Trump es la muestra de la banalización de la política, donde estrellas, payasos y futbolistas, ineptos todos, hacen a un lado los debates y las ideas.
Por Alvaro López.
El Cerebro Habla.
Donald Trump no sólo es un político nefasto, sino una mala persona. Trump es un empresario racista, que explota a la clase trabajadora, ignorante, misógino, mentiroso y repugnante.
Mi pregunta es, ¿por qué una figura así puede ganar elecciones?
Supondría yo, que si quiero depositar mi voto en un político, éste debería ser todo un profesional de la política. Es decir, una persona que esté capacitada para gobernar, que naturalmente sepa hacer política, que posea conocimientos al menos elementales en las diversas áreas que delegará (como economía, justicia, etcétera); no lo depositaría en un demagogo improvisado sin idea alguna. Los políticos, por más que los odiemos y les mentemos madres, tienen una función dentro de la sociedad, y por lo tanto, esperaríamos que estuvieran preparados para ello.
Ojo, al hablar de profesionales de la política, no hablo de políticos de cuño viciados y propios de las viejas formas, sino aquellos que se han entrenado para desempeñar bien sus puestos.
Entonces, así como llamo a un arquitecto para que construya mi casa o a un doctor para que me cure de algún mal, esperaré que el político esté preparado, sí, para hacer política y para gobernar.
Si bien, muchos políticos de carrera han decepcionado a la sociedad, ¿por qué esperar que quienes ni siquiera tienen noción de la política y de la habilidad para gobernar van a arreglar el problema que los profesionales no pudieron o quisieron arreglar?
O en caso de que algún arquitecto inepto nos deje la casa con hendiduras y cuarteaduras producto de su pésimo trabajo, ¿llamaríamos a cualquier improvisado, que lo que más sabe de arquitectura es jugar al Minecraft a nivel básico, para que la arregle?
Bienvenidos a la era de trivialización del político.
Esta se trata, no de tener las habilidades para gobernar, sino de decirle a las masas lo que quieren oír. Esto no trata de trayectorias, de efectividad, es más, ya ni de principios o doctrinas, sino de emociones profundamente viscerales e instintivas.
A gran parte de la gente no le importa que quien lo vaya representar esté preparado para desempeñar un cargo.
Lo peor es que esa gran masa no puede ver eso que nosotros asumimos queda en absoluta evidencia con un mínimo de sentido común; o si lo ve, lo reinterpreta a su modo. No hay otra forma de explicar el fenómeno Donald Trump. Muchos de sus seguidores son blancos poco calificados que han perdido sus empleos y no tienen la preparación para encontrar otro. Pero Donald Trump se ha caracterizado más bien por explotar a sus trabajadores. Él es parte de esa creciente desigualdad y se ha aprovechado de ella. Donald Trump es parte de ese problema que ha estancado a las clases medias y no al revés.
Pero sus seguidores, muchos de ellos desesperados por su situación y por la mediocridad del establishment, caen, y convierten esos defectos en virtudes:
¡Por fin alguien con huevos!. reza uno de los carteles en un rally de Trump. ¡Por fin alguien políticamente incorrecto! ¡Por fin alguien que diga todas las verdades! -Aunque en realidad acostumbre a mentir sin piedad-. ¡Necesitamos a un empresario que maneje a Estados Unidos como un negocio! -Ignorando que no paga impuestos, y que sus recursos son más producto de la herencia que del talento-.
Así, se entiende un poco más por qué Trump puede cometer muchos errores inverosímiles en su campaña y seguir vivo, errores que a Hillary, uno solo, le hubiera costado la candidatura.
Lo mismo sucede con aquellos políticos que no tienen preparación alguna, o bien, son reconocidos por su falta de ética. Ideologías aparte, a ojos de nosotros lo evidente es tan evidente que cega de tan brillante, no se necesita mucho esfuerzo para poder percibir aquello que es evidente. Asumimos que todos pueden verlo, pero erramos al pensar que todo el mundo tiende a ser más bien parecido a los círculos en que nos movemos. Pero es esa mayoría, con quien probablemente no hemos tenido mucho contacto, la que no percibe (o no quiere percibir) esa tan intensa luz que nos advierte de los peligros de tal figura que quiere aspirar a un cargo político.
El problema de Estados Unidos es que su población está dividida entre una pequeña masa, intelectuales, estudiantes de universidades en su mayoría de la Ivy League, escritores, filósofos, algunos empresarios o cineastas, o simplemente gente a la que le gusta estar informada; y esa inmensa mayoría educada en escuelas públicas con una calidad, de acuerdo a la OCDE, demasiado pobre comparado con países similares que consumen contenidos chatarra, y que perciben a Trump como un ídolo del show business. Es la primera la que sostiene intelectualmente al país norteamericano y no la masa en su conjunto. Esa minoría es la que gusta de involucrarse en temas políticos, que leen The New York Times o The Washington Post.
Esa composición en México (la minoría pensante más minoría todavía) es más deplorable.
La ignorancia de Trump es muy evidente a nuestros ojos porque nos parece demasiado fácil contrastar sus argumentos. Su misoginia lo es porque hay pruebas tangibles que no requieren un gramo de habilidad intelectual o académica para interpretarse y que incluso pueden venderse como un show barato.
Pero Trump es sólo de tantas expresiones de esa trivialización; de esa conversión de la política a un programa vulgar de entretenimiento; de esos debates de argumentación y contrastes convertidos en una arena de lucha libre. Trump es el ejemplo de esa nueva camada de políticos, futbolistas, payasos, jóvenes físicamente atractivos con copete largo (si, ya sé chicas, excepto Justin Trudeau), que aprovechando la ignorancia de la gente, han irrumpido en el escenario. Donde la pose y el brillo mata a las ideas, como un efecto colateral de una democracia que asumió que todos los votos eran racionales.
De seguir así, tal vez las carreras de ciencias políticas, derecho, sociología, filosofía o economía; tendrán que dar paso a aspirantes a ser empresarios del estrellato que sean capaces de crear figuras plásticas para ponerlas a gobernar.
Deje de lado sus libros de Hobbes o Montesquieu y por favor, abra un canal de Youtube y conviértase en un “influencer” del tema más banal que encuentre. Podría ser Presidente de su país en un futuro.
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Fuente: Artículo tomado del Cerebro Habla.
Fotografía: tomada de rollingstone.com