Por María Gil
La realidad es que no les daba para más. José Moreno Hernández trabajaba en el campo nueve meses al año, su familia, compuesta por los progenitores dos hermanos y una hermana, cruzaba la frontera en marzo y recolectaban hasta noviembre en Stockton, Estados Unidos, donde todavía vive.
Mientras el hombre ponía un pie en la luna, él sujetaba la antena de cuernos de un viejo televisor en blanco y negro. Astro José, como se le conoce popularmente, comenzaba su sueño con una confesión: “Papá, quiero ser astronauta”. El señor Salvador, su padre, le llevó consigo a la cocina, le sentó sobre la mesa y le dio una receta de cinco ingredientes: “Define la meta, reconoce que se está lejos, traza el camino, estudia y, toda la dureza del trabajo en el campo, ponla en lo que hagas”. Nunca se rindió. Quería ir al espacio, tras estudiar ingeniería y patentar en los 90 una herramienta de detección precoz de cáncer de mamá, intentó enrolarse en una misión hasta en 11 ocasiones. “La 12 fue la mía”.
Un día la maestra le pidió entrevistarse con los padres. “Él se temía lo peor. Mi madre, muy en su papel, se puso a limpiar y preparar una cena para recibirla”, explica con una sonrisa. Ahí comenzaba de verdad su progreso. “Si usted plantase un árbol y cada nueve meses lo arrancase y tres meses después lo volviese a plantar, ¿viviría?”, preguntó Mrs. Young. Sus padres captaron la metáfora, los seis miembros de la familia se establecieron en Estados Unidos.
Comenzaba la historia del último latino en ir al espacio, porque así es como se siente, de La Piedad, Michoacán. También católico: “Soy creyente. Cuando estás ahí arriba y contemplas el universo en toda su belleza y perfección te das cuenta de que no es fruto de la casualidad. La ciencia explica el cómo, el porqué de las cosas está en Dios”.
El 28 de agosto de 2009, cuando salió en misión espacial, junto a sus padres había una invitada muy especial en la base Edwards, la Mrs. Young. “Sin su apuesta por la educación yo no habría sido más que un campesino toda mi vida. Si algo le dejo a mis hijos son los estudios”, insiste. Tiene cinco, el mayor cree que quiere seguir sus pasos, pero no se atreve a decírselo. Ese es uno de los motivos más relevantes para dejar la NASA: “Por una parte, no hay misiones a la vista, ya no hay Apollos. Tendría que ir con los rusos y, la verdad, no me apetece nada. Por otro, con un sueldo estatal no podría pagarles la Universidad”.
En su travesía estelar no hubo lugar para el miedo, tampoco para la nostalgia. “La preparación es importante, no temes, porque estás concentrado y siguiendo una guía. La comida, bueno, es como las sopas de sobre, muy salada”, explica y confiesa un secreto, “me llevé tortillas y salsa, añadía agua al huevo deshidratado, queso y me hacía el desayuno como buen mexicano”.
El astronauta, que visita San Francisco para participar en las jornadas culturales Mex I Am, se ilusiona con la agencia espacial de México: “Está en fase infantil, pero es muy importante que se impulse, que no sea algo simbólico, sino con metas factibles. Confío en que los sucesivos gobiernos le den su apoyo”.
A pesar del éxito actual, no olvida la dureza de sus inicios. Hernández se siente reflejado en todos esos niños que cruzan la frontera y le alarma la situación. “La crisis migratoria es terrible. No nos podemos permitir un país con 11 millones de indocumentados. Algo no funciona en el sistema, es evidente. Los políticos tienen que dejar de lado las posturas de los partidos y solucionarlo”, demanda.
Twitter se ha convertido en su mejor aliado: “Fui el primer astronauta tuitero en español, quería compartir lo que veía con todos nosotros. Fue divertido”. Sin embargo, tiene muy clara la finalidad de la herramienta: “Es muy potente, tanto que no merece la pena poner lo que he comido o cosas triviales. Solo comparto contenido informativo o interesante”, subraya.
Su fundación cuenta con una academia de ciencia y matemáticas para chicos entre seis y 12 años. Hernández quiere que los latinos sueñen, como él lo hacía al ver el televisor, con alcanzar las estrellas: “Todo es posible si se trabaja duro. No importa el estrato social o el poder económico. No me gustaría que se perpetuara el modelo de trabajadores en hoteles o en el campo”.
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Fuente: El País