Director del Cerebro Habla.
No importa si se ha cancelado un aeropuerto, si se perdió una oportunidad de desarrollo. López Obrador le dio a los mexicanos lo que la mayoría de ellos pedían: un golpe de autoridad.
López Obrador lo sabe, no es tonto.
Eso es lo que muchos no han entendido. Muchos siguen insistiendo en lo mismo, le dan vueltas, intentan entender al tabasqueño desde la perspectiva equivocada.
Dentro de los gobiernos mediocres como los de Peña, Calderón o Fox, donde si bien se mantuvo cierta estabilidad económica (del disfrute más bien de las clases medias y altas) poco se logró para paliar las otras demandas: aquellas relacionadas con la injusticia y dentro de las cuales se amalgaman no solo la desigualdad, sino la corrupción y la viciosa relación entre el poder político y el poder económico. De hecho, separar ambos poderes sí es un imperativo, le concedo la razón a AMLO. Lo cuestionable son las formas.
A muchos nos parece absurdo y contradictorio, pero en lo político, la maniobra de AMLO no es necesariamente absurda. Porque no importan tanto las formas. Los que nos estamos quejando por la metodología de la consulta y la simulación somos los de siempre, y no somos todos. Tal vez seamos más bien una minoría.
López Obrador no les está hablando a todos, les está hablando a quienes tiene que hablarle, a esa masa que lo apoya, masa suficiente para mantenerse en el poder con cierta legitimidad. Y eso es lo que muchos no terminan de entender.
Si AMLO se hubiera desdicho de su promesa de cancelar el NAICM, habría quedado mal con quienes necesitaba quedar bien. Tal vez incluso él sepa eso, que la cancelación podría no haber sido la opción más conveniente en términos económicos o de desarrollo. Pero si hubiera priorizado ello, tal vez habría perdido más legitimidad que la que pudo haber perdido con su manotazo. Muchos analistas no lo entienden porque viven en una burbuja en donde dentro de sus círculos sociales todos piensan que AMLO se dio un disparo en el pie.
Muchos de los analistas todavía no terminan de entender en qué época del mundo vivimos, en uno donde hay una fuerte crisis de representatividad y donde la gente está votando cada vez más por líderes más bien duros y políticamente incorrectos. Parece que no han entendido el mensaje.
Los demás actores pensaron que podían seguir viviendo en la justa medianía manteniendo el orden de las cosas: políticos, empresarios, algunos opinadores y hasta dizque intelectuales. Creían que no importaba la alta concentración de riqueza, la cantidad de corrupción existente, no se dieron cuenta que su sistema comenzaba a gotear (algo parecido a lo que le pasó a la izquierda brasileña con sus propias particularidades) y que la clase política se mantenía inerme.
Ante ello, un líder que llegue y de un manotazo de autoridad es aplaudible por muchos. Es tiempo para el demagogo en una época donde los técnicos, los especialistas y los del dinero se vieron rebasados por la realidad. Es tiempo para el que se muestra como diferente, para el que se “atreve a decir las cosas”, para el que no se guarda sus pensamientos, para el que se le percibe directo y sin pretensiones. La gente no quiere a alguien con un doctorado, sino con una gran cantidad de voluntad para cambiar las cosas (aunque eso no garantice que los resultados no sean nefastos).
Parece que están juzgando a López Obrador desde una arena que, con su llegada, acaba de colapsar.
Por eso dio su manotazo. El mensaje es claro: a partir de ahora las cosas van a ser distintas.
Y eso era lo que muchos querían escuchar, por eso muchos votaron por López Obrador.