17/01/22
El día de ayer, a raíz del debate de las becas y otras discusiones en Twitter, así como lecturas que he hecho de la meritocracia en el pasado, me puse a pensar lo siguiente.
1) Normativamente, quienes tienen más méritos (valga la redundancia) merecerían tener mayor acceso a oportunidades. Es cierto que ello es “desigualador”, pero en ese contexto, dicha desigualdad no es mala. Habría que hacer esa distinción en las desigualdades que no no son inequitativas de las que sí lo son.
Pero el diablo está en los detalles.
2) ¿Qué entendemos por mérito? ¿cómo lo conceptualizamos y lo instrumentalizamos? ¿Tiene más mérito quien se esfuerza más? ¿Cómo determinamos quién se esfuerza más? ¿quien emplea más horas de estudio efectivas, o quien gasta una mayor energía a la hora de estudiar y termina más cansado? ¿Cómo se mide eso?
3) Para medir el mérito con base en un instrumento como las calificaciones o la evaluación personal del profesor, donde el mérito es la variable independiente y el instrumento la dependiente, tenemos que asegurarnos que no hay otros factores que inciden en el instrumento. El problema es que, por lo general, los hay: hay diferencias socioculturales, psíquicas, intelectuales, familiares y de otra índole que inciden en la medición. ¿Cómo los separas de la medición para que éste mida el mérito sin que esté contaminado por otras cuestiones? No es una tarea fácil.
Es la misma razón por la cual esa idea de pensar que quienes están en la cúspide de la pirámide social fueron quienes se esforzaron más es problemática. El esfuerzo juega un papel, pero ni siquiera es el más relevante de la ecuación, ni siquiera en los países más justos, ahí donde todos se apegan al Estado de derecho.
4) Si estas cuestiones afectan el instrumento a partir del cual medimos el mérito y decidimos asignar más oportunidades, entonces el argumento de que “las calificaciones perpetúan la desigualdad” se vuelve cierto, porque quienes se encuentran en desventaja tienen menores posibilidades de alcanzar mejores calificaciones.
5) Ahora, de aquí no se infiere que no deba dar más oportunidades a quienes se esfuercen más. Anular esto también conlleva muchos problemas. Si pudiera medirse el esfuerzo, los estudiantes tendrían más incentivos para echarle ganas ya que tendría una mayor retribución.
6) La cuestión es ¿cómo saber quién se esfuerza más? Parece tarea sencilla, pero no lo es: un profesor puede decir que Juan merece más oportunidades que Pedro porque pone más atención en clase y levanta más la mano (además de que tiene mejores calificaciones), pero es posible que Pedro esté viviendo serios problemas familiares o su capacidad intelectual o de concentración sea menor de tal forma que emplea mucho más esfuerzo que Juan para obtener una evaluación que es más baja.
7) Primero habrá que reconocer que el fenómeno es complejo, y solo reconociendo su complejidad, solo teniendo más empatía y acercamiento con los estudiantes de tal forma que se conozca su situación individual más a fondo, será más fácil poder medir el esfuerzo de una forma, si bien no perfecta, sí más aproximada.
8) Pueden darse oportunidades a talentos destacados, sí, pero esto puede hacerse pensando en que esos talentos tienen mayor potencial de aportar algo a su comunidad dadas sus capacidades, y no pensando en que tienen un mayor mérito. Aunque pueda parecer desigualador, el hecho de que la gente más talentosa tenga más oportunidades creará sociedades más prósperas de las cuales los menos desaventajados puedan beneficiarse indirectamente. Esto sigue esta idea rawlsiana de que la desigualdad no es mala cuando incluso los de abajo se beneficien de ella.
9) Puede exigirse una calificación mínima, sí (ya se hace al establecer como requisito pasar la materias con 6 o más), siempre y cuando se hayan considerado los otros factores y se apoye a quienes hayan tenido calificaciones más bajas ajenas al esfuerzo, y no pensando en que es cuestión de mérito, sino como forma de incentivar a que los estudiantes efectúen un esfuerzo mínimo. El esfuerzo es importante ya que éste aumenta, de una u otra forma, la preparación de los estudiantes.
10) Esto no implica que deban eliminarse instrumentos como evaluaciones en pos de una supuesta igualdad, se trata más bien de crear las condiciones para que los menos desfavorecidos puedan ya no solo ir a la escuela, sino tener un mejor desempeño: por ejemplo, atención en sus problemáticas familiares (psicológica y de otra índole), escuelas de tiempo completo, desayunos para que estén mejor nutridos (lo cual influye fuertemente en el desempeño académico).
Estas consideraciones no justifican ni validan, a mi parecer, la propuesta de becas de Claudia Scheinbaum. Su crítica al mérito puede tener alguna validez, pero es claro que la forma en que esta política pública está diseñada con propósitos clientelares como bien lo explica este tuit.
