Las
candidaturas independientes fueron resultado de la presión ciudadana. Se
aspiraba, con ellas, no a acabar con los partidos (los cuales, a pesar de todo,
son necesarios en una democracia) sino que fungieran como contrapeso para así
desarticular ese monolito en el que se ha convertido la partidocracia. Como si
fuera un fenómeno de mercado, pensamos que ante “más competencia”, tendríamos
“mejor calidad en el servicio”.
En
el 2015 Pedro Kumamoto ganó el distrito 10 de Zapopan, y automáticamente se
convirtió en el referente de los independientes. De alguna manera también lo
haría El Bronco, aunque éste, a diferencia de Kumamoto, terminaría
decepcionando al llegar al poder.
Pero
hasta la fecha sólo Kumamoto se ha convertido en una suerte de inspiración. Fue,
al parecer, la única manifestación de que con los independientes podríamos
aspirar a algo más, a una bocanada de aire fresco dentro de una clase política
cada vez más lejana de la sociedad.
Para
2018, las candidaturas independientes no sólo no parecen tener el empuje para
contrarrestar al sistema, sino que parecen fortalecer al régimen priísta que
aspira, a pesar de todo, a la continuidad. El PRI, con todo el oficio que le
caracteriza, vio en las candidaturas independientes una herramienta que puede
usar a su favor para desarticular a toda la oposición y que la batalla sea
entre ellos y López Obrador.
La
idea era que sólo hubiera una candidatura independiente y todos se unieran en
torno a ella; se decía que lanzarían al candidato con más posibilidades de
ganar y todos lo apoyarían. No fue así. Basta ver la lista de los candidatos
independientes para ver que su principal función será pulverizar el voto de la
oposición. Algunos, sin quererlo, podrán volverse parte del juego (como Pedro
Ferriz y tal vez Margarita Zavala) mientras que otros, como El Bronco, saben
muy bien qué papel van a jugar.
Al
ver los nombres como los de Pedro Ferriz, Margarita Zavala, junto con Ricardo
Anaya que van por el frente, podemos anticipar que el voto de la derecha se
puede fragmentar. Además de que el conflicto entre Ricardo Anaya y Margarita
Zavala reducen las posibilidades de negociación en un momento posterior. Por la
izquierda también vemos un intento de fragmentación, aunque AMLO se sigue
viendo más fuerte que cualquier candidato de derecha, incluso sin el PRD. La
postulación de Marichuy por parte de los zapatistas podría afectar la
candidatura de López Obrador. El Bronco podría aspirar a ganarse unos votos
tanto de la derecha como de la izquierda, y a pesar de que no pueda aspirar a
mucho dados sus magros resultados a Nuevo León, quitar poco es mucho mejor a
quitar nada.
Este
escenario es el ideal para el PRI porque si bien el voto duro que posee, como
ya he explicado en esta columna, va disminuyendo y ya no es suficiente para
ganar elecciones, sí puede funcionar como comodín ante un escenario muy
fragmentado. El hombre a vencer es López Obrador, y Antonio Meade, quien
seguramente será su candidato y quien no tiene “pasado priísta” (lo cual le
podría dar algo de voto útil, sobre todo entre quienes teman que AMLO gane)
tendrá el comodín del voto duro.
Esto
no significa que necesariamente vaya a funcionar la estrategia, pero al menos
sí muestra que el PRI tendrá con qué competir. Al final, las elecciones
presidenciales terminan siendo una competencia de dos, y existe la posibilidad
que de entre la oposición (exceptuando, claro está, a AMLO) alguien suba y
saque al PRI de la contienda.
La
oposición debe aprender que está lidiando con un partido con mucho oficio y
debe saber leer la jugarreta para así poder contraatacar. Tendrán que jugar el
juego del PRI, el de la unidad, para evitar que López Obrador o el propio PRI
ganen.
Un
grave error es la salida de Margarita Zavala del PAN. Un acierto es que Emilio
Álvarez Icaza declinara a su candidatura independiente para “no jugar el juego
del PRI”. Lo ideal sería que dentro del frente conformado por el PAN, PRD y MC
se postulara a un candidato independiente, no partidista, de buena reputación,
para así poder fortalecer todo el movimiento opositor. Si el PRI puede aspirar
a “bajar un poco sus negativos” postulando a un candidato no priísta como
Meade, el frente lo puede hacer aún más postulando a un candidato
independiente.
El
PRI, por su parte, debe de ser sumamente cauteloso para no dilapidar el voto
útil que pueda ganar Antonio Meade. Por ejemplo, si las prácticas electorales
que caracterizan al PRI (acarreo, compra de votos) quedan a la vista como ha
sucedido en las últimas elecciones, si sobresale más el “priísmo tradicional”
que la “independencia de Meade”, la posibilidad de que el voto útil se
concentre en otro candidato es muy plausible y la candidatura quedará condenada
al fracaso. La República Mexicana no es el Estado de México (donde apenas
pudieron ganar) por lo cual la estrategia de fragmentación tendrá que ser mejor
pulida y elaborada, cualquier error puede echar todo a perder.
Entre
las candidaturas independientes existen buenas intenciones, personas que desean
entrarle más por la intención de hacer algo que por acaparar poder. Pero el
mundo está lleno de buenas intenciones, y en el juego del poder, la política,
el oficio y el pragmatismo son muy importantes. Los independientes
“bienintencionados” deberán preguntarse si su candidatura terminará
beneficiando más bien al PRI, o en su caso, a López Obrador, quienes son los
mayores beneficiarios de la fragmentación que están promoviendo sin querer.
Al
menos ya se ha entendido el juego que quiere jugar el PRI, lo que sigue es
saber responder.