02/12/21
Contrario a lo que muchos suelen suponer, predecir cómo va a gobernar un mandatario a la hora de llegar al poder y qué resultados va a tener es un trabajo difícil y, por tanto, asegurarse que su voto será por aquel que le traiga mejores resultados para él, su comunidad o la nación o región que el candidato representa, no está garantizado.
Si quisiéramos hacer una evaluación lo más precisa sobre las candidaturas, tendríamos que procesar muchísima información y tener el conocimiento para evaluar dicha información, lo cual es imposible. Por ejemplo, si estudio todo el paquete de propuestas de un candidato (del que ni tengo la absoluta certeza de que vaya a cumplir) necesitaría tener cierto expertise en las distintas disciplinas a las que están relacionadas las propuestas (digamos, economía, urbanismo, derecho) y eso es imposible. Tendríamos, además, que conocer a cabalidad la psique del candidato (lo cual ni el mismo conoce completamente) para predecir con 100% de certeza cómo es que va a reaccionar ante diversas circunstancias.
Pero ahí no termina todo: el contexto en el que se desempeñará el político electo es cambiante, de tal forma que un político puede tener mejor desempeño en un contexto que en el otro. ¿Cómo podemos predecir el contexto futuro? Bueno, es imposible, dado que históricamente los seres humanos hemos sido muy torpes para predecir lo que va a ocurrir en el futuro.
Como es imposible hacer una evaluación precisa de los candidatos porque no tenemos el tiempo ni el conocimiento necesario para evaluar todos los aspectos a cabalidad y con una gran precisión (aunque se tenga un PhD de Harvard), entonces siempre tendremos que echar mano de atajos heurísticos. Si nuestros valores están asociados con la izquierda, entonces tenderemos a votar por candidatos de izquierda (o se presenten como de izquierda) de la misma forma que lo haría una persona de derecha. Es posible que evaluemos la personalidad del candidato y digamos: tal o cual candidato me da más confianza que aquel otro (sin saber necesariamente por qué).
De la misma forma, podremos relacionar algunos rasgos del candidato con ciertos valores o ciertas predisposiciones personales. Para algunas personas ver ciertos rasgos autoritarios en López Obrador será señal de alarma porque lo relacionaremos con Hugo Chávez o Fidel Castro, otras personas no se terminarán de percatar de ello de tal forma que no serán atributos sobresalientes (sin que ello implique que simpaticen con el autoritarismo) porque tal vez les llaman la atención aquellos otros. Trataremos también de predecir la conducta o incluso las propuestas del político en cuestión con aquello que hemos visto en el pasado y que nos pueda parecer parecido o familiar.
En todo este proceso los sesgos cognitivos juegan un papel. Ciertamente algunas personas tendrán una mayor predisposición de evaluar una candidatura de la forma lo más neutra posible (sin que ello implique que los sesgos desaparezcan del todo) mientras que otras simplemente se dejarán arrastrar por el razonamiento motivado (lo cual suele dispararse en un contexto de polarización) pero en cualquier caso siempre existirá un margen de error. Ciertamente, por más grande sea el esfuerzo de un sujeto de hacer una evaluación concienzuda, la probabilidad de tomar una decisión acertada será mayor, pero nunca existirá la certeza total de que se ha tomado una buena decisión hasta que el político llegue al poder y gobierne: por eso es posible ver a personas muy inteligentes y preparadas votar por alguien que termina afectando sus intereses.
Si a mí me preguntan si las personas del CIDE que votaron por AMLO tomaron una mala decisión en las urnas contestaré que sí, pero seguramente te contestarán lo mismo la mayoría de esos votantes al ver cómo las decisiones del régimen están afectando sus intereses y los de su institución. Sin embargo, a partir de aquí, a diferencia de los entusiastas del “se los dije, se les advirtió”, la explicación se vuelve más complicada.
