Por Julio Gálvez
Twitter: @juliogalvezb
Los mexicanos contamos con un pasado rico en historia,
tenemos raíces, y esto aunque lo escuchemos como lo más natural del mundo es
algo que nos hace ser diferentes en un primer plano de las demás culturas,
nuestro bagaje cultural es inmenso, somos producto de un pueblo conquistado, estamos
conformados por esa
mezcla de traumas generados por la conquista española, esos sentimientos que
fueron heredados de generación en generación y que nos convierten en un pueblo
sumiso.
El
sentimiento de inferioridad es un sello distintivo del mexicano, como lo
ejemplifica Octavio Paz en el laberinto de la soledad, este nace en la
conquista española, forma parte de ese bagaje cultural derivado del choque entre dos culturas
milenarias, se desarrolla desde el seno materno como producto de una violación,
la madre indígena violada y ultrajada por el conquistador.
Ante un pueblo
mexicano mentalmente controlado por el instinto de inferioridad, la historia de
México siempre ha sido manipulada por sus gobernantes, la clase política que
emanó de la Revolución Mexicana, fabrico conforme a sus intereses, un
nacionalismo revolucionario diseñado para castrar las verdaderas raíces
culturales de los mexicanos, sometiéndolos de esta forma, a un gobierno que
obtuvo legitimación a través del reconocimiento popular de héroes y símbolos
patrios falsos.
En efecto, la lucha
de independencia fue un movimiento políticamente controlado por los Reyes de
España que buscaba evitar la expansión del Imperio francés hacia la Nueva
España, ya que en 1808, Napoleon Bonaparte, había impuesto a su hermano José
Bonaparte como cabeza de la Monarquía española.
Ante un movimiento de
independencia simulado y ante la devastación económica de la corona española,
los criollos buscaron liberarse de la monarquía independizándose de esta, por
lo que el indígena siempre fue subyugado, en realidad nunca alcanzo la
libertad. En pocas palabras, la independencia de México, término siendo para
los indígenas un sueño frustrado que se volvió una meta inalcanzable. El
mexicano nunca pudo ser libre y liberarse del yugo del imperialismo, debido a
que los verdaderos dirigentes del movimiento solo buscaban reconocimiento y
poder político.
Independientemente de
lo acontecido, durante el porfiriato, se modifico la historia de México, se
fabrico un movimiento revolucionario falso con la finalidad de implantarle
mentalmente al pueblo un nuevo paradigma político fundado en un nacionalismo
excesivo por medio del cual se reconocieron nuevos héroes y símbolos patrios
que hoy en día someten a los mexicanos a un gobierno de apariencias.
De esta forma y bajo
este panorama nació el PRI, un partido político inspirado en las ideologías de
una clase política conservadora que modifico la historia de México, para
legitimarse en el poder; ideologías que terminan dándole mayor importancia a la
estructura del Estado que a los derechos humanos, ya que a través de las
instituciones, héroes y símbolos patrios pre-fabricados, nuestros políticos
controlan a las masas desinformadas a través de un nacionalismo hueco.
De acuerdo a lo
anterior, el PRI, a través de los medios de comunicación, diseño sus redes
imaginarias de poder a través de en un nacionalismo revolucionario cimentado en
estereotipos. Los discursos nacionalistas de nuestra clase política en los
últimos años, no han hecho más que defender los mitos sobre el mexicano, en
estos se ha tratado de definir un carácter nacional construido a modo de los
que se adueñaron del poder desde la revolución mexicana.
Las elites
intelectuales y los medios de comunicación comprados por el gobierno castraron
irremediablemente con sus reconstrucciones discursivas al indígena, al
campesino y al proletariado, construyeron versiones de mexicanidad cimentadas
en el sentimiento de inferioridad: la naturaleza explosiva del mexicano (su
trato es peligroso porque estalla al roce más leve); el “pelado”, que busca la
riña para elevar el tono de su “yo” deprimido; la indiferencia del mexicano
ante los intereses de la colectividad y su acción siempre en sentido
individualista; el mexicano como un tipo aislado y resentido; el mexicano como
un ser que cuando se expresa se oculta, pues sus palabras y gestos son casi
siempre máscaras; el complejo machista que tiene debido a que la madre indígena
se entregó al conquistador; la fiesta como una experiencia del desorden; la
insuficiencia de valores que posee; las manifestaciones de afirmación de
nacionalidad que rebasan los límites de lo prudente para desbordarse en lo
grotesco, brutal, grosero y hasta sanguinario; el compadecimiento, la
emotividad, la fragilidad y la sensibilidad del mexicano; la poca aptitud que
tiene para el atesoramiento y para la acumulación de bienes; la búsqueda del
bienestar del cuerpo y del grupo pero no de la nación; el humanismo y la
dignidad del mexicano; su hipocresía como una máscara para ocultar su verdad;
la desconfianza y la necesidad de duda y comprobación; la introversión y la
huída de la realidad para refugiarse en la fantasía; la desnutrición del
mexicano; el héroe que juguetea con la muerte y se ríe de ella; etcétera. Todos
éstos estereotipos a través de los cuales se construye al mexicano son la clave
para hablar de la existencia de una supuesta identidad nacional que legitima en
el poder a nuestros actuales gobernantes.
A través de esta
estrategia, los políticos, han construido las bases simbólicas de una cultura
que permite la legitimación de un conjunto de instituciones y la construcción
de un sujeto imaginario cuya edificación está asociada con un proceso de
control social; A través de esta estrategia, nuestros gobernantes evitan la
amenaza de que surjan tendencias disgregadoras provocadas por antagonismos
sociales y políticos. De los imaginarios construidos por nuestra clase
política, se ha mitificado el sentido del mexicano para convertirlo en un ente
dócil y pasivo.
Hoy en día, nuestro
país está pasando por una etapa de transición, los mexicanos que vivimos esta
realidad llena de violencia, estamos formando parte de un proceso histórico,
parece ser que nos encontramos superando lentamente el periodo post
revolucionario, para ubicarnos en un nuevo paradigma social que seguramente
legitimará a otra clase política en el poder.
Hoy más que nunca es
importante que los mexicanos hagamos conciencia de que debemos arrancarnos las
ataduras mentales que los medios de comunicación nos han impuesto con la
intención de mantenernos políticamente controlados. Los mexicanos nos estamos
convirtiendo en los habitantes de un país en donde el alcohol, la política, la
discriminación y la corrupción, se han convertido en nuestra cultura.
Por Julio Alejandro Gálvez Bautista, Especialista en Derecho Civil, Maestro en Derecho Procesal Constitucional y Candidato a Doctor en Derecho por la Universidad Panamericana; ha enfocado su trabajo en temas sobre Derecho Constitucional, Derechos Humanos, Derechos Sociales, Derecho a la Información y Reforma Gubernamental / www.juliogalvez.com