Por Roberto Longoni.
La historia de la expropiación petrolera es una de esas historias que, vista desde el punto más crítico y profundo, se inscribe en la tradición de relatos que han hecho de este país y sobre todo, de su gente, un ejemplo de superación, memoria y lucha.
Cuenta el historiador Adolfo Gilly que eran aproximadamente las 20 horas del Viernes 18 de marzo de 1938, cuando el presidente Lázaro Cárdenas del Río informó a su gabinete la decisión de expropiar las compañías petroleras y restituirlas como patrimonio de y para la nación y el pueblo de México. Esta decisión, tomada cuidadosamente por el presidente Cárdenas, fue la consecuencia de la intransigencia y el abuso de las compañías extranjeras que se negaron a resolver los problemas de extracción y explotación de sus trabajadores, así como también se negaron a reconocer en el sindicato petrolero, y sus representantes y obreros, a un interlocutor válido para dialogar y resolver el conflicto.
En sus Apuntes, el Presidente Cárdenas hace este recuento, pequeño pero significativo:
“En el acuerdo colectivo celebrado hoy a las 20 horas comuniqué al Gabinete que se aplicará la ley de expropiación a los bienes de las compañías petroleras por su actitud rebelde, habiendo sido aprobada la decisión del Ejecutivo Federal.
A las 22 horas di a conocer por radio a toda la Nación el paso dado por el Gobierno en defensa de su soberanía, reintegrando a su dominio la riqueza petrolera que el capital imperialista ha venido aprovechando para mantener al país dentro de una situación humillante.”
En sus palabras, en su discurso, en su decisión, Cárdenas muestra una retórica y una acción popular que entiende que los problemas de la nación son los problemas de su gente, de su pueblo, y es de ese mismo pueblo de donde debe salir la propuesta y la solución. La decisión de expropiar es ejemplar en el sentido de que se entiende que fue tomada junto y a favor del pueblo de México, a espaldas del imperialismo y los empresarios.
Que lejanas y ajenas suenan ahora estás palabras y estas acciones. Que remotos son los años donde la política se comprendía en el Estado como el que debía ver por el pueblo y sus intereses, y debía protegerlo contra cualquier intento invasor y opresor. No siendo paternalista, si no dándole la libertad de ser y de actuar en sus propios espacios, sus propias luchas y con sus propios recursos.
Desde el año en que ocupó la presidencia, Enrique Peña Nieto comenzó un proceso inverso y contario al del Presidente Cárdenas. De espaldas al pueblo e hincado ante las empresas extractivistas extranjeras, ha sido el promotor, junto con su partido y gabinete, de una estrategia entreguista y vendida. En días pasados esa estrategia, que inicio con la aprobación de la “Reforma Energética”, que en sus cimientos profesa la más fundamental economía neoliberal, y que atenta en diversos sentidos y aspectos contra la soberanía nacional, fue aplaudida por Estados Unidos en una reunión en Texas, donde Peña Nieto dio muestras de nuevo de su incompetencia y sus intenciones de vender a México al mejor postor.
La memoria y la historia de los pueblos es crucial a la hora de comprender nuestro presente y nuestro ser. Lo que somos, lo que fuimos y seremos, forman parte de un entramado complejo del cual no es sencillo apartarse, y el cual es necesario a la hora de luchar por aquello que alguna vez fue nuestro. El petróleo no es de las empresas, ni de los políticos, es del pueblo de México. El petróleo, como la historia, es nuestro. La historia juzgara.