem”? En el mundo de la retórica y el debate es bastante común encontrarse con alegatos que parecen argumentos a simple vista, pero en realidad se trata de simples falacias. La falacia Ad Hominem es una de las más conocidas y comúnmente utilizadas.
Se define como falacia Ad Hominem o Falacia de Ataque personal a un tipo de falacia en que se ataca a la persona que emite un argumento, de manera que se desacredita lo que a dicho por su persona para evitar que sea tenido en consideración atacando su argumento con una postura que nada tiene que ver con el tema que se esta argumentando pero que sirve para descalificar.
La forma más eficaz de identificar el argumento de falacia de ataque personal es a través de su estructura. Los siguientes ejemplos ayudan a identificar con mayor facilidad las falacias Ad Hominem:
“Nietzsche está equivocado porque se volvió loco”.
“Los ecologistas están equivocados porque exageran mucho”.
“Dices que el alcohol es malo, pero eres alcohólico”
Un punto importante que se debe aclarar es que no existen límites para la aplicación de este mecanismo en el campo de la razón o del saber. En los casos más graves, podría llegarse a descartar una afirmación completamente libre de cuestionamientos solo porque la hizo una persona con quien no se simpatiza.
No cabe duda el presidente es mañoso y siempre encontrará la mejor forma para salir airoso aun realizando comentarios ad hominem sin argumentos, tan solo estos sirven para desviar la atención de sus interlocutores ridiculizando y difamando más no dando argumentos sólidos.
Pero que mañoso, ¿tú lo crees?... sí, yo también.