¿Por qué varios en el CIDE votaron por AMLO? Porque sus atajos heurísticos les indicaron que esa podía ser la mejor opción. Si AMLO se dice de izquierda y si históricamente la izquierda se ha preocupado por la ciencia y la educación, entonces AMLO tendría que ser una mejor opción. A ello hay que agregarle la indignación con el régimen saliente (justificada por la profunda corrupción y cinismo del gobierno de Peña) al que se sumó un discurso anticorrupción de López Obrador. Para el caso del estudiantado, entre la juventud suele preferirse el cambio o el riesgo sobre la estabilidad, ya no solo por la energía que tienen los jóvenes, sino porque, a diferencia de las personas de edad avanzada que tienen una vida hecha (y para quienes puede ser más racional votar de forma más conservadora), tienen un futuro incierto y, dada esa incertidumbre, sienten que tomar riesgos esperando que uno de ellos derive en un mejor estado de cosas.
Ciertamente, quienes votaron por AMLO no vieron algunas cosas que otros sí alertamos: algunos hablamos sobre el talante autoritario que López Obrador a veces expelía, vimos en la sugerencia en la propuesta de Santa Lucía y la cancelación del NAICM una premonición de una excesiva improvisación y falta de rigor donde la técnica estaría sometida a los caprichos del ejecutivo. Vimos también, en esa simbología religiosa, un potencial conservadurismo social (que va desde esta intención de moralizar a la población hasta hacia el desdén hacia la violencia contra la mujer) y sin olvidar su desdén por el orden institucional (“al diablo con sus instituciones”). Todos ellos también son atajos cognitivos a través de los cuales evaluamos al hoy presidente y decidimos no votar por él.
A diferencia de lo que muchos podrán suponer, no es necesariamente fácil explicar por qué en algunas personas se activaron algunos atajos heurísticos y en otras otros (seguramente las filias ideológicas y muchos otros factores juegan un papel). Queda claro que la decisión que ellos tomaron no fue acertada y no me parece mal invitarlos a la reflexión (desde una postura de empatía) de tal forma que esta experiencia actualice su sistema de creencias y les ayude a tomar una mejor decisión para las elecciones que puedan venir.
Pero el linchamiento por parte de algunos influencers de la red social (de esos que presumen ser opositores a morir) no abona siquiera a este ejercicio y lo único que su comportamiento hace es, paradójicamente, beneficiar al régimen. Esta circunstancia tampoco puede sugerir una superioridad moral. Me voy a explicar:
Vamos a partir de la suposición de que votar por AMLO fue una decisión errónea y no votar por él haya sido una decisión acertada (digo suposición porque, aunque muchos supongamos que Anaya o Meade pudieron haber hecho las cosas mejor, es imposible hacer un contrafactual contra algo que no ocurrió):
Que los que no votaron por López Obrador hayan tomado una decisión acertada no implica que en otro contexto puedan tomar una decisión errónea. Algunos de ellos dirán. ¡Por eso yo nunca votaré por la izquierda o por el socialismo! ¿Pero, qué pasa si el Presidente de derechas por el que voten termina siendo un corrupto del cual fueron sus contrapartes de izquierda quienes vieron esas “red flags”? La posibilidad de que ellos erren de la misma forma siempre existirá.
Que su decisión en las urnas haya sido la acertada no implica necesariamente que la decisión haya sido razonada. Por ejemplo, queda claro que una persona que no votó por AMLO porque pensaba que nos iba a llevar al comunismo no tomó una decisión informada aunque su decisión haya sido correcta. Haber acertado así es algo fortuito. En todos los casos siempre existirá, en mayor o menor medida, un factor suerte, por el simple hecho de que es imposible hacer una representación exacta y perfecta de lo que un candidato va a hacer llegando al poder.
La realidad es que prácticamente ninguno de los hoy críticos previeron que el régimen iba a intervenir en las universidades. Vieron (vimos) rasgos autoritarios, pero nadie pensó que iban a jugar de esa forma, nadie alertó a los chicos del CIDE que subieron sus videos apoyando a AMLO que se iba a meter con su instituto. Repiten que “se les dijo, se les advirtió”, pero en realidad nunca advirtieron que esto que está ocurriendo en específico ocurriría.
