Son madres, hermanas, tías, abuelas.... sus hijas e hijos, sus seres queridos desaparecieron en el tránsito hacia el vecino del norte, ese que en las pasadas semanas mostró un rostro xenófobo e indiferente ante las necesidades y las diferencias. A sus migrantes se los tragó la tierra. Se los tragó la corrupción de los agentes del Estado mexicano, se los tragó el crimen organizado, los secuestros, los desmembramientos, el desierto, la Bestia. Huían de la violencia y encontraron violencia.
Algunas, algunos, llevan dos y tres años en la sombra, otros hasta 28 y 30. Ellas vienen de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. Piden justicia, piden acciones claras, voluntad política, respuestas, encontrarlas y encontrarlos vivos. Al caminar, entonan un “hijo, escucha, tu madre está en la lucha”, voces de fortaleza y unión que congelan el aire.
El 15 de noviembre integrantes de la XII Caravana de Madres Migrantes Centroamericanas se reunieron en Frontera Comalapa, Chiapas, entre Guatemala y México, para dar inicio a una ruta por 14 Estados de la República Mexicana. Han recorrido Comitán y San Cristobal, Tabasco y Oaxaca, San Luis Potosí, Puebla, Guanajuato, Querétaro y la Ciudad de México.
En sus paradas han visitado albergues, escuelas, universidades, reclusorios y prisiones, organizaciones, movimientos; se han reunido con la Unidad de Investigación de Delitos contra Personas Migrantes (UIDPM), y con el Senado; se han solidarizado con la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez A.C., que apoya a trabajadoras sexuales, con las marchas contra el feminicidio celebradas el 25N (en 2015 se registraron 2.383), con las organizaciones que claman justicia y verdad para los 43 normalistas de Ayotzinapa, y para los 72 migrantes masacrados en San Fernando, con iniciativas como Huellas de la Memoria, con la exigencia de encontrar con vida a los miles de desaparecidos en México que, como una cuchilla oxidada, evidencian el vacío y la putrefacción de las instituciones, un dolor sordo, una esperanza terca: más de 27.659 desaparecidos, desde 2007 hasta el 31 de diciembre de 2015, según cifras oficiales.
En un encuentro en la Universidad Iberoamericana, un participante destacaba la ineficacia de las instituciones de investigación y procuración de justicia. “Si el movimiento migrante mesoamericano ha reunificado a más de 260 familias, el Estado mexicano no está haciendo nada y tenemos que denunciarlo. ¿Por qué la sociedad civil sí está encontrando desaparecidos y por qué el Estado no puede?”.
Además, exigía políticas migratorias basadas en derechos, pues en la zona sur y sudeste de México se siguen denunciando extorsiones, desapariciones, violaciones sexuales, mutilaciones, secuestro de migrantes y tráfico de órganos. El plan Frontera Sur, una iniciativa lanzada por el Gobierno mexicano en 2014 que buscaba proteger la integridad de los migrantes, “lo único que hizo fue dispersar y no controlar al crimen organizado”.
En el evento, también se insistió en la necesidad de fondos para desarrollo local que permitan garantizar el derecho a no migrar en vez de aplicar medidas coercitivas contra migrantes, así como en la importancia de armonizar el castigo a los delitos realizados contra migrantes a nivel regional, pues la disparidad legislativa en torno a crímenes como la trata no hacen sino acrecentar la impunidad. Asimismo, se apuntó que es necesario que el Gobierno dirija los ojos hacia las personas migrantes que están quedándose en territorio mexicano, dando carta de ciudadanía a los hijos de migrantes centroamericanos nacidos aquí.
Las cifras de migración centroamericana hacia Estados Unidos son oscuras, pues las instituciones del Estado mexicano carecen de mecanismos de evaluación para medir el flujo de migrantes, algo que algunas iniciativas están tratando de remediar. Al día de hoy, entidades como el Colegio de la Frontera Norte estiman en más de medio millón el número de migrantes anuales procedentes del sur que llegaron la Frontera norte. Entre ellos se encuentran muchos niños, niñas y jóvenes que viajan solos, así como mujeres, que huyen no sólo de la pobreza, sino también de la violencia y la extorsión del triángulo norte.
Además del crimen organizado, las y los migrantes se enfrentan al riesgo de detenciones arbitrarias en estaciones migratorias (tan sólo en 2012, 88.501 personas migrantes fueron detenidas en estaciones migratorias) y a una discriminación sistemática en su paso hacia el norte, apenas diluida por iniciativas como la emprendida por Las Patronas.
Ante el probable incremento de la dureza en la frontera entre México y EE UU, son muchas las voces que afirman que el flujo migratorio no se detendrá. Una gran cantidad de ellos y ellas están quedando en territorio mexicano.