Igualdad no es solo una más justa distribución de bienes sino un reconocimiento más intenso y más extenso de las personas como fuerzas productivas de pensamiento (palabra que incluye las acciones políticas) acerca de lo justo. Inagotable y siempre colmada de novedades, igualdad es una palabra que resiste al sentimentalismo de la buena conciencia, y se desmarca de la función despolitizadora que cumplen en el actual capitalismo tecnomediático las campañas de ayuda a los desgraciados del sistema.
Iguales no quiere decir lo mismo. La igualdad permite que haya otros. La igualdad es el reino de los raros. Como idea filosófico-política, igualdad se opone al privilegio, no a la excepción; a la desigualdad, no a la diferencia; a la explotación, no a la disidencia; a la indiferencia, no a la inconmensurabilidad; a la pura identidad cuantitativa que torna equivalentes e intercambiables a los seres, no a las singularidades irrepresentables –en el doble sentido del término. Es el alma de la democracia en tanto juego libre de singularidades irreductibles, abiertas a componerse en insólitas comunidades de diferentes (a producir la “comunidad de los sin comunidad”), conforme una lógica de la potencia inmanente a esa pluralidad en expansión alterna- tiva a la trascendencia del Poder.
En tanto principio constitutivo de una potencia común, la igualdad no requiere de la impotencia de otros para su incremento sino, por el contrario, más se extiende cuanto más común. Activado por el principio de igualdad, modo de vida democrático es aquel donde cualquiera habla, cualquiera hace uso de la palabra, cualquierapiensa, cualquiera actúa. Forma de vida colectiva en la cual los cuerpos encuentran condiciones materiales y sociales para el incremento de su poder de actuar, y las inteligencias para el desarrollo de su poder de pensar –es decir condiciones para la irrupción de subjetividades políticas.
Contra el “discurso competente” que reserva la política a la clase dominante, democracia es la forma de sociedad en la que cualquiera puede hacer política, y en la que los referentes sociales surgen desde una raíz popular, emergentes de luchas sociales y de resistencias a la injusticia.
Existe política en vez de únicamente dominación cuando cualquiera es sujeto activo de la vida en común y no solo las personas que tienen dinero, instrucción o linaje.
El odio a la igualdad es el obstáculo mayor de la democracia; su habilitación en el lenguaje y los signos del desprecio, la antesala de lo peor. Hacia fines de los años 30, durante la noche más oscura que se abatía sobre Europa, Walter Benjamin escribió que “un fascista no es más que un liberal dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias”. Acaso un neofascista no es otra cosa que un neoliberal dispuesto a llegar hasta el mal.
Escrito de Diego Tatían, mi amigo filosofo cordobés.
Octubre 2019