Muchos de mis primeros recuerdos están asociados a un estadio y a un balón. Es inevitable. Parte de la persona que soy al día de hoy se forjó en las gradas del Estadio Revolución Mexicana, comiendo pepitas y tortas de dudosos ingredientes, viendo a mis Tuzos luchar a contra corriente casi siempre, en la segunda división, por un lugar en la “élite” del futbol.
Deportistas curtidos todos ellos, defensas que daban miedo, medios gambeteros, jugones, porteros grandotes; Si jugabas de delantero sabías que no te ibas a ir a casa sin un buen moretón provocado por algún adversario.
Gente normal, de barrio, de la que te encontrabas en la cola de las tortillas, que con mucho esfuerzo y un poco de suerte, habían logrado llegar al profesionalismo; Aficiones preocupadas por alentar a su equipo, como sabían, sin mucho aspaviento, dueños de equipos ocupados de engrandecer a su club, árbitros de bigote, todos ellos casi siempre con una profesión que se desarrollaba en paralelo.
Estos personajes y recuerdos actúan en mi memoria una y otra vez, acompasados con el olor ese tan característico de los estadios, la ola, las porras…
No negaré algún despiste que tuve, niño yo, influenciado seguramente por un montón de cosas, cuando decidí ser fan de alguno de los “grandes”… pero esencialmente soy y fui tuzo, y en esa lógica, o más bien dicho, en ese sentimiento, es que desarrolle una pasión desmedida, que hasta estos días aún me acompaña y que gira alrededor de un balón.
Es gracias a este sentimiento, que mi pasión por el futbol había aguantado hasta hoy, todos los envites críticos a los que había sido sometida, algunos de ellos creo yo muy ciertos: Que si el futbol actual ha derivado en un espectáculo, pan y circo, machista además, con intereses distractores y cantidades inmorales de dinero que se mueven alrededor de él, con entradas caras y poco accesibles para la gente, y que millones de veces se utilizaba como formador de opiniones para la “gran masa que lo ve” (recuerdo algún incidente penoso de deportistas y entrenadores haciendo promoción en favor de cualquier cosa, candidatos, partidos políticos, empresas, en fin, instalados en el “todo vale”, la pasta es la pasta).
Cada vez es más evidente que el futbol, como deporte y espectáculo, como fenómeno social, no puede ni debe ser ajeno a la realidad del mundo en el que se desenvuelve. Un mundo polarizado, con ricos más ricos y pobres más pobres, pero sobre todo, y lo más preocupante, con gente que cada vez tiene menos oportunidades y menos acceso a las cosas, en favor de élites que se aferran a todo aquello que les reditúa en poder y control.
Hoy una parte de mi pasión, se oscureció. Por azares del destino –y muy contento de ello- la vida me ha traído como inmigrante a Barcelona. Como dos más dos siempre suma cuatro, y además por muchas otras razones políticas y sociales que ahora no viene a cuento explicar, poco tiempo tardé en volverme seguidor culé (aunque aficionado tuzo, eso siempre), y admirador del jugador de futbol más extraordinario y sorprendente que podría, no digo ya ver, imaginar siquiera. Ver jugar a Messi es una cosa maravillosa, incomparable e inigualable, que marca a las personas que aman la pelota y las porterías. Una divinidad del futbol, un ángel, el mesías.
Pero hoy mi pasión ciega por el futbol no puede hacer caso omiso a la gran liebre que saltó y se catapultó por los aires, y que hace que nos sonrojemos, que nos sintamos estúpidos, avergonzados e indignados a la vez, de ver cómo una vez más, esa élite, ese grupo selecto de ladrones mundiales (busque usted a su corrupto favorito, seguro que lo encuentra en esa lista) nos veían la cara al resto, desde su paraíso, el fiscal.
En los siguientes días vendrán declaraciones de todos colores y sabores, demandas judiciales, proclamas de complot y explicaciones bizarras, que veremos sobrevolar como moscas alrededor de la caca. Las personas incluidas –o vinculadas- a esa lista, explicarán, con tonos condescendientes y conciliadores, porque ellas no son corruptas, y como las empresas “offshore” a la que se les vincula son herencias ya regularizadas, montajes tendenciosos, malinterpretaciones de periodistas poco profesionales, en fin, ya veremos la gama de colores que dejan estas declaraciones a su paso (si se piden, porque en México, por ejemplo, creo que no va a hacer falta excusarse…).
A las personas vinculadas a los papeles de Panamá, dudo mucho que se les pueda meter mano legalmente. Por eso son poderosas, por eso son influyentes, por eso tienen todo muy atado. Pero a mí ninguna explicación me quita el amargor de la boca y la sensación de que, aquí también, en mi pasión, en el campo de juego, me están viendo la cara.
Saldrán las personas aludidas y sus familias a decir que la empresa en cuestión: es una empresa antigua, que “Lio” no tiene nada que ver, (cambie usted “Lio” por cualquier nombre al azar de los que aparecen en la lista), que la empresa creada nunca ha tenido actividad… Lo cierto es que uno no abre compañías en paraísos fiscales para tener una colección de ellas. Y menos el mismo día que eres imputado por fraude fiscal.
Yo no gano millones de euros al año, quizás por lo mismo ni me planteo cual será la mejor manera de saltarme la ley –o aprovecharme de ella- para pagar menos. Las y los ciudadanos de a pie, no tenemos tiempo para echar a andar nuestra imaginación o la “ingeniería financiera” que nos permita torear a la brava lo que debería ser un consenso. Nosotras y nosotros estamos más ocupados por llegar a fin de mes de manera decente, por pagar las cuentas de gas, luz y electricidad, la hipoteca, por tener algo que comer y que vestir, y curiosamente, por pagar nuestros impuestos.
Qué lejos se ve la pelota desde aquí, desde mi perspectiva.
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Música para acompañar el texto: Ángel expulsado del paraíso (José Manuel Figueroa)