Si estas personas están tan preocupadas por la evidente deriva autoritaria, entonces estarían defendiendo al CIDE en vez de sumergirse en burlas y linchamientos, porque lo prioritario es evitar que este espiral autoritario continúe avanzando (si el gobierno logra salirse con la suya, como bien menciona Jean Meyer, luego seguirán la UNAM, la U de G, el INE y demás). Peor aún, a través de estas burlas (que no es lo mismo que invitar a la reflexión), no van a persuadir a los que votaron por AMLO de no volverlo a hacer: harán que se sientan alienados y no se sientan aceptados en el bando de la oposición como efectivamente está ocurriendo.
Y, evidentemente, este estado de cosas beneficiará al régimen. Es irracional ser opositor y tomar dicha postura donde el sentimiento de superioridad (el cual puede no estar justificado por los puntos anteriormente mencionados) se vuelve más importante que la defensa de las libertades y los valores democráticos. Ese sentimiento de superioridad (que además tiene el propósito más de reforzar y legitimar sus posturas ideológicas que defenderlas en la práctica) estará todavía menos justificado al percatarnos de que esta acción termina, de alguna forma, afectando sus propios intereses. Terminan, paradójicamente, haciendo lo mismo de lo que acusan a su contraparte.
Algo que no debe olvidarse es lo siguiente: quienes votaron por AMLO no votaron porque esto pasara, no existió una mala intención en su voto y el error fue crearse expectativas equivocadas a través de sus atajos heurísticos que desear algún mal. El juicio moral que se hace sobre aquella persona que votó intencionadamente para que esto pasara no puede ser el mismo que el que cae sobre aquellos que “se equivocaron”. En el primer caso por supuesto que debe haber un reproche (como ocurre con quienes siguen defendiendo al gobierno a pesar de lo evidente porque obtienen de ello un beneficio) mientras que en el segundo puede haber, en todo caso, una invitación a la reflexión.
Tampoco debería esperarse que dentro de la institución se le diga al estudiantado por quién votar porque ello violaría la pluralidad que la institución busca preservar. En efecto, el CIDE nunca les “dio línea” ni tomó postura como institución y ello debe recordarse. Está en su libertad decidir por quién votan.
Y todo esto es importante decirlo, porque la prioridad debe ser evitar la deriva autoritaria. Si como opositores estamos preocupados por el talante autoritario de este régimen, burlarse sin piedad continuamente de la decisión que algunas personas tomaron (en especial si uno se presume opositor) posiblemente no sea la mejor opción.
Si quisiéramos hacer una evaluación lo más precisa sobre las candidaturas, tendríamos que procesar muchísima información y tener el conocimiento para evaluar dicha información, lo cual es imposible. Por ejemplo, si estudio todo el paquete de propuestas de un candidato (del que ni tengo la absoluta certeza de que vaya a cumplir) necesitaría tener cierto expertise en las distintas disciplinas a las que están relacionadas las propuestas (digamos, economía, urbanismo, derecho) y eso es imposible. Tendríamos, además, que conocer a cabalidad la psique del candidato (lo cual ni el mismo conoce completamente) para predecir con 100% de certeza cómo es que va a reaccionar ante diversas circunstancias.
Pero ahí no termina todo: el contexto en el que se desempeñará el político electo es cambiante, de tal forma que un político puede tener mejor desempeño en un contexto que en el otro. ¿Cómo podemos predecir el contexto futuro? Bueno, es imposible, dado que históricamente los seres humanos hemos sido muy torpes para predecir lo que va a ocurrir en el futuro.
Como es imposible hacer una evaluación precisa de los candidatos porque no tenemos el tiempo ni el conocimiento necesario para evaluar todos los aspectos a cabalidad y con una gran precisión (aunque se tenga un PhD de Harvard), entonces siempre tendremos que echar mano de atajos heurísticos. Si nuestros valores están asociados con la izquierda, entonces tenderemos a votar por candidatos de izquierda (o se presenten como de izquierda) de la misma forma que lo haría una persona de derecha. Es posible que evaluemos la personalidad del candidato y digamos: tal o cual candidato me da más confianza que aquel otro (sin saber necesariamente por qué).
