El huracán electoral que derribó la hegemonía chavista en la Asamblea Nacional el pasado domingo 9 de diciembre, tomó más fuerza de la anemia oficialista que de los 28 partidos que convergieron unificando a la oposición en una derecha destructiva e indómita, alentada material e ideológicamente por el imperio más próximo. El “voto de castigo”, esa suerte de ilusión sancionatoria sobre el poder de turno, se impuso ese día con dramática elocuencia. Sin embargo, resolver los múltiples problemas que enfrenta el país, reorganizar un capitalismo desquiciado y fallido, será más complejo aún en la actual correlación de fuerzas. Aquella que no sólo expresa intereses de clase contrapuestos con su consecuente conflictividad, sino que pasará a oponer diametralmente a los propios poderes del Estado. Con la máxima mayoría requerida para desplegar su completo potencial, la unicameral Asamblea dejará de ejercer su doble función: como representantes que dictan las leyes y como “parlamento” o lugar donde se discuten los asuntos públicos, en el que las demandas sociales puedan ser representadas, reconocidas y negociadas. Probablemente se erija en exclusivo contrapoder del Ejecutivo, en pura negatividad activa con consecuencias más devastadoras aún que la acuciante actualidad política y económica. Cuando se alcanzan esas proporciones, la minoría es prácticamente espectadora.
Las inocultables conquistas sociales que introdujo el chavismo en beneficio de una mayoría de excluidos en el plano económico, educativo, sanitario y cultural, contribuyen a la explicación parcial de sus 18 triunfos electorales sobre 20, tanto como la imposibilidad de sostenerlas, esta reciente debacle. Pero el balance de las causas no puede clausurarse con una correlación mecanicista. Si una inflación imprecisable aunque siempre del orden de los tres dígitos, el desabastecimiento de productos indispensables y el crecimiento del crimen tienden a licuar lo conquistado, el enriquecimiento de funcionarios y militantes y el doble discurso convierte el retroceso social en irritación ciudadana incontenida. La magnitud y extensión de la corrupción y el nepotismo, tanto como la burocratización con su ineficiencia y conservadurismo, juegan un papel tan relevante como la propia crisis económica y comprometen hasta el ejercicio del poder, como puede apreciarse también en varios de los progresismos sudamericanos. Si el capitalismo genera desigualdad y opacidades, cuántas más produce un capitalismo negro cuyo descontrolado enraizamiento se acrecienta día a día a pesar de que hasta la guerra económica ha sido militarizada, aspecto que excede a la economía para depender de la cultura y la política, hasta envolver a la retórica.
Menos de cuatro meses atrás, estando en Venezuela, me detuve a observar a una columna militar armada y uniformada, cuya “batalla” consistía en venderle a precio oficial, una cantidad acotada de pañales a las ciudadanas que formaban interminable cola para obtenerlos. Probablemente una proporción de esos pañales serán vendidos por las adquirentes en el mercado negro a valores muy superiores para a su vez obtener con lo recibido otras mercancías en el mismo mercado informal. Es difícil encontrar ciudadanos que no sean además cambistas informales de dólares cuya cotización está prácticamente regida por la página “dolartoday” editada en el exterior, que difiere de los varios tipos oficiales de cambio hasta llegar a brechas que pueden superar el 100 a 1. Lejos del socialismo del Siglo XXI que pregonaba Chávez, se desarrolla un capitalismo cada vez más oscuro, en sentido polisémico, sin control popular alguno, sino inversamente, con un masivo involucramiento popular en él. Combatir la especulación, el acaparamiento y el mercado negro apoyándose en una institución tan desacostumbrada a los controles y la transparencia, tan acorazadamente corporativa como las fuerzas armadas, mientras la mayoría de la sociedad se alimenta malamente de migajas especulativas, es echar la casi gratuita nafta bolivariana a la hoguera. De este modo, hasta las revolucionarias transformaciones democráticas de la reforma constitucional chavista que obligan al gobierno a someterse a elecciones frecuentes, incluyendo la posibilidad revocatoria, se degradan en un marasmo extenuante.
La herencia recibida por Chávez 17 años atrás no le facilitó las cosas. Se encontró con una economía rentística dependiente y concentrada que no pudo superar su carácter originario aunque logró ser mucho más libre y distributiva. Pero no ha logrado siquiera soberanía alimentaria ni desarrollado un tejido industrial mínimo con lo cual depende de la magnitud de la –hoy exangüe- renta petrolera para sus importaciones y para combatir la miseria. Pero mucho más importante aún es que no halló una sociedad civil con umbral mínimo de organización y politización, sino que tuvo que construir el poder popular, las “misiones”, asambleas populares, y hasta su propio partido, PSUV, de arriba hacia abajo apoyándose fuertemente en sus camaradas de cuartel.
Ya no será un pajarito sino el águila del norte, adicta compulsiva al petróleo del mundo entero, la que sobrevuele a Maduro cada vez que se hinque a rezar.
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Fuete: PiensaChile.com