Este domingo 6 de junio se llevarán a cabo elecciones en varios estados de la república, para escoger desde diputadas y diputados locales, hasta diputadas y diputados federales, y gobernadores. Estas elecciones, más que muchas otras, están generando una gran expectativa, en tanto se ubican en un momento intermedio respecto del inicio del gobierno de AMLO en 2018.
Al respecto, es cierto que estas elecciones representan un momento coyuntural de vital importancia para quienes hoy detentan el poder ejecutivo y legislativo; así como para una supuesta oposición que se ha caracterizado por impulsar un discurso lleno de odio, intolerancia, calumnias y sinrazones de todo tipo.
Cabe aclarar que señalar la pequeñez de la llamada oposición no implica una defensa del gobierno actual. Si bien ha tenido aciertos en términos de la construcción de ciertos pilares de un estado de bienestar, sus desaciertos y errores (criminalización de la legítima lucha feminista, intolerancia hacia la crítica y la pluralidad de la izquierda, estigmatización y legitimación de la violencia en contra de comunidades indígenas afectadas por el proyecto capitalista mal llamado “Tren Maya”) muestran una intuición popular cada vez más evidente: con sus probablemente relevantes honrosas excepciones y matices, seguimos padeciendo, en muchos aspectos, más de lo mismo.
Esta intuición, claro está, no debe traducirse en desmovilización o indiferencia. Lo que sí tiene que permitir es la profundización y radicalización de formas de organización política alternativas, que no necesariamente se inscriban en el paradigma del voto o los partidos políticos tradicionales. Es cierto que en una democracia es importante la participación ciudadana. Lo que no es cierto es que esa participación se reduzca, como muchos piensan y afirman, a la acción de depositar una papeleta en una urna cada determinados años. Participar de la política, como sabían los griegos, y también saben muchas de las comunidades indígenas que resisten a lo largo de nuestro país, como Cherán, implica una participación en todos los procesos de organización colectivos, desde los que pretenden resolver las necesidades más inmediatas y necesarias para nuestras sociedades, hasta los que buscan defender e impulsar una cultura propia.
Si reducimos nuestra participación ciudadana, y la política misma, a un ejercicio electoral (manchado por campañas tramposas, paternalismos, clientelismos y discursos aburridos y repetitivos por parte de TODOS los contendientes), entonces no estamos ejerciendo realmente nuestro derecho a construir, exigir y transformar nuestro entorno a través del diálogo, el disenso, la propuesta de alternativas y la toma de acuerdos colectivos y solidarios.
En conclusión, votar el 6 de junio puede ser importante. Pero es solo un momento, probablemente de los menos relevantes, en el largo y profundo proceso de construir una sociedad libre y democrática en la que nuestra voz sea realmente escuchada y nuestras acciones tengan un impacto real. A nosotros nos toca cambiar nuestro entorno, no a los políticos. Ellos hace mucho se olvidaron de eso.