De la misma forma, podremos relacionar algunos rasgos del candidato con ciertos valores o ciertas predisposiciones personales. Para algunas personas ver ciertos rasgos autoritarios en López Obrador será señal de alarma porque lo relacionaremos con Hugo Chávez o Fidel Castro, otras personas no se terminarán de percatar de ello de tal forma que no serán atributos sobresalientes (sin que ello implique que simpaticen con el autoritarismo) porque tal vez les llaman la atención aquellos otros. Trataremos también de predecir la conducta o incluso las propuestas del político en cuestión con aquello que hemos visto en el pasado y que nos pueda parecer parecido o familiar.
En todo este proceso los sesgos cognitivos juegan un papel. Ciertamente algunas personas tendrán una mayor predisposición de evaluar una candidatura de la forma lo más neutra posible (sin que ello implique que los sesgos desaparezcan del todo) mientras que otras simplemente se dejarán arrastrar por el razonamiento motivado (lo cual suele dispararse en un contexto de polarización) pero en cualquier caso siempre existirá un margen de error. Ciertamente, por más grande sea el esfuerzo de un sujeto de hacer una evaluación concienzuda, la probabilidad de tomar una decisión acertada será mayor, pero nunca existirá la certeza total de que se ha tomado una buena decisión hasta que el político llegue al poder y gobierne: por eso es posible ver a personas muy inteligentes y preparadas votar por alguien que termina afectando sus intereses.
Si a mí me preguntan si las personas del CIDE que votaron por AMLO tomaron una mala decisión en las urnas contestaré que sí, pero seguramente te contestarán lo mismo la mayoría de esos votantes al ver cómo las decisiones del régimen están afectando sus intereses y los de su institución. Sin embargo, a partir de aquí, a diferencia de los entusiastas del “se los dije, se les advirtió”, la explicación se vuelve más complicada.
¿Por qué varios en el CIDE votaron por AMLO? Porque sus atajos heurísticos les indicaron que esa podía ser la mejor opción. Si AMLO se dice de izquierda y si históricamente la izquierda se ha preocupado por la ciencia y la educación, entonces AMLO tendría que ser una mejor opción. A ello hay que agregarle la indignación con el régimen saliente (justificada por la profunda corrupción y cinismo del gobierno de Peña) al que se sumó un discurso anticorrupción de López Obrador. Para el caso del estudiantado, entre la juventud suele preferirse el cambio o el riesgo sobre la estabilidad, ya no solo por la energía que tienen los jóvenes, sino porque, a diferencia de las personas de edad avanzada que tienen una vida hecha (y para quienes puede ser más racional votar de forma más conservadora), tienen un futuro incierto y, dada esa incertidumbre, sienten que tomar riesgos esperando que uno de ellos derive en un mejor estado de cosas.
Ciertamente, quienes votaron por AMLO no vieron algunas cosas que otros sí alertamos: algunos hablamos sobre el talante autoritario que López Obrador a veces expelía, vimos en la sugerencia en la propuesta de Santa Lucía y la cancelación del NAICM una premonición de una excesiva improvisación y falta de rigor donde la técnica estaría sometida a los caprichos del ejecutivo. Vimos también, en esa simbología religiosa, un potencial conservadurismo social (que va desde esta intención de moralizar a la población hasta hacia el desdén hacia la violencia contra la mujer) y sin olvidar su desdén por el orden institucional (“al diablo con sus instituciones”). Todos ellos también son atajos cognitivos a través de los cuales evaluamos al hoy presidente y decidimos no votar por él.
A diferencia de lo que muchos podrán suponer, no es necesariamente fácil explicar por qué en algunas personas se activaron algunos atajos heurísticos y en otras otros (seguramente las filias ideológicas y muchos otros factores juegan un papel). Queda claro que la decisión que ellos tomaron no fue acertada y no me parece mal invitarlos a la reflexión (desde una postura de empatía) de tal forma que esta experiencia actualice su sistema de creencias y les ayude a tomar una mejor decisión para las elecciones que puedan venir.
