Descubrimiento de las Minas de Pachuca.



Juan Manuel Menes Llaguno | Cronista del Estado de Hidalgo 🖋


La mañana del 25 de abril de 1552 fue inusualmente fría en el antiguo Valle de Tlahuelilpan, tendido al poniente del antiguo pueblo de indios de Pachuca –hoy Pachuquilla– el atípico clima de aquella mañana, sorprendió a don Alonso Rodríguez de Salgado, un viejo pastor que debido a la edad, resintió más que sus ayudantes el intenso fresco de esa madrugada. Habían salido todos muy temprano, cuando el sol aun no surgía, allá por el rumbo de la Sierra de las Navajas, sin haber dado visos de que la temperatura descendería tanto al alba.

Rodríguez de Salgado, originario de la región de Huelva, provincia vecina de Sevilla en España, había llegado a tierras novohispanas en 1534, cuando contaba con apenas 38 años de edad. Establecido en la ciudad de México, fue contratado a poco de su arribo por el Factor del Gobierno de la capital del virreinato, Antonio de la Cadena, y con el vino a esta comarca en diciembre de 1537, a fin de tomar posesión de la Encomienda del pueblo de Pachuca, adquirida por De la Cadena como dote por su matrimonio con doña Francisca de Sotomayor, hija del primer encomendero de este lugar, don Pedro Díaz de Sotomayor.

A su llegada a la comarca, el panorama era realmente triste, era aquello una gran llanura extendida al pie de elevados cerros, nombrados ya, uno de San Cristóbal y otro de Magdalena, que se prolongaban mediante una cadena de macizos de menor altura hacia el poniente y luego hacia el sur, donde se encontraba el pueblo de indios de Pachuca, en el que la presencia española se hacía sentir tan solo por una capilla dedicada a Santa María Magdalena, bendecida en 1534 por algún sacerdote del clero secular de la ciudad de México. En aquel sitio, se encontraba también la sede de la República indígena que gobernaba a nahuas y otomíes asentados en la zona.



En aquel desolador panorama semidesértico, apenas sembrado con algunas matas de maíz, la única prosperidad posible era la del pastoreo de ganado menor, ovejas y cabras traídas de España, dado que en el nuevo continente la domesticación de animales fue enteramente desconocida en el periodo precolombino. Fueron precisamente Antonio de la Cadena y Rodríguez de Salgado, los primeros en traer a esta región, los primeros hatos de ganado menor.

Así las cosas, aquella mañana de abril del 1552, a sus 56 años, Rodríguez de Salgado, resentía como nunca aquel intenso frío que caía sobre la comarca. El sol salía en medio de las montañas y parecía que en vez de calentar, enfriaba más el suelo que pisaban Alonso y sus ayudantes. Hacia las siete de la mañana, habían llegado ya a las estribaciones de los cerros de San Cristóbal y la Magdalena, donde los pastos eran mejores y más abundantes, los ayudantes y sus perros lograban a duras penas conservar unido al rebaño que finalmente encontró el lugar apropiado para pastar, de modo que Rodríguez de Salgado decidió hacer allí mismo una pequeña fogata para calentarse.

Se proveyó fácilmente de ramas secas y hojarasca, ya que esa zona entonces, estaba densamente poblada de matas secas y jegüites, buscó el lugar apropiado, muy cerca el riachuelo que circulaba por ahí, y prendió fuego a las varas secas, que pronto brindaron buen calor al ya viejo pastor de la estancia de cabras de Pachuca. El fuego abrazador consumió pronto las ramas y requemó el pastizal sobre él que se colocó la fogata, dejando al descubierto las negras piedras características de aquel sitio.

Fue en ese momento cuando el calor llegó al cuerpo de Rodríguez de Salgado, pero no debido al fuego que ya se extinguía, sino al observar que las piedras negras se tornaban en un color blanquizco y muy brillante. Pronto dedujo que aquellas rocas pertenecían a una veta de plata que corría prácticamente a flor de tierra, el entusiasmo fue mayúsculo, pero decidió ocultar sus emociones hasta no registrar aquel hallazgo.

Dejo el hato de ovejas y cabras en manos de sus ayudantes, y se dirigió a su casa en el pueblo de Pachuca, de donde partió esa misma mañana rumbo a la ciudad de México, donde dos días después comparecía ante el Escribano de Minas, Gregorio Montero, para denunciar la mina que el mismo denominó “La Descubridora”, y dos días más tarde, el 29 de abril después de la consabida inspección con la que demostró la existencia de la mina, procedió a registrarla a su nombre.

Aquel hecho cambio la vida de esta comarca y propició que el Valle de Tlahuelilpan empezara a cobrar más importancia que el pueblo de indios de Pachuca, al poblarse con la llegada de gambusinos y operarios a grado tal, que al año siguiente el virrey estableció en Tlahuelilpan la sede de la Alcaldía Mayor, en tanto que la primitiva ermita dedicada a la Virgen de la Asunción, levantada a principios de 1553, se convirtió en Parroquia hacia 1560. Por lo que se refiere a la denominación de Tlahuelilpan –utilizada para denominar al pequeño valle extendido hacia el sur de los cerros de la Magdalena y San Cristóbal– empezó a caer en desuso hasta que a principios de la siguiente centuria, la comarca entera, aquí asentada, adopto el nombre de Pachuca, cambio que vino acompañado del gran desarrollo del comercio, que regularmente sigue a las grandes bonazas mineras.

Este capítulo del pasado de la capital hidalguense, puede ser historia o leyenda, más lo cierto es que fue el año de 1552, el que se tiene como cierto para el inicio de la actividad minera en esta comarca, que vivió ligada a esta actividad por cerca de 500 años.

Pachuca Tlahuelilpan Julio de 2020 Tlahuelilpan.


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Fotografía 1: "Vista de Pachuca desde la cañada del portezuelo en 1919". Fotografía 2: "Panorámica del sur de la comarca de Pachuca en 1917, asiento de lo que fuera el Valle de Tlahuelilpan".