Dice el filósofo alemán Walter Benjamin que a la realidad se le debe mirar desde una perspectiva onírica y utópica, es decir, tratando de reconocer en ella no procesos lineales y mecánicos, sino un devenir histórico contradictorio en el cual laten y se dejan ver anhelos, utopías, sueños y esperanzas de otro mundo distinto.
Si no miramos a la realidad de esta forma, nos quedamos encerrados en análisis de coyuntura totalmente planos, que dicen poco o nada sobre el momento histórico y revolucionario que nos está tocando presenciar y vivir.
Para no caer en la desesperanza, o en el puro sectarismo soberbio, es necesario reconocer en las luchas actuales la potencia política que surge de sus contradicciones, entendiendo lo político como la organización cotidiana y colectiva de y por la vida digna, más allá de los partidos, las instituciones jurídicas y la élite gobernante (entiéndase aquí tanto de izquierda como de derecha).
Quizás sea cierto que el paro actual en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla sea impulsado por la rectoría, y no sea más que una estrategia oportunista para hacer fuerza en la disputa que el rector Alfonso Esparza tiene con el gobernador Miguel Barbosa.
También puede ser cierto que la marcha de miles de estudiantes en Puebla no sea más que un momento de esta disputa de poder, así como que en esta se alcanzó a apreciar una nula conciencia política o social sobre el problema de la violencia, pasando a ser más una especie de indignación pasajera y desde el privilegio, que una verdadera demostración de fuerza antisistémica.
De igual manera, es posible que algunas de las agrupaciones y colectivas feministas que convocaron a la marcha del 8M y el paro del 9M estén vinculadas o cooptadas por una red de poder oportunista que de alguna manera está aprovechando la justa y digna rabia de las mujeres contra este sistema, para fortalecerse como oposición al gobierno.
En la coyuntura actual caben estos argumentos, pero, de nuevo, si no se ven las tensiones inmanentes a estos fenómenos, nos quedamos solamente con una cara de la moneda, que al final no nos dicen nada sobre la potencia libertaria de lo que ocurre, y solamente nos permite hacernos los listos desde una actitud de soberbia y privilegio.
Si es cierto que el paro de la BUAP ha sido orquestado por la rectoría, así como la marcha de miles de estudiantes, de ambas han surgido expresiones de organización autónoma que se han desvinculado de la disputa entre Esparza y Barbosa, y que han planteado ya peticiones que ahondan en la necesidad de reflexionar profundamente sobre las violencias que vivimos y reproducimos cotidianamente, tanto en la ciudad, como en la escuela, el trabajo o la familia.
Estos análisis, así como estas expresiones organizativas, pretenden ir más allá de la coyuntura, y también del análisis simplón que reduce el problema a la petición de más patrullas y vigilancia, sin comprender que esto tiene que ver con dinámicas sociales mucho más complejas, en las cuales estamos involucrados todos. De igual manera estas organizaciones estudiantiles autónomas han puesto el foco en la resistencia contra la privatización de la universidad pública, de sus espacios, programas académicos y dinámicas.
Por otro lado, si es cierto que ha habido una fuerte dinámica de cooptación de la lucha feminista por parte de empresas, políticos y personajes, que son abiertamente hostiles al gobierno, esto no quiere decir, como pretenden muchos desde MORENA o la izquierda institucional, que el feminismo pueda reducirse a una simple lucha oportunista con pretensiones de desestabilizar el gobierno actual.
Esta simplona y burda lectura de la lucha feminista es de la cual surgen preguntas como la que cuestiona la presencia de las feministas en otros momentos de la historia, sin comprender en primer lugar, que no existe algo así como un movimiento feminista unificado y homogéneo, sino tantos feminismos como mujeres y colectivas hay en el mundo, con sus propias perspectivas, posturas, críticas y formas políticas. Y, en segundo lugar, que cuestionar en dónde han estado las feministas todo este tiempo es fruto de una ignorancia profunda sobre el papel que ha desempeñado la lucha de las mujeres en el desarrollo histórico de este país y este mundo, al menos desde hace ya un par de siglos.
Pareciera al respecto que solamente nos interesa mirar estas luchas y sus expresiones cuando tocan nuestros privilegios o nuestra comodidad, o cuando van en contra de lo que suponemos como verdades absolutas y eternas, sin haberlas notado nunca cuando nos han pedido apoyo, respeto, comprensión de su rabia y solidaridad desde lo que nos toca como hombres, estudiantes y profesores, por ejemplo.
En resumen, es necesaria una lectura más profunda y dialéctica de la realidad, de la cual no se pretendan sacar afirmaciones dogmáticas, sino cuestionamientos, sueños y alternativas para la transformación. Esta lectura crítica implicaría en primer lugar reconocer el lugar que hemos tenido y tenemos en las violencias cotidianas contra las mujeres y contra nuestros estudiantes, así como contra nuestros hermanos y hermanas, colegas, esposas, novias, etc. No para negarlas, sino para admitir que formamos parte activa de estas, y para tratar de asumir un cambio de actitud y conciencia que nos permita terminar con ellas, así como crear relaciones humanas radicalmente distintas, solidarias, empáticas y no sectarias.
Si nos seguimos encerrando en nosotros mismos, en nuestros dogmas y pensamientos cerrados, jamás alcanzaremos a ver la potencia política de todos aquellos gritos en contra de esta sociedad injusta, y seguiremos creyendo que tenemos la razón. Nos toca romper con la rigidez del pensamiento, con el conservadurismo de la izquierda y de la derecha, si no queremos caer en lógicas de dominación que pretenden no serlo.