Por Julio
Gálvez
Twitter:
@juliogalvezb
Si Galileo Galilei, no hubiese criticado la visión heliocéntrica de la Iglesia, los hidalguenses seguiríamos pensando que el sol gira alrededor de la tierra. En este sentido, surge la reflexión sobre la importancia de la crítica en una sociedad como la nuestra.
Si Galileo Galilei, no hubiese criticado la visión heliocéntrica de la Iglesia, los hidalguenses seguiríamos pensando que el sol gira alrededor de la tierra. En este sentido, surge la reflexión sobre la importancia de la crítica en una sociedad como la nuestra.
Los mexicanos
contamos con un pasado rico en historia, tenemos raíces, y esto aunque lo
escuchemos como lo más natural del mundo es algo que nos hace ser diferentes en
un primer plano de las demás culturas, nuestro bagaje cultural es inmenso,
somos producto de un pueblo milenario conquistado.
El sentimiento de inferioridad es un sello distintivo del mexicano, como lo dice Octavio Paz en el laberinto de la soledad, este se desarrolla desde el seno materno, es el producto de una violación, la madre indígena violada y ultrajada por el conquistador. En efecto, los mexicanos somos esa mezcla de traumas generados por la conquista española, esos sentimientos que fueron heredados de generación en generación y que nos convierten en un pueblo sumiso.
La independencia y la revolución mexicana, en su momento fueron movimientos sociales controlados por nuestra clase política para implantarle al pueblo un programa mental que somete a los mexicanos a un gobierno fundando en un conjunto de símbolos patrios falsos.
Nuestros
gobernantes, a través de las elites intelectuales y los medios de comunicación,
castraron irremediablemente con sus reconstrucciones discursivas al indígena,
al campesino y al proletariado; construyeron versiones de mexicanidad
cimentadas en el sentimiento de inferioridad; fabricaron estereotipos que
crearon una supuesta identidad nacional que legitima en el poder a nuestra
clase política.
Conforme a
lo anterior y ante la falta de identidad del mexicano, resulta preguntarnos:
¿Qué somos los hidalguenses?
Los hidalguenses
somos una creación artificial de nuestros políticos, todo en nuestro Estado se
encuentra diseñado para legitimar a una clase política que durante años se
adueño del sector público y privado. Nuestra sociedad es extremadamente
conservadora, debido a que nos programaron para pensar de la misma manera a
través de ideas políticas, programas políticos, mitos y una cultura que forma
parte de ese sistema de dominación mental diseñado por los que mueven los hilos
del poder.
Los
hidalguenses, hemos vivido eternamente controlados por un Estado paternalista
al que le conviene mantener a gran parte de la población dependiendo del
gobierno, de esta forma, de generación en generación, los ciudadanos tenemos
nuestro destino escrito. Los jóvenes no tienen ninguna expectativa de ser más
de lo que son hoy, los padres saben que la vida de sus hijos será una versión
similar a la suya, esa vida frustrada y difícil.
Hidalgo,
sigue en el retraso porque nuestros gobernantes para controlarnos mentalmente
nos impusieron una cultura, borraron nuestra identidad y eliminaron las
tradiciones de nuestros antepasados, para suplantarlas por un programa político
que legitima en el poder a las mismas familias que desde la revolución mexicana
diseñaron nuestra forma de vivir.
A través del
miedo nos impusieron una forma comunitaria de pensar, obligándonos así a
fabricar nuestros propios mecanismos de auto-protección: todos nos conocemos,
rechazamos los cambios, inventamos nuestra propia moralidad, odiamos al que
piensa diferente, le tenemos envidia al que triunfa, hacemos amistad solo con
las personas que se encuentran dentro de nuestro circulo social, copiamos las
modas de nuestros ídolos de barro, somos la fabrica perfecta del queda bien y
nos sentimos orgullosos de ser la entidad federativa con los índices de
alcoholismo más elevados del país, y todo lo anterior porque no podemos
sobresalir en nada productivo gracias al sentimiento de inferioridad heredado
por nuestros gobernantes.
En pocas
palabras, Hidalgo, es el Estado de los sueños frustrados, somos una sociedad
culturalmente castrada en la que el más ebrio es el más aceptado y esto es así
porque los miembros de nuestros círculos sociales vacíos no pueden destacar en
nada productivo e imaginariamente inventan sus propios logros para
auto-consolarse. Los hidalguenses somos los habitantes de una entidad
federativa en donde el alcohol, la política, la discriminación y la corrupción,
se han convertido en nuestra cultura.
Debemos
hacer conciencia, nuestra clase política se encuentra heredándole a los jóvenes
una sociedad en donde se respira una discriminación lacerante. En el gobierno,
en el fútbol en los restaurantes, en el cine, en los conciertos, en
los escasos eventos culturales, los políticos son los que gozan de privilegios,
tienen los mejores boletos, los mejores lugares, la mejor mesa, la mejor
posición, etc; los ciudadanos comunes y corrientes nunca podrán ocupar un lugar
digno dentro de ese estatus imaginario debido a que en Hidalgo, el poder solo
sirve para formar clases sociales.
Por Julio Alejandro Gálvez Bautista, Especialista en Derecho Civil, Maestro en Derecho Procesal Constitucional y Candidato a Doctor en Derecho por la Universidad Panamericana; ha enfocado su trabajo en temas sobre Derecho Constitucional, Derechos Humanos, Derechos Sociales, Derecho a la Información y Reforma Gubernamental / www.juliogalvez.com