Pero el linchamiento por parte de algunos influencers de la red social (de esos que presumen ser opositores a morir) no abona siquiera a este ejercicio y lo único que su comportamiento hace es, paradójicamente, beneficiar al régimen. Esta circunstancia tampoco puede sugerir una superioridad moral. Me voy a explicar:
Vamos a partir de la suposición de que votar por AMLO fue una decisión errónea y no votar por él haya sido una decisión acertada (digo suposición porque, aunque muchos supongamos que Anaya o Meade pudieron haber hecho las cosas mejor, es imposible hacer un contrafactual contra algo que no ocurrió):
Que los que no votaron por López Obrador hayan tomado una decisión acertada no implica que en otro contexto puedan tomar una decisión errónea. Algunos de ellos dirán. ¡Por eso yo nunca votaré por la izquierda o por el socialismo! ¿Pero, qué pasa si el Presidente de derechas por el que voten termina siendo un corrupto del cual fueron sus contrapartes de izquierda quienes vieron esas “red flags”? La posibilidad de que ellos erren de la misma forma siempre existirá.
Que su decisión en las urnas haya sido la acertada no implica necesariamente que la decisión haya sido razonada. Por ejemplo, queda claro que una persona que no votó por AMLO porque pensaba que nos iba a llevar al comunismo no tomó una decisión informada aunque su decisión haya sido correcta. Haber acertado así es algo fortuito. En todos los casos siempre existirá, en mayor o menor medida, un factor suerte, por el simple hecho de que es imposible hacer una representación exacta y perfecta de lo que un candidato va a hacer llegando al poder.
La realidad es que prácticamente ninguno de los hoy críticos previeron que el régimen iba a intervenir en las universidades. Vieron (vimos) rasgos autoritarios, pero nadie pensó que iban a jugar de esa forma, nadie alertó a los chicos del CIDE que subieron sus videos apoyando a AMLO que se iba a meter con su instituto. Repiten que “se les dijo, se les advirtió”, pero en realidad nunca advirtieron que esto que está ocurriendo en específico ocurriría.
Si estas personas están tan preocupadas por la evidente deriva autoritaria, entonces estarían defendiendo al CIDE en vez de sumergirse en burlas y linchamientos, porque lo prioritario es evitar que este espiral autoritario continúe avanzando (si el gobierno logra salirse con la suya, como bien menciona Jean Meyer, luego seguirán la UNAM, la U de G, el INE y demás). Peor aún, a través de estas burlas (que no es lo mismo que invitar a la reflexión), no van a persuadir a los que votaron por AMLO de no volverlo a hacer: harán que se sientan alienados y no se sientan aceptados en el bando de la oposición como efectivamente está ocurriendo.
Y, evidentemente, este estado de cosas beneficiará al régimen. Es irracional ser opositor y tomar dicha postura donde el sentimiento de superioridad (el cual puede no estar justificado por los puntos anteriormente mencionados) se vuelve más importante que la defensa de las libertades y los valores democráticos. Ese sentimiento de superioridad (que además tiene el propósito más de reforzar y legitimar sus posturas ideológicas que defenderlas en la práctica) estará todavía menos justificado al percatarnos de que esta acción termina, de alguna forma, afectando sus propios intereses. Terminan, paradójicamente, haciendo lo mismo de lo que acusan a su contraparte.
Algo que no debe olvidarse es lo siguiente: quienes votaron por AMLO no votaron porque esto pasara, no existió una mala intención en su voto y el error fue crearse expectativas equivocadas a través de sus atajos heurísticos que desear algún mal. El juicio moral que se hace sobre aquella persona que votó intencionadamente para que esto pasara no puede ser el mismo que el que cae sobre aquellos que “se equivocaron”. En el primer caso por supuesto que debe haber un reproche (como ocurre con quienes siguen defendiendo al gobierno a pesar de lo evidente porque obtienen de ello un beneficio) mientras que en el segundo puede haber, en todo caso, una invitación a la reflexión.
Tampoco debería esperarse que dentro de la institución se le diga al estudiantado por quién votar porque ello violaría la pluralidad que la institución busca preservar. En efecto, el CIDE nunca les “dio línea” ni tomó postura como institución y ello debe recordarse. Está en su libertad decidir por quién votan.
Y todo esto es importante decirlo, porque la prioridad debe ser evitar la deriva autoritaria. Si como opositores estamos preocupados por el talante autoritario de este régimen, burlarse sin piedad continuamente de la decisión que algunas personas tomaron (en especial si uno se presume opositor) posiblemente no sea la mejor opción.