1) Normativamente, quienes tienen más méritos (valga la redundancia) merecerían tener mayor acceso a oportunidades. Es cierto que ello es “desigualador”, pero en ese contexto, dicha desigualdad no es mala. Habría que hacer esa distinción en las desigualdades que no no son inequitativas de las que sí lo son.
Pero el diablo está en los detalles.
2) ¿Qué entendemos por mérito? ¿cómo lo conceptualizamos y lo instrumentalizamos? ¿Tiene más mérito quien se esfuerza más? ¿Cómo determinamos quién se esfuerza más? ¿quien emplea más horas de estudio efectivas, o quien gasta una mayor energía a la hora de estudiar y termina más cansado? ¿Cómo se mide eso?
3) Para medir el mérito con base en un instrumento como las calificaciones o la evaluación personal del profesor, donde el mérito es la variable independiente y el instrumento la dependiente, tenemos que asegurarnos que no hay otros factores que inciden en el instrumento. El problema es que, por lo general, los hay: hay diferencias socioculturales, psíquicas, intelectuales, familiares y de otra índole que inciden en la medición. ¿Cómo los separas de la medición para que éste mida el mérito sin que esté contaminado por otras cuestiones? No es una tarea fácil.
Es la misma razón por la cual esa idea de pensar que quienes están en la cúspide de la pirámide social fueron quienes se esforzaron más es problemática. El esfuerzo juega un papel, pero ni siquiera es el más relevante de la ecuación, ni siquiera en los países más justos, ahí donde todos se apegan al Estado de derecho.
4) Si estas cuestiones afectan el instrumento a partir del cual medimos el mérito y decidimos asignar más oportunidades, entonces el argumento de que “las calificaciones perpetúan la desigualdad” se vuelve cierto, porque quienes se encuentran en desventaja tienen menores posibilidades de alcanzar mejores calificaciones.
5) Ahora, de aquí no se infiere que no deba dar más oportunidades a quienes se esfuercen más. Anular esto también conlleva muchos problemas. Si pudiera medirse el esfuerzo, los estudiantes tendrían más incentivos para echarle ganas ya que tendría una mayor retribución.
6) La cuestión es ¿cómo saber quién se esfuerza más? Parece tarea sencilla, pero no lo es: un profesor puede decir que Juan merece más oportunidades que Pedro porque pone más atención en clase y levanta más la mano (además de que tiene mejores calificaciones), pero es posible que Pedro esté viviendo serios problemas familiares o su capacidad intelectual o de concentración sea menor de tal forma que emplea mucho más esfuerzo que Juan para obtener una evaluación que es más baja.
7) Primero habrá que reconocer que el fenómeno es complejo, y solo reconociendo su complejidad, solo teniendo más empatía y acercamiento con los estudiantes de tal forma que se conozca su situación individual más a fondo, será más fácil poder medir el esfuerzo de una forma, si bien no perfecta, sí más aproximada.
8) Pueden darse oportunidades a talentos destacados, sí, pero esto puede hacerse pensando en que esos talentos tienen mayor potencial de aportar algo a su comunidad dadas sus capacidades, y no pensando en que tienen un mayor mérito. Aunque pueda parecer desigualador, el hecho de que la gente más talentosa tenga más oportunidades creará sociedades más prósperas de las cuales los menos desaventajados puedan beneficiarse indirectamente. Esto sigue esta idea rawlsiana de que la desigualdad no es mala cuando incluso los de abajo se beneficien de ella.
9) Puede exigirse una calificación mínima, sí (ya se hace al establecer como requisito pasar la materias con 6 o más), siempre y cuando se hayan considerado los otros factores y se apoye a quienes hayan tenido calificaciones más bajas ajenas al esfuerzo, y no pensando en que es cuestión de mérito, sino como forma de incentivar a que los estudiantes efectúen un esfuerzo mínimo. El esfuerzo es importante ya que éste aumenta, de una u otra forma, la preparación de los estudiantes.
10) Esto no implica que deban eliminarse instrumentos como evaluaciones en pos de una supuesta igualdad, se trata más bien de crear las condiciones para que los menos desfavorecidos puedan ya no solo ir a la escuela, sino tener un mejor desempeño: por ejemplo, atención en sus problemáticas familiares (psicológica y de otra índole), escuelas de tiempo completo, desayunos para que estén mejor nutridos (lo cual influye fuertemente en el desempeño académico).
Estas consideraciones no justifican ni validan, a mi parecer, la propuesta de becas de Claudia Scheinbaum. Su crítica al mérito puede tener alguna validez, pero es claro que la forma en que esta política pública está diseñada con propósitos clientelares como bien lo explica este tuit.