Hace unos días leía un artículo que dice que el mundo estaba declarando su independencia de nosotros, como diciéndonos que el mundo no se limita a aquello que decimos que es. El mundo es para nosotros aquello que construimos como mundo dentro de nuestras mentes. El mundo era entonces aquello que los seres humanos decimos que es “el mundo”.
Decíamos que el mundo era viajar en automóvil, trabajar, salir a la calle, planear las vacaciones, leer, hablar de finanzas, como si el mundo fuera dado por nosotros cuando más bien nosotros somos, al final, un subproducto del mundo mismo.
Con la crisis sanitaria provocada por el COVID-19, el mundo pareciera reclamar su independencia, el noúmeno reclama su independencia de la cárcel fenoménica que le hemos asignado y a partir de la cual lo hemos definido. Nosotros somos apenas una parte ínfima del mundo que en realidad nos es desconocido, no solo aquel que se encuentra lejos de nuestro entorno inmediato (las otras culturas, los otros planetas) sino aquel que tenemos frente a nuestras narices y creemos conocer bien.
Pero el mundo declaró su independencia sin hacer absolutamente nada, porque no hizo un solo movimiento. El mundo sigue rigiéndose por sus leyes y no ha cambiado absolutamente nada. Declaró su independencia con su mera existencia como un estado de cosas independiente a la abstracción que los humanos hacemos de él. Todo nos cambió porque asumimos que en “nuestro mundo” no habíamos terminado de contemplar la posibilidad de que un virus pusiera en jaque a toda nuestra especie. Todo nos cambió más bien por una fricción en nuestra abstracción del mundo y el mundo real, porque el primero fue el que falló, no el segundo que nunca falla.
Resulta que el mundo como abstracción humana nos fue cambiado de la noche a la mañana. Pero el mundo sigue siendo el mundo, porque el mundo no es lo que queramos que sea, sino lo que es. De pronto, muchas dinámicas sociales cambiaron; de pronto, aquello que era normal se convirtió en algo potencialmente mortal (como salir a la calle) o aquello que podía decirse propio de personas antisociales (personas que no salen de sus casas y tratan de no tener contacto físico con otras personas) se convirtió en lo deseable y lo correcto. Que el presidente de una nación se encerrara en su casa dos semanas habría generado indignación, hoy es algo visto como algo ejemplar o heróico. Solo tuvo que modificarse una de las tantas variables que configuran el mundo real (no el que decimos que es) y cuya modificación se explica no por una modificación del mundo mismo sino por su esencia misma que contempla dichas modificaciones como algo intrínseco a éste para que nuestra construcción de lo que decimos que el mundo es se viera comprometida. El mundo nos obligó a salir de nuestra zona de confort, a reconocerle el mundo su independencia de nosotros.
Las distintas construcciones del mundo se vieron comprometidas. La construcción social y global del mundo quedó en entredicho, pero también las construcciones personales que los diferentes individuos hacemos del mundo, aunque en distintas intensidades. Algunos “mundos” se vieron más comprometidos que otros, pero todos quedaron trastocados, ninguno de todos los “mundos personales” quedó exactamente igual.
Los humanos estamos limitados a hacer abstracciones del mundo real, no podemos conocerlo por completo y por ello nos parece más cómodo decir que el mundo es aquella abstracción que hemos hecho de él porque ella nos provee una zona de seguridad, pero en tanto nuestra concepción del mundo es una abstracción subjetiva (o intersubjetiva) fenoménica, siempre será imperfecta.
Pero bien haríamos en reconocer su independencia, decir que aquello que creemos que es el mundo es tan solo una abstracción de éste y que de cuando en cuando el mundo real nos va a sacudir. Tal vez ello nos mantenga mejor preparados.
El mundo como cosa independiente de nosotros va a continuar siendo el mismo dado que se rige por las mismas leyes. No está a discusión si el mundo como abstracción humana va a a cambiar, es un hecho que lo va a hacer y es inevitable. La abstracción humana del mundo no va a ser la misma nunca, muchos procesos tecnológicos y sociales se van a acelerar producto de la necesidad que tenemos de adaptarnos a un entorno adverso que exigirá más de nosotros, como todo lo que tiene que ver con las telecomunicaciones, el trabajo remoto, la educación en línea. Esto también va a afectar de alguna forma la política (local, nacional y mundial), va a sacudir muchos paradigmas, va a modificar hábitos y actitudes en muchas personas.
Pero si no está a discusión la existencia de esa inevitable sacudida, lo que sí podrá discutirse es la forma en que ésta se va a llevar a cabo. Algunas cosas serán inevitables, pero otras no, sobre todo aquellas que le impliquen al ser humano tomar decisiones. ¿Qué medidas tomaremos en torno a la crisis y qué resultados arrojarán? ¿La crisis fortalecerá los valores democráticos y la integración global o, por el contrario, fortalecerá el discurso autoritario?
Y reconocer al mundo como algo independiente de nosotros nos ayudará a responder de mejor forma dichas preguntas.
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El Cerebro Habla.