México, sin dinero ni política integral para enfrentar los retos educativos.


María Gil
26/04/21

Aunque el discurso oficial del gobierno menciona que en materia educativa la prioridad está puesta en la revalorización magisterial y en colocar a los niños, niñas y adolescentes al centro, si se revisan los datos del presupuesto 2020, “es claro que no sólo no hay una política con presupuesto para la atención a la primera infancia, sino tampoco una para la formación inicial de los docentes y/o para su desarrollo profesional”.

La política pública que no se traduce en presupuestos es sólo discurso, en 2020, por ejemplo, hubo un recorte muy importante al presupuesto destinado al desarrollo profesional docente -del orden del 60.1%-; además de que no hubo un incremento, sino también un recorte de 3.5% al presupuesto de la educación inicial, no obstante que este nivel se volvió obligatorio con la reforma educativa de 2019.

Por el contrario, recordó que la prioridad en el gasto educativo se ha puesto en las transferencias de dinero a partir de becas: en el Programa Nacional de Becas para el Bienestar Benito Juárez, para educación media superior, que tras un incremento del 62% representa el 25.4 del gasto total en ese nivel educativo; y en el programa Jóvenes Escribiendo el Futuro, que luego de un incremento del 73.8% concentra el 5.8% del total del presupuesto para educación superior.

Por otra parte, para el ciclo escolar 2018-2019 el sistema educativo nacional contaba con más de 36 millones de estudiantes -desde preescolar hasta educación superior-, poco menos de 260 mil escuelas y alrededor de dos millones de docentes para todos los niveles.

Entre los principales retos que enfrenta nuestro sistema educativo es la equidad y calidad, que conllevan rezagos importantes que desembocan en la deserción en el nivel medio superior y en el bajo nivel de logro de aprendizajes, hoy agravado por la pandemia después de un año de educación a distancia.

Respecto a la permanencia en el sistema mencionó que, previo al problema de la pandemia por COVID-19, el sistema educativo era “un embudo”. Al analizar, por ejemplo, el tránsito escolar de las y los alumnos, se observa que de 100 que ingresaron a la primaria en el ciclo escolar 2002-2003, egresaron 92; de esos, 88 ingresaron a secundaria y egresaron 73; luego, 70 ingresaron a bachillerato o a una opción profesional técnica, pero sólo 47 terminaron una u otra; de estos 47, 35 ingresaron a la universidad y sólo la concluyeron 25 en el ciclo 2018-2019.

En cuestión de aprendizaje, los resultados de 2018 del Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (Planea), referidos al logro educativo de los alumnos y alumnas de sexto de primaria, arrojaron que el 49% tuvo un dominio insuficiente de los aprendizajes clave de lenguaje y comunicación, y 59% obtuvo un nivel insuficiente en matemáticas.

En ese mismo 2018, en el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés), realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el 35% de las y los estudiantes mexicanos no obtuvo un nivel mínimo de competencia en tres áreas: lectura, matemáticas y ciencias -13% fue el promedio del resto de países de la OCDE-.

Tras este vistazo al sistema educativo nacional, mejorar los aprendizajes de todos los y las estudiantes debería ser una de las principales metas de la política educativa.

A partir de ello,  no se trata sólo de otorgar becas; que la investigación y evaluación educativa han dado cuenta de que se necesita una mejor planeación de las políticas, con presupuestos bien pensados, articulados y sostenidos para la preparación y capacitación docente, la mejora de la infraestructura escolar, el equipamiento y la conectividad -esta última como un tema urgente-, la elaboración planeada y no apresurada de los libros de texto, entre otras cosas, para continuar con programas e intervenciones que han mostrado su efectividad.