Desde hace ya bastantes años, Televisa, nos tiene acostumbrados al Teletón. Durante las veinticuatro horas de “amor”, todo el país vive el “suspenso” para alcanzar una meta monetaria. Grandes empresas aportan jugosos cheques junto al niño modesto que lleva su alcancía con algunas monedas. Todo parece estar hecho para provocar el efecto melodramático que yuxtapone vedettes semidesnudas salpicadas de lentejuelas con muletas y sillas de ruedas.
Los rostros de la televisión parecen olvidar por un instante la vida frívola de la farándula para hacer su aporte en esta puesta en escena de la “telemoral”. Todo México exculpa sus faltas en este show de sentimientos encontrados, todos tenemos finalmente la oportunidad de sentirnos “buenos y bondadosos”. La gran falta que se oculta detrás de esta escenificación caritativa es, precisamente, que la “caridad” no es lo mismo que la justicia social. Los problemas que delata el Teletón son aquellos de un mundo injusto y desigual que obliga a los minusválidos a mendigar cada tanto por sus prótesis y tratamientos médicos.
Como todos los productos de Televisa, el Teletón se rige por el principio de lo efímero: los minusválidos se ponen de moda, tanto como el sentimiento patrio o el espíritu navideño. Se trata de una moral de temporada que nos arranca lágrimas la segunda semana de diciembre, pero que no alcanza para que se aprueben leyes adecuadas para salvaguardar a nuestros enfermos y tampoco alcanza para crear un país más justo y equitativo. Esta moral epidérmica se olvida pronto frente a cualquier otro evento que convoque al país.
El Teletón, bien mirado, es un montaje, una simulación, una mentira piadosa. Es la manera como una sociedad profundamente individualista, competitiva y consumista convierte a los enfermos en objeto de consumo de masas, en espectáculo. Un reconocido showman preside la liturgia en que se consagra la mentira, aquella que hace aparecer a los gobernantes y a los señores empresarios, siempre mal dispuestos a pagar sueldos éticos, como seres sensibles y generosos ante el dolor del prójimo.
De alguna manera, el Teletón hace evidente el tinglado moral en que se mueve la sociedad mexicana y que limita de manera inevitable con el mercado y el espectáculo, es decir con el dinero y las apariencias. México se ha convertido en un país insensible a los pobres y a los débiles en que sólo importa el dinero. El Teletón muestra la falsa ética de un país indolente a través de la fórmula de un “marketing humanitario” que promueve una visión sentimental y “kitsch” de una cultura degradada. Por último, el Teletón divierte a las masas que respiran aliviadas tras veinticuatro horas de espectáculo y entretenimiento con un “final feliz” que les hace creer, ingenuamente, que nuestro país es un lugar justo y bueno.
En conclusión, desde nuestro punto de vista, el problema del Teletón radica en el campo de la ética, los medios no son éticos para lograr el fin. Por ejemplo, un secuestrador secuestra para proporcionarle alimento a sus hijos, respecto al fin es correcto que cumpla con sus obligaciones familiares, pero respecto al medio, no es ética la forma como consiguió el dinero para cumplir con el fin. Mucha gente dirá que no importa, el Teletón ayuda, pero justamente al cruzar esa línea delgada de saber que es y que no es ético, nace la corrupción.
En conclusión, desde nuestro punto de vista, el problema del Teletón radica en el campo de la ética, los medios no son éticos para lograr el fin. Por ejemplo, un secuestrador secuestra para proporcionarle alimento a sus hijos, respecto al fin es correcto que cumpla con sus obligaciones familiares, pero respecto al medio, no es ética la forma como consiguió el dinero para cumplir con el fin. Mucha gente dirá que no importa, el Teletón ayuda, pero justamente al cruzar esa línea delgada de saber que es y que no es ético, nace la corrupción.