Por Juan Manuel Menes Llaguno
Cronista del Estado de Hidalgo.
Reinicio mi participación en este semanario, en el que escribí mis primeros artículos hace muchos años –más de cincuenta– con esta entrega dedicada a recordar algunas de las epidemias que en el siglo 16, redujeron de manera dramática la población de diversas comunidades, hoy hidalguenses en el entonces territorio de la Nueva España.
Hasta ahora se desconoce de manera exacta la existencia de epidemias en el México Prehispánico, pero son muchos los casos que registran sus efectos, a grado tal, que a ellas se atribuye la despoblación de ciudades enteras como en el caso de la Tula Xicocotitlan o bien la desaparición de grupos étnicos de importancia como los Olmecas de la Venta y Tres Zapotes, ciudades que desaparecieron en periodos sumamente cortos, víctimas de epidemias, atribuidas a la furia de los dioses, pero todo ello, no es hasta ahora sino una simple conjetura.
El registro cierto de la primera epidemia en nuestra historia, procede del año 1520 y corresponde a la llamada “Peste de Viruelas”, enfermedad a la que los indígenas llamaron Hueyzáhuatl –La gran lepra– que fue importada, por Francisco Eguía, un negro que venía en los navíos de Pánfilo de Narváez, la que causó una gran mortandad, entre los Mexica; una de sus víctimas, fue precisamente su emperador Cuitlahuac, sucesor de Moctezuma Xocoyotzin.
Diez años después de consumada la conquista, en 1531, la ya entonces Nueva España es víctima de una nueva epidemia, ahora de sarampión, enfermedad llamada por los aborígenes Tepitonzáhuatl, que significa pequeña lepra, que fue mucho más mortal que la de viruela.
Para 1545, se cierne sobre las poblaciones indígenas novohispanas, la epidemia de “tabardate” o “tabardillo” a la que dieron por nombre “matlazahuatl”, que es el actual “tifo exantemático” –trasmitido por las pulgas– siguieron entre 1545 y 1576, varios contagios no identificados, conocidos en conjunto como “Cocoliztle” que significa en náhuatl peste o epidemia, la más común fue el cólera.
Las experiencias anteriores, posibilitaron que el gobierno novohispano, buscara la manera, de atacar aquellos brotes epidémicos, con medidas profilácticas, cada vez más efectivas, tales como el aislamiento de las comunidades atacadas y el encierro o cuarentena de personas, a efecto de evitar la diseminación de contagios, aunque la medida más efectiva fue la construcción de hospitales, llamados “Lazaretos” encargados provisionalmente de atender los contagios. No obstante entre 1576 y 1579, la población novohispana fue atacada por diversas epidemias de sarampión –tepitonzahuatl– y orejones, que fueron las más dañinas, pues los cronistas hablan de que la población indígena disminuyó a menos de un tercio de la existente originalmente y vinieron más, una en 1588 de matlazahuatl y finalmente entre 1595 y 1596 otra tanda de cocoliztles.
Independientemente de las consecuencias demográficas, el problema de aquellos brotes epidémicos fue de orden económico. Pues de inmediato se reflejó en hambrunas provocadas por el abandono de cultivos y cuidado de los ganados, con lo que el comercio sufrió desabastos, sin olvidar acaparamientos y alzas generalizadas de precios, lo importante fue que los médicos aprendieron a instaurar medidas profilácticas y encontraron remedios cada vez más efectivos para combatirlas y hacer que los padecimientos, fueran cada vez menos dolorosos.
Diversos códices aluden a los brotes sufridos en la Nueva España, el “Telleriano”, apunta sobre la epidemia de 1538, “Este año de Siete Conejo, y de 1538, murió muncha jente (sic) de birihuelas (sic)” en tanto que el Códice Remenesis, alude a las epidemias de 1544-1545 en estos términos “En estos años uvo (sic) una gran mortandad entre los yndios”, finalmente en el Códice Florentino se lee. “…en agosto de 1575 estalló la peste, la sangre (nos) salía por las narices, los frailes nos confesaban y nos dieron permiso para comer carne, los doctores nos curaban…” y en las páginas de este último se pinta a un indio sangrando copiosamente por la nariz y abajo una figura de la muerte, con una cruz.
Para percatarnos de la gran mortandad de estas epidemias, es necesario acudir a los censos y conteos de población de aquellos años –estadísticas que se realizaban de manera frecuentes a fin de informar a la Corona Española sobre la recaudación de impuestos– de acuerdo con la llamada “Escuela de Berkeley” al momento del primer contacto, el territorio de Mesoamérica –centro de México– debió contar con una población de aproximadamente 25 millones de indígenas, reducida en menos de un siglo –principios de 17– a menos de 2 millones habitantes autóctonos, los conteos de poblaciones hidalguense, que consignan a continuación permiten comprender esa dramática disminución.
En número cerrados y aproximados la región de Actopan que en 1524 alcanzaba los 70 mil habitantes, se redujo para 1596 a unas 5 mil almas; Tepeapulco pasó en el mismo periodo de los 28 mil a tan solo 2, 500; en Zempoala el decremento pasó de 21 mil a 4 mil; En Huejutla que tras las primeras epidemias se contaba con 5 mil habitantes, para 1582, contabilizaba tan solo 900; en Itzmiquilpan la población que después de varias epidemias era de unos 20 mil habitantes 1532, se redujo aún más a fines del siglo 16 hasta llega 2600; Metztitlán que al momento del contacto debió alcanzar más 50 mil, se redujo a poco menos de 3 mil habitantes; Pachuca, que tramonto los 6 mil habitantes después del descubrimiento de sus minas, disminuyo 3 mil 200.
Muchos casos pueden aludirse para explicar estas considerables pérdidas de habitantes, pero como señalara el doctor German Somolinos D’ardois, la principal causa, fueron las terribles epidemias, que atacaron principalmente a la población indígena. Han pasado 500 años y aun las epidemias de nuevas enfermedades siguen cimbrando, al mundo como esta que hoy nos ha tocado sufrir, que esperamos pase pronto a formar parte de la historia..
Pachuca Tlahuelilpan abril de 2020.
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1. Epidemia de viruela en el Códice Florentino.
2. Hospital de Indios en el Códice Florentino.
3. Pagina del Códice 1875 que señala los escurrimientos de narices (sic) yn las procesiones de los frailes con